Nunca
entendí la relevancia de la valoración que se les pide a los estudiantes sobre
sus profesores al terminar un curso. Siempre me pregunté qué tenía que ver lo
satisfechos que estaban con sus profesores y lo que se suponía que habían
aprendido. A clase se va a aprender y la
medida criterio adecuada es si se ha aprendido lo que se debe.
La
estrategia adecuada para valorar la efectividad de los profesores es, sin duda,
el nivel de conocimientos y habilidades adquiridos por los estudiantes a los
que han enseñado. Si los estudiantes saben
lo que deben al terminar el curso, entonces el profesor habrá tenido éxito.
Habrá fracasado en caso contrario. Punto.
Sin
embargo, desde hace muchos, muchos años, es una práctica habitual preguntar a
los estudiantes por su nivel de satisfacción con el profesor, bajo el supuesto
de que a mayor satisfacción mejor aprendizaje. En realidad, las autoridades han
aceptado que no era un supuesto, sino un hecho comprobado. El problema es que
ese ‘hecho’ se basaba en una evidencia cuando menos endeble.
En
un
reciente meta-análisis se concluye que la
valoración que hacen los estudiantes sobre sus profesores carece de relación
con su nivel de aprendizaje. La recomendación que se deriva de esta macro-investigación
es:
“Las instituciones
centradas, tanto en el aprendizaje de los estudiantes como en su posterior
éxito profesional, deben abandonar las valoraciones de los estudiantes como
medida de la efectividad de sus profesores”.
En
esas valoraciones se pregunta por los conocimientos del profesor, la claridad
en sus explicaciones, su organización, su entusiasmo, su cordialidad, su
disponibilidad, su cercanía, su sentido del humor o el nivel de dificultad de
sus clases. La puntuación que recibe el profesor se compara con el resto de
miembros de su departamento y con los de su universidad (“ignorando la objeción de sentido común de que
es imposible que todos los miembros de la comunidad se sitúen por encima de la
media”). Se da por hecho que debe existir una relación entre esas
valoraciones y de nivel de aprendizaje al que llegan los estudiantes.
Se
cuentan por miles los estudios que han mirado de validar esas valoraciones,
pero la división entre quienes las apoyan y las rechazan es abismal:
“Sin embargo, los
sólidos resultados de la psicología cognitiva y de la psicología de la
inteligencia sugieren que cualquier correlación sustantiva entre esas valoraciones
y el nivel de aprendizaje, será resultado de alguna clase de artefacto antes
que de la capacidad de los estudiantes para evaluar con precisión la
efectividad de los profesores”.
Los
autores de este meta-análisis subrayan que:
1.
El nivel de aprendizaje se asocia al nivel intelectual de los estudiantes, a
sus conocimientos previos y a su motivación por aprender.
2.
La capacidad de los estudiantes para juzgar cuánto han aprendido también
depende de su nivel intelectual.
El
‘culpable’ de que se hayan aceptado las valoraciones de los estudiantes sobre
sus profesores como un criterio válido es Peter
Cohen. En su meta-análisis de 1981 concluyó que existía una correlación de
0.43 entre esas valoraciones y nivel de aprendizaje.
Sin
embargo, estudios posteriores pusieron en cuestión ese resultado. La conclusión
de Cohen proviene de ignorar estudios a pequeña escala con valores de
correlación absurdamente altos (aprox. 0.90). Un meta-análisis debe considerar
cuidadosamente la calidad de los estudios primarios. Los siete meta-análisis
publicados hasta la fecha han ignorado precauciones elementales. Por tanto, los
autores re-analizan la información disponible aplicando la doctrina analítica
apropiada, aunque también hacen su propio meta-análisis ‘from the ground up’.
En
general, los resultados permiten
concluir que los estudios a pequeña escala producen correlaciones
inverosímiles, mientras que los hechos a gran escala fracasan al observar
correlaciones significativas. De hecho, los meta-análisis previamente
publicados habrían llegado a la misma conclusión de haber sido más cuidadosos:
“Cuando se tiene en
cuenta el nivel de capacidad/aprendizaje (learning/ability) previo de los
estudiantes, la correlación entre las valoraciones de los profesores y el nivel
de aprendizaje de los estudiantes es cero
(…) los estudiantes no
aprenden más de profesores mejor valorados
(…) las diferencias
individuales en nivel de inteligencia y en conocimientos influyen en cuánto
aprenden los estudiantes del curso explicado por el mismo profesor”.
La
tendencia generalizada a usar las valoraciones de los estudiantes como el santo
grial del proceso de enseñanza, produce que el profesor infle las
calificaciones y desinfle el nivel de trabajo (cría fama y échate a dormir):
“El profesor se
enfrenta al siguiente dilema: enseñar para mejorar sus valoraciones y ser
promocionado, o enseñar para preparar a los estudiantes para el siguiente curso
(su graduación y su futuro profesional) y ser despedido”.
Ahora
que algunos psicólogos (educativos y no educativos) proponen que usemos la
evidencia a la hora de renovar las enseñanzas, estaría bien considerar
explícitamente resultados como los denunciados por el meta-análisis expuesto en
este post.
Pero,
aunque se me acuse de pesimista, considero que se mantendrá la tendencia a
ignorar lo que disgusta, lo que no se desea ver, lo que parece injusto, y a abrazar
sin miramientos aquello que parece bien, correcto, justo o lo que sea.
En
lugar de establecer los criterios del aprendizaje, establecer un programa
docente claro y consensuado, dejar que el profesor haga su trabajo y que un
examen independiente valore cuánto han aprendido los estudiantes, volveremos a
hacer lo de siempre.
Olvidamos
que el estudiante no es un cliente de Mercadona
al que el profesor debe satisfacer, sino un ser humano que acude al aula (real
o virtual) para adquirir una serie de conocimientos y habilidades. Por tanto,
el criterio de valoración adecuado es si al terminar el curso sabe más que al
comenzar, si aprendió lo que consensuamos que debía aprender.
Separar el proceso de enseñanza de la
valoración de los resultados de ese proceso es absolutamente crucial.
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Siempre he pensado lo mismo
ResponderEliminarCompletamente de acuerdo. Al cabo de los años vemos que es así. Lástima de universidades.
ResponderEliminarYo también siempre he pensado lo mismo. Lo que evalúan los estudiantes es la simpatía o antipatía con el maestro. En las evaluaciones hay preguntas que ni siquiera lo estudiantes entienden, no tienen la capacidad de juzgar o todo depende de la calificación obtenida y usan la evaluación del maestro como venganza
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