En
2015 Charles Murray publicó este
ensayo destinado a promover una revolución pacífica de la población en los
Estados Unidos de América.
¿Contra
qué o contra quiénes?
Contra
un sistema que ha perdido el Norte (¿de América?) porque en lugar de promover
lo que debe se dedica a hacerle la puñeta a los ciudadanos.
Este
intelectual puede llegar a resultar cansino en su
defensa libertaria, es decir, en su reiterado mensaje sobre la necesidad de
minimizar la presencia del Estado en los asuntos privados de los ciudadanos (“the less government
the better”).
En
‘By The People’ vuelve a la carga
autodenominándose, esta vez, ‘Madisonian’.
En
su entusiasmo reformador llega a proponer la creación de una institución (‘Pro Bono’) que ayude a los ciudadanos a
defenderse del acoso del estado (Madison
Fund). La rebelión no debe ser individual, sino colectiva. Los habitantes
de USA que lleguen a la conclusión de que la actual coyuntura es ridícula y que
se sientan literalmente amenazados por el Estado, deben poder recurrir a una
organización privada que apoye y secunde sus legítimas reivindicaciones.
David debe defenderse de Goliat
usando sus propios medios.
Atribuye
el crecimiento exponencial de las regulaciones que gobiernan los más minúsculos
detalles de la vida de la gente al ansia recaudatoria del Estado. Los
representantes de los representantes (burócratas)
han producido una sistema que no se distingue en lo esencial de los países más
corruptos del planeta. Los Estados Unidos de América se han convertido, a
efectos prácticos, en “una república bananera”. Se debe sobornar a los
funcionarios y asesores legales para obtener los permisos necesarios para, por
ejemplo, montar una pequeña o mediana empresa. Además, las miles de páginas de
regulaciones permiten que sea siempre posible encontrar algún defecto que conlleve
alguna clase de sanción económica.
El
Estado se comporta como una cleptocracia,
roba en beneficio de los gobernantes –en un sentido extenso, claro. Siempre
existe algún motivo. Se negocia con las grandes compañías a las que se pilla en
algún renuncio –realmente sencillo—para obligarlas a abonar una multimillonaria
multa si desean evitar ir a los tribunales y exponerse a los usualmente
carroñeros medios de comunicación.
Las
arcas del Estado se van llenando para luego despilfarrar los dineros en absurdas
políticas sociales, según Murray.
Además
de su tendencia al saqueo más rastrero, el Estado se esclerotiza porque la
sangre deja de circular por sus venas, peligrosamente obstruidas por las miles
de normativas reguladoras.
El
ensayo se divide en tres partes: dónde estamos, abriendo un nuevo frente y un
momento propicio (para el cambio). En la primera parte se diagnostica el
problema, en la segunda se sugiere qué se podría hacer según lo que ya se hizo
y se clausura explicando por qué nos encontramos en un momento idóneo para que se
obre el milagro y la sangre vuelva a fluir por el sistema.
Como
es habitual en este intelectual, invita a recuperar la ilusión de la primera
época de los USA (The American Project),
eso que hizo de su país un lugar
realmente especial del planeta:
“Se puede liberar a
los seres humanos como individuos, como familias y como comunidades para que
vivan sus vidas como consideren oportuno, siempre que permitan el mismo margen
de libertad a los demás, mientras el gobierno se limita a salvaguardar las
reglas generales que ayudan a alcanzar ese objetivo”.
Y,
por encima de todo, los ciudadanos
norteamericanos deben alejarse del modelo europeo socialdemócrata.
Naturalmente,
la complejidad del sistema desborda a los representantes legítimamente elegidos
por los ciudadanos, y, por tanto, deben rodearse de cientos de asesores que,
por supuesto, deben justificar su puesto (y sus elevados salarios). Una vez
dentro del sistema es realmente difícil librarse de ellos porque actúa la
famosa ‘puerta giratoria’. ¿Les suena
de algo?
Esos
asesores y burócratas complican el panorama porque esa estrategia les hace imprescindibles.
Sin ellos, los políticos no saben qué hacer. Con ellos, los ciudadanos están
perdidos. Las regulaciones son tan complejas que es imposible seguir el ritmo
sin contratar a alguien que vele por los intereses de cada uno de los
ciudadanos:
“Los oficiales del
gobierno federal no celebran que los ciudadanos vivamos honradamente y nos
preocupemos de nuestros negocios. Al contrario, nos hacen saber que somos
egoístas, avaros, racistas u homófobos, aunque no tengamos la más remota idea
de por qué”.
¿Cuáles
serían reglas sociales razonables?
1.
Las reglas deberían limitarse a principios fácilmente comprensibles.
2.
Las reglas deberían ser mínimas, sucintas y estar redactadas en ‘cristiano’.
3.
Las reglas deberían prohibir actos intrínsecamente malos que perjudican a los humanos
desde el principio de los tiempos: asesinato, homicidio imprudente, violación,
asalto, robo, atraco, fraude, incendio provocado, destrucción de la propiedad
privada y secuestro.
4.
Las reglas debe ser descritas objetivamente y los castigos debe estar definidos
con claridad.
5.
Las agencias regulatorias deben limitarse a los casos que persiguen y a los
cargos que imputan.
6.
El sistema legal debe operar de un modo eficiente.
7.
La desobediencia civil será inaceptable porque el sistema es sólido y actúa en
beneficio de los ciudadanos.
Murray
se muestra encantado con una analogía deportiva: “no harm, no foul”. Es decir, si se
viola alguna regla, pero las consecuencias son invisibles, se debe hacer la
vista gorda. Esa sería una estrategia para combatir la estupidez del estado
regulador. Se debe permitir que los
ciudadanos puedan jugar.
La
Madison Fund que el autor propone
tendría 3 funciones:
1.
Defender a la gente inocente de los cargos que se le imputan.
2.
Defender a la gente que es técnicamente culpable de violar alguna regla que no
debería existir.
3.
Generar tanta publicidad como sea posible para que los ciudadanos tomen
conciencia de que comparten el acoso del estado (“el Estado se ha convertido en una amenaza
natural similar a los incendios o a las inundaciones”).
Hacia
el final de este estimulante ensayo, Murray sostiene que su país es muy
heterogéneo desde sus orígenes, desde la llegada de los primeros ‘peregrinos’
(la semilla de Albión, es decir, Yankees, Quakers, Cavaliers y Scots-Irish).
Sus primeras diferencias eran tan profundas como las que separan en la
actualidad a los grupos étnicos que pueblan Norteamérica.
Reconoce
que su sociedad se encuentra segregada
y hay poco que hacer para fomentar la integración:
“(Esa segregación) fue
dirigida por la aparición de una nueva clase que surgió en los 80. Se le ha
dado distintos nombres. Robert Reich les denominó ‘trabajadores simbólicos’;
Richard Herrnstein y yo les llamamos ‘élite cognitiva’”.
La
meta del autor es modelar el futuro, no
recuperar el pasado.
Una
vía regia para alcanzar esa meta es la tecnología. Discute cómo Amazon, Airbnb,
Uber, y, por supuesto, las redes sociales, permiten liberar a la gente. Los
modelos clásicos de negocio se están convirtiendo en tan escleróticos como el
sistema regulador de los estados.
Por
otro lado, le repugna la demagogia relacionada con los políticos y activistas
sociales que proclaman que los ricos deben sostener a los pobres. Los ciudadanos
situados en el cuartil superior de ingresos son quienes soportan casi el 90% de
la carga del presupuesto del estado, pero distan de ser ricos. Son ciudadanos
que, gracias a su esfuerzo, viven de un modo acomodado. Merecen una recompensa,
no un castigo sistemático. El estado actúa de un modo mafioso con estos
ciudadanos y eso es injusto.
Recuerda
la posibilidad que desarrolló en una de sus anteriores obras (In
Our Hands) para encontrar soluciones presupuestarias en una sociedad en
la que se premia a las élites cognitivas (quienes manipulan símbolos) y en la
que los trabajadores manuales cada vez lo pasan peor para encontrar una
ocupación que les permita llevar una vida digna. Subraya lo ridículo que resulta que haya gente que no pueda vivir
decentemente en un país tan rico como el suyo.
Por
otro lado, y desgraciadamente, aunque los extremistas son una minoría se
comportan como los protagonistas del panorama político. Considera Murray que la
mayoría de los políticos –y de los ciudadanos—son centrados, pero se ven arrastrados
a inclinarse hacia uno u otro lado para satisfacer las ansias de polarización.
Debería evitarse ese destructivo error. Obviamente, lo que Murray denuncia para
su país, vale para los europeos también, ¿verdad? Si deseamos huir de los
extremos, debe notarse de alguna manera evidente. En lugar de inhibirnos,
deberíamos exponernos.
En
suma, concluye el autor de este ensayo:
“Algunas de nuestras
características no son valoradas por todos, pero yo las adoro todas. Nuestra
apertura. Nuestra pasión por ir en cabeza. Nuestra pasión por averiguar qué hay
detrás de la siguiente colina. Nuestro igualitarismo. Nuestro patriotismo.
Nuestra buena vecindad. Nuestra energía. Nuestro orgullo. Nuestra generosidad.
Y todo ello arropado por nuestro individualismo
(…) el gobierno federal se
creó para cumplir una misión esencial: permitirnos vivir libremente y a nuestro
aire, siempre que diésemos el mismo margen de libertad a los demás. Pero ha
traicionado esa misión
(…) no me asusta un futuro
en el que se haya perdido la grandeza de América. Me asusta lo cerca que
estamos de perder nuestra alma”.
Bastante
poético y evocador, no voy a negarlo.
Quiero
finalizar esta reseña señalando que, como español y como europeo, me incomodan
algunos de los clichés que usa Murray. Puedo vivir con ello, por supuesto, pero
me satura, por ejemplo, que hable constantemente de ‘América’ al referirse a su país. Es posible que le convenga
recordar que América es un continente que incluye muchos países. El suyo es uno
de ellos, pero eso es todo. Perú, Argentina y Méjico son tan americanos como
los USA, diantre.
En
ese mismo sentido, es desazonador su uso del término ‘Latino’. Admite el crecimiento exponencial del número de ciudadanos
provenientes de los países de Centroamérica y de Sudamérica, pero se niega a encajar
que ese hecho puede modificar la intocable y excelsa cultura de los pioneros
(la semilla de –la Pérfida—Albión). Celebra la diversidad de su país, pero mete
en el mismo saco a esos ciudadanos. Son Latinos y no se hable más. Sobretodo no
se mencione, aunque sea de pasada, que antes que los pálidos rostros de los
pioneros estuvieron por aquellas tierras los mestizos del sur, a quienes se
expolió de un modo impropio.
Por
lo demás, lean, si pueden, este ensayo. Estoy seguro de que les resultará refrescante.
Su llamada a que los ciudadanos recuperen el protagonismo que nunca debieron
perder me recuerda a nuestro 15-M. Es una lástima que su luz se esté apagando
por la oscuridad narcisista de quienes, sin pedir permiso, se han apropiado de
su alma.
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