Los
científicos estamos ahogándonos en un diluvio universal de datos.
Acumulamos
ingentes cantidades de información, pero es dudoso que esa estrategia conduzca
a ganar conocimiento.
Los
científicos, que no se chupan el dedo, son conscientes de la coyuntura. Y
buscan modos de simplificar y lograr ver algo entre la densa cortina de agua para
impedir una terrorífica colisión en cadena.
Existen
diversos intentos en marcha dirigidos a encontrar orden en el caos.
Un
ejemplo es NeuroSynth, que ya comentamos en este blog. Los BigData se están aplicando para obtener
patrones que iluminen el camino por el que creemos transitar. El grupo de
investigación que está detrás de NeuroSynth
sigue trabajando en esa misma línea, pero si los datos son
de calidad cuestionable pueden encontrarse con una BigShit.
Hay
más aproximaciones en las que se combinan datos genéticos, cerebrales y
conductuales. El Brain Genomics Superstruct Project es un ejemplo. ENIGMA (Enhancing Neuro Imaging Genetics Thorugh
Meta Analysis) es otro.
Aplicar
la fuerza bruta puede estrangular el bebé, en lugar de conseguir que suelte un
inocente eructo, deje de llorar y se quede plácidamente dormido en su cunita.
Hace
unas semanas hicimos aquí una reseña sobre esta inundación
de datos que podríamos haber titulado ‘Here Comes The Flood’.
Resulta verdaderamente sobrecogedor tomar conciencia del acúmulo de datos cuya
cantidad es descomunal y cuya calidad está por comprobar.
A
mi juicio, y seguro que no estoy solo en esta valoración, necesitamos pensar sosegadamente sobre cuál es el siguiente paso que
deseamos dar. Pero, por desgracia, la dinámica en la que estamos metidos
dificulta aplicar la estrategia de mirar tranquilamente cuáles son nuestras
posesiones antes de optar por la siguiente inversión.
Ya
estamos bastante ocupados gestionando nuestros niveles de productividad,
preparando compulsivamente grant
applications, cuestionando el índice h, revisando researcher IDs y ORCIDs,
preocupándonos por la (falta de) reproducibilidad de nuestros estudios, o
usando (después de comprar, naturalmente) sistemas informatizados de detección
de ‘plagios’, como para, encima, reservar un tiempo para pensar.
Está
claro que necesitamos que el divino creador –es una metáfora, no se
inquieten—promueva un cataclismo de descomunales proporciones para vernos
obligados a elegir, a separar el polvo de la paja.
Los
científicos del mundo conocido deberíamos recibir un mensaje de correo
electrónico, remitido por Yahveh, en
el que se nos conminase a elegir los datos que salvaríamos de la catástrofe, la
evidencia que seleccionaríamos para ser admitida en un arca (de Noé) de la
ciencia. Teniendo en cuenta, eso sí, que el espacio es limitadísimo.
O,
ahora que está de moda, un benefactor –por ejemplo Amancio Ortega, por qué no—podría financiar la reunión de un puñado
de científicos de referencia en sus respectivos campos, en algún lugar de la
Mancha –de cuyo nombre todos querríamos acordarnos—para elegir entre los datos
candidatos a ingresar en ese arca.
Seguidamente
aislaríamos a nuestros mejores cerebros dentro de ese lugar mítico del Antiguo
Testamento para que pusiesen orden en la evidencia empírica salvada del diluvio
universal.
Finalmente,
regresarían a una Tierra renovada en la que no quedaría nada del pasado (delete
*.*). Solo podrían usar los modelos que hubieran derivado de los datos
seleccionados, de esas perlas que no veíamos porque estaba ocultas dentro de gruesos
caparazones.
¿A
que suena absurdo?
De
hecho, es delirante, pero pienso, seriamente, que es una bonita ilusión.
Y
de ilusión también se vive.
¿No
creen?
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Sugerentes reflexiones, Roberto. Racón tienes. En lingüística ya hace tiempo que se sabe que el exceso de información es ruido.
ResponderEliminarAsí es, Félix. Pero separar la señal del ruido es complicado.
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