Me
interesó su conclusión de que los niños con TDAH (ADHD) presentan un bajo
funcionamiento ejecutivo (EF) y una
capacidad intelectual general (CI)
dentro del rango de la normalidad. Es decir, ambos factores psicológicos se encuentran disociados.
Naturalmente,
esta conclusión contrasta con las entusiastas declaraciones de que, en
realidad, el CI se puede explicar por el EF. Hace unos meses revisamos aquí
críticamente una nueva propuesta teórica que seguía fielmente esa corriente: Process
Overlap Theory.
Schuck
y Crinella se basan en el masivo estudio del MTA Cooperation Group en el que se
observó que el CI medio de niños con TDAH era de 101 (SD = 15). Este resultado
me sorprendió porque conocía un meta-análisis en el que
se concluía que los niños con TDAH presentaba un CI nueve puntos por debajo de
la media de la población. Por cierto, en ese meta-análisis, las dos medidas de
EF que usan Schuck y Crinella producen una diferencia de dos puntos (Wisconsin)
y de quince puntos (CPT, Continuos
Performance Test) respectivamente.
El
contenido conceptual del artículo que estamos comentando es excepcional.
Revisan
cuáles son los subtest del Wechsler que suelen revelar mayores diferencias en
los TDAH: ACIDS (Arithmetic, Coding, Information, Digit Span,
Symbol Search). Sin embargo, en su estudio la correlación entre esta
puntuación ACIDS y el CI está por encima de 0.7, lo que impide que tenga un valor
diagnóstico diferencial.
El
EF implica el ‘dónde’ (where)
y el ‘sí’ (whether) de la conducta,
mientras que el funcionamiento no-ejecutivo implica el ‘qué’ (what) y el ‘cómo’ (how)
de esa conducta.
Se
revisa también la evidencia neurobiológica que puede ser relevante para
comprender el TDAH, incluyendo la investigación con animales. Las estructuras corticales más relevantes
son el núcleo caudado, la corteza dorsolateral frontal y los ganglios basales.
Se discuten los datos farmacológicos (“el tratamiento con estimulantes mejora el EF de los TDAH”)
y genéticos (“la
heredabilidad llega hasta el 90%”).
Se
subraya la relevancia que tienen los
procesos de desinhibición para comprender los síntomas del TDAH
(impulsividad, distracción, perseverancia, escasa persistencia, insensibilidad
al feedback, ausencia de
planificación y pobre modulación del afecto). La corteza frontal no es esencial para ninguna acción en concreto,
sino para ejecutar, de modo ordenado y con un propósito, las conductas
complejas, eso que Karl Lashley
describió en los años 50 como “la sintaxis de la acción”.
En
su propio estudio consideran 123 niños de entre 7 y 13 años de edad. Completan
el WISC-III, el test de Raven (SPM), el CPT (errores en el control de impulsos)
y el Wisconsin (inhibición de la tendencia a perseverar y capacidad para
perseguir un objetivo).
El
CI obtenido en el Wechsler por parte de este grupo con TDHA,
socioeconómicamente selecto, fue de 106, igual que su rendimiento en el Raven.
Pero
la parte más interesante es el análisis de las correlaciones entre las medidas.
El rendimiento intelectual no se asoció a las medidas de EF, pero, además, las medidas de EF no correlacionaron entre
sí --¡marca de la casa del EF medido con tareas conceptualmente simples!
Seguidamente
calcularon un análisis de componentes principales considerando las 15 medidas,
incluyendo las 3 de EF. Al revisar los valores del primer componente observaron
que eran minúsculos para las medidas de EF: “g y EF son dimensiones independientes del
rendimiento cognitivo”.
Los
autores rechazan el protagonismo del
lóbulo frontal. El rendimiento cognitivo recluta regiones distribuidas por
toda la corteza. La inteligencia fluida y cristalizada se encuentran altamente
correlacionadas, y, por tanto, es dudosa la tesis de autores como John Duncan, quien sostiene que la
primera depende de los lóbulos frontales mientras que ese no es el caso para la
segunda.
Hacia
el final del artículo se discute la investigación
con animales hecha por el equipo de los autores firmantes de este artículo.
Una
de las conclusiones esenciales es que las
lesiones que producen un mayor impacto negativo sobre los test de
laboratorio que valoran el rendimiento
cognitivo (g) en roedores (parietal, occipito-temporal, dorsal
hippocampus, posterolateral hypothalamus, subthamalus, anterior thalamus) no se solapan con las estructuras
responsables del EF (substantia
nigra, caudatoputamen, ventral tegmentum, pontine reticular formation, globus
pallidus, ventrolateral thalamus, median raphe, superior colliculus):
“El sistema
neuroanatómico que apoya los procesos de EF no es suficiente para convertirse
en el sustrato biológico de g”.
Cuando
se encuentra una correlación sustantiva del EF con la capacidad intelectual es
porque las tareas de EF se complican, yendo más allá de los procesos básicos
que definen ese EF (control de impulsos, cambio y mantenimiento de los
objetivos).
¿Cuáles son las implicaciones de esta
investigación?
Por
un lado, a nivel clínico permite averiguar por qué los niños TDAH pueden
mostrar un rendimiento adecuado en el laboratorio, pero pobre en la escuela:
“El ambiente menos
estructurado de la escuela aumenta el riesgo de sabotaje debido a su frágil EF
(…) los síntomas más
preocupantes no se deben a un bajo CI, sino a la inestabilidad de los procesos
de control que gobiernan las adaptaciones cotidianas al ambiente”.
Por
otro lado, a nivel teórico el estudio de los TDAH permite distinguir la
resolución de problemas elementales (EF) y complejos (g). Se lamentan de que los científicos se empeñen en reinventar la
rueda. Hace mucho tiempo que se conoce la disociación del EF y de g, gracias a la excelente investigación
de autores clásicos como Hebb o Halstead:
“Sadly, the views of
these early investigators are periodically rediscovered with scarce
acknowledgement of their origins”.
No
les voy a aburrir con la realidad de ese hecho. Los psicólogos somos
especialistas en éstas prácticas caracterizadas por una amnesia inducida por la
pereza y por el ansia de vender vino viejo en botellas nuevas.
En
resumen, ¿qué pienso sobre este interesante artículo?
Que,
aunque los análisis puedan mejorarse –por ejemplo, a) su cálculo de componentes
principales puede ser mucho más informativo calculando un análisis factorial
jerárquico (Schmid-Leiman) que permita ver cuáles son los factores primarios
además del general y b) las medidas de EF pueden elegirse con mayor respaldo
teórico—el hecho de que la capacidad cognitiva general (g) y el EF se encuentren disociados posee cruciales implicaciones para
nuestra concepción teórica y nuestra rumiación sobre por qué las personas
presentan distinto rendimiento cognitivo. Los procesos básicos del EF,
incluyendo la atención –y esta idea la añado yo ahora—pueden ser unos pobres
candidatos para dar cuenta de esas diferencias cognitivas.
Aunque
los autores son taxativos al concluir que los TDAH no presentan un menor CI
promedio que la población, el meta-análisis que comentamos antes les contradice.
En
un revelador estudio que tuve oportunidad de explicar en unas jornadas sobre
TDAH celebradas en Barcelona
se observó que el patrón de desarrollo cerebral de pacientes de alto y bajo CI
era marcadamente diferente. Si la diferencia promedio de CI es real, entonces un
desarrollo cerebral atípico podría caracterizar a estos pacientes. Y si es así,
no podemos ignorar la evidencia.
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