Se
publica en ‘Nature Human Behavior’ un
interesante artículo
en el que se concluye que se puede saber quiénes serán los adultos que
supondrán un mayor coste social disponiendo de una sencilla batería de medidas
cuando tienen 3 años de edad.
Los
datos provienen del Estudio
Longitudinal de Dunedin y permiten concluir que la ‘salud del cerebro’ –valorada durante 45 minutos cuando los niños
tienen tres años de edad mediante su nivel intelectual, comprensión del
lenguaje, destreza motora, tolerancia a la frustración, resistencia, agitación,
impulsividad y falta de persistencia para alcanzar objetivos—predice quién se
convertirá en una carga social al llegar a la edad adulta.
Los
autores de este estudio valoran cuatro factores de riesgo durante los diez
primeros años de vida de los participantes: nivel familiar socioeconómicamente
deprivado, maltrato, bajo nivel intelectual (IQ) y bajo autocontrol. Recuperan
datos de estos mismos individuos cuando son adultos (38 años de edad) en
relación a los siguientes criterios (problemáticas) sociales: dependencia del
estado, familias monoparentales, consumo de tabaco, obesidad, uso de
hospitales, medicamentos y aseguradoras financiados por la seguridad social, y
comisión de delitos. Una vez comprobado que ese periodo permite una predicción
exitosa, se preguntan si es suficiente la información registrada cuando los
niños tienen 3 años de edad. Y la respuesta es positiva.
Usan
una aproximación clásica, basada en el italiano Vilfredo Pareto, para analizar la ingente cantidad de información
disponible:
El 80% de los ‘efectos’ emanan de un
20% de las ‘causas’ (sources).
Pareto
observó, por ejemplo, que el 80% de las tierras de su país pertenecían al 20%
de las familias. Caspi y sus colegas miran sus datos para averiguar si el 20%
de los participantes causan el 80% de las problemáticas sociales de interés.
Exploran
cada una de las problemáticas sociales por separado, pero en el siguiente paso
agregan la información. Los resultados son bastante contundentes: Pareto gana.
“Los miembros
problemáticos se diferencian de sus iguales en cuatro desventajas observadas en
su infancia: ambientes familiares deprivados, maltrato, bajo nivel intelectual,
y bajo autocontrol (además) los miembros identificados en cada problemática
vuelven a aparecer en las demás”.
Quizá
sea interesante comentar que los resultados no cambian al considerar varones o
mujeres, es decir, que la variable sexo es irrelevante.
En
resumen, 207 de los 940 individuos de la
cohorte acumulan las problemáticas consideradas. Sobre un máximo de 1, el
nivel de predicción fue de 0.87, es decir, excelente.
Es
evidente que los científicos somos seres limitados. Estamos centrados en
nuestro campo disciplinar y no encontramos el tiempo para echar un vistazo
alrededor.
Cuando
estudiaba este informe del equipo de Caspi no me podía quitar de la cabeza una
investigación que expusimos en este blog
hace algún tiempo:
Ahí
se concluía que las regiones del cerebro humano se coordinan para producir un
modo general de funcionamiento que variaba entre un polo positivo y negativo.
Se consideraron alrededor de 300 medidas demográficas, vitales y psicométricas,
además de las medidas de conectividad entre regiones cerebrales en estado de
reposo.
Lo
observado en el estudio que estamos comentando ahora encaja con ese resultado
general sobre la integración de variables de distinta naturaleza. Pienso que no
es una casualidad que Caspi se refiera a ‘salud
cerebral’ a los tres años de edad como la variable que resume el poder
predictivo.
Una
de las consecuencias prácticas de los resultados de este seguimiento
longitudinal es que la prevención puede
rendir enormes beneficios sociales. Si dos de cada diez personas acumulan
la mayor parte del gasto social –mientras que, por cierto, tres de cada diez
apenas contribuyen a ese gasto—entonces se podría –quizá se debería—pensar en
mecanismos que pudieran prevenir que esos niños de riesgo terminen
convirtiéndose en adultos problemáticos. Es decir, invertir temprano puede
ahorrar después.
Pero,
naturalmente, además del ahorro económico, habría algo más, algo más relevante
en un sentido humanitario:
“Nuestros resultados
tienen implicaciones para los derechos humanos (…) los adultos problemáticos
comienzan a caminar en sus vidas un paso por detrás de los demás (…) estos
ciudadanos se encuentran, por tanto, en desventaja, y no tiene ningún mérito
culpar a la víctima por la carga económica que produce su desventaja. Lo que
debería importarnos es encontrar modos de atenuar los efectos de esa desventaja
mediante el apoyo a esos niños y a sus familias. La sociedad en su conjunto se
beneficiaría”.
No
puedo estar más de acuerdo.
Pero,
como es habitual, miraremos hacia otro lado negando una evidencia que nos
incomoda y, llegado el caso, matando al mensajero.
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