lunes, 28 de noviembre de 2016

Perseverar –por Jesús Mª Gallego

En un jovial artículo subsecuente a las recientes elecciones estadounidenses, Fernando Savater aseveraba en El País que es  inútil empeñarse en regañar a la gente por sus preferencias (todos son “gente”, los que piensan como nosotros y los demás), mejor es perseverar en educarla para argumentar y comprender en lugar de aclamar”.

Perseverar en educar. Irrefutable.

¿Hay alguien por ahí dispuesto a sostener en voz alta que es mejor no perseverar en la educación que perseverar en ella?

También podemos categorizar que es mejor la buena salud que la mala salud, o que es bueno y no malo que nos gusten el arte, las puestas de sol y la música.

¿Acaso conocen a alguien que afirme que no le gusta la música?

Perseverar en educar se está convirtiendo en un axioma-comodín peligrosamente en riesgo de resultar vaciado de contenido de una vez por todas, de tanto usarlo sin que lleve aparejada ninguna idea ni ninguna medida verdaderamente encaminadas a la perseveración.

Las puestas de sol son bonitas, los buenos alimentos nos gustan, los bebés son adorables y con la perseveración educativa viviremos todos en un mundo mejor. Sin duda.

En términos más concretos: con una mejor educación global, con un crecimiento de las capacidades intelectivas, con un acceso democratizado y libre a las fuentes de conocimiento, la sociedad escalará peldaños en el tortuoso itinerario hacia modelos convivenciales más evolucionados. Todo eso por descontado. Y sabemos que la educación no se inyecta ni se dispara, sabemos que en la educación se persevera.

En un mundo educativamente más avanzado no sería necesario prohibir el burka, porque nadie querría llevarlo; el innombrable hombre del pelo naranja no se vería obligado a afirmar que tal vez esté dispuesto a admitir que puede existir alguna relación entre la actividad humana y el calentamiento global, porque no parecería admisible pronunciar semejante obviedad en voz alta.

En mundo educativamente más avanzado resultaría tan incongruente invocar a Dios para que nos ayude a la consecución del sueño americano como hacerlo para que se ponga de nuestra parte en la tanda de penaltis de la final del campeonato local de fútbol-sala.

Perseveremos, por tanto. A todos nos interesa. ¿O no?

La explotación estadística de infaustos resultados electorales recientes, del Golfo de Florida a la península del Morrazo, de las playas de Barranquilla a los barrios obreros de Newcastle, nos enfrenta a una demoledora inclinación de los segmentos educativamente más desfavorecidos a votar en masa a las opciones más lesivas para sus propios intereses.

Podemos interpretarlo jovialmente, como Savater, porque elegir según recomienda la lógica, la fuerza de las razones, la opinión de los expertos políticos y morales, puede ser socialmente beneficioso, pero deja un regusto de que es “lo que hay que hacer”, lo obligado; mientras que ir contra lo que parece conveniente y cuerdo es peligrosísimo, pero sin duda revela que uno sigue su real gana o preocuparnos de verdad, temblar, porque la ecuación es transparente hasta para el innombrable del pelo naranja: si entre los que habitan en tramos educativos avanzados he obtenido un porcentaje de votos ínfimo y, por el contrario, entre los educativamente desfavorecidos y los directamente excluidos he resultado aclamado, ¿cómo pueden sugerirme que favorezca la perseveración?

Por Dios, no me pidan que ponga palos en mis propias ruedas, no me pidan que cargue mi fusil reglamentario y me dispare en el pie. La ecuación es la que es, transparente: si dentro de cuatro años los electores son un poco más incultos, las posibilidades de ser reelegido serán mayores.

Malos tiempos, oscuras perspectivas.

Permítanme un inciso final en forma de interrogación retórica: ¿vencer en las urnas convierte a un innombrable en nombrable, a un machista abyecto en respetable dirigente, a un racista xenófobo o a un cafre creacionista en digno ciudadano que opina diferente?

Creo que no, sigue siendo un innombrable machista cafre y xenófobo, pero ahora es nuestro innombrable machista cafre y xenófobo, el nuestro y el de todos, world wide.

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