Bruselas, Parlamento Europeo, 27
Septiembre de 2016
1. INTRODUCCIÓN A EUROMIND
Quiero comenzar mi intervención con una
introducción a EuroMind, un foro, creado por la eurodiputada Teresa Giménez Barbat, en el que se promueve la relación de la ciencia con la
política para intentar contribuir a mejorar la sociedad del siglo XXI.
Según Savo Heleta, los académicos “pueden cambiar el
mundo si dejan de hablar exclusivamente con sus colegas”.
Dejar las propuestas de
cambio social en manos de individuos de dudosa competencia, mientras que
quienes invierten su tiempo en estudiar y promover el pensamiento creativo,
ocultan sus ideas en oscuros medios, es, pensamos algunos, irresponsable.
Los académicos debemos
salir de nuestra Torre de Marfil para denunciar la falta de conocimiento (y de
lógica) entre quienes toman decisiones vitales en nuestras vidas.
Decir lo que sabemos,
no lo que se desea oír, es un imperativo moral.
Para la escritora norteamericana Alice Dreger, es urgente poner encima
de la mesa la evidencia disponible. Las autoridades encargadas de legislar son
pésimas en esta tarea. No son conscientes de que la revolución científica hizo
posible la llegada de la democracia de la que disfrutamos en algunos rincones
del planeta, al menos por ahora.
Ahora más que nunca,
las democracias deben proteger la investigación científica.
El ciudadano debe aprender a exigir
que se le demuestre lo que se dice, en lugar de confiar en el discurso de
seductoras personalidades.
Primero debe ir la evidencia y
después la acción social.
La libertad para preguntarse, pensar
libremente, hablar abiertamente e investigar es absolutamente esencial para
nuestro mundo democrático. Olvidar esa consigna destruirá nuestra sociedad.
El ciudadano debe tener acceso a una información
fiable.
Declara Dreger:
“La evidencia es una cuestión ética, la más importante de la
democracia moderna.
Si
se desea justicia social hay que buscar la verdad.
(…)
raramente nos damos cuenta de que el infierno está lleno de gente con buenas
intenciones”.
Las decisiones
políticas solamente ideológicas son nocivas y una academia secuestrada por la
pandemia de lo políticamente correcto (PC) no es un lugar en el que mirar.
La libertad académica
es absolutamente crucial.
El caso del exministro
alemán Thilo Sarrazin es un ejemplo
de acoso a esa heterodoxia por parte del establishment
encargado de definir lo que es aceptable e inaceptable, es decir, la
tristemente famosa ‘corrección política’.
Sarrazin identifica una
serie de ‘mantras’ de esa corrección política. Mencionaré solamente algunos:
1.- La desigualdad es mala, la
igualdad es buena.
2.- El rico debe sentirse culpable,
salvo si es deportista o artista.
3.- Las diferentes condiciones de
vida no tienen nada que ver con lo que la gente elige, sino con sus circunstancias.
4.- Todas las culturas poseen
idéntico valor. Es importante minusvalorar la civilización occidental y
cristiana. Quien piensa lo contrario es un xenófobo.
5.- El Islam es una religión
pacífica. Quien discute esto es tan malvado como un antisemita.
6.- Las naciones occidentales
industrializadas son las principales responsables de las míseras condiciones en
otros lugares del planeta.
Declara Sarrazin:
“Es importante que se le de espacio –en un sentido literal y
moral—a quienes disienten para que puedan desarrollar y exponer su perspectiva
sin temor al castigo.
El
progreso social, científico y cultural comienza con el desacuerdo de una
minoría”.
Moviéndonos hacia el núcleo de mi
intervención debemos preguntarnos:
¿Por qué
es relevante la Psicología individual?
Desde EuroMind se mantiene que el relativismo cultural que permite la presencia de valores inhumanos, no debe
tener espacio en Europa. Por ejemplo, las costumbres religiosas contrarias a
las libertades individuales deben ser excluidas de nuestra sociedad.
Quiero subrayar aquí la
relevancia crucial de la arquitectura psicológica de los ciudadanos. Necesitamos
una respuesta científica sobre la naturaleza de esa arquitectura para ayudar a
los políticos a adoptar las decisiones que influyen en la vida de sus
representados, de nosotros los ciudadanos.
Me conviene ahora recordar
que Steven
Pinker es un autor de referencia en EuroMind.
No pocas de sus ideas están
inspiradas en la Psicología diferencial (o individual) que yo llevo cultivando
desde hace tres décadas.
Veamos algunos ejemplos:
1. La realidad social únicamente
existe dentro de un grupo de personas.
2. Esa realidad social depende de la
capacidad mental de cada una de esas personas, de su capacidad para comprender,
por ejemplo, las cuestiones de interés público.
3. La cultura constituye una
epidemiología de las representaciones mentales de cada uno de los ciudadanos.
4. Las ideas y prácticas se diseminan
de persona a persona.
5. La cultura colectiva proviene, en
última término, de la psicología individual.
6. Por tanto, la cultura puede anclarse
en la psicología.
7. Y la psicología se apoya en la
neurociencia porque nuestras mentes se componen de redes de neuronas en las que
se ‘enredan’ pensamientos y sensaciones.
Pinker se limita así a constatar lo
que ahora sabe la ciencia más allá de toda duda razonable. Y eso que se sabe
encaja a la perfección con la perspectiva de la Psicología individual.
Veámoslo.
1. Cada individuo posee una primera
identidad escrita en su GENOMA. No hay dos GENOMAS iguales, y, por tanto, cada
individuo es único desde el principio.
2. Ese GENOMA, en colaboración con el
entorno, va construyendo un CEREBRO, que es también único, como demuestra el
estudio del CONECTOMA. No hay dos CONECTOMAS iguales, y, por tanto, cada
individuo es único también después, no solamente desde el principio. De hecho,
la neurociencia actual es capaz de identificar la huella dactilar de
nuestros cerebros.
3. La puesta en práctica de la receta
escrita en el GENOMA, usando determinados ingredientes del entorno, configura
nuestra IDENTIDAD ÚNICA apoyada en el CONECTOMA.
Así se sencillo.
El hecho de que las
mentes de los ciudadanos no sean pizarras en blanco, o arcilla fácilmente
moldeable, le complica el trabajo al político, pero así son las cosas.
Es un hecho que los
mecanismos de socialización no funcionan igual en distintos individuos.
Por tanto, comprender
esas diferencias resulta crucial.
2. PSICOLOGÍA INDIVIDUAL
Aunque no debería ser necesario, el
sociólogo norteamericano Charles Murray
nos recuerda que los gobiernos deben facilitar que
los ciudadanos puedan alcanzar la felicidad.
Es decir, los gobiernos
deben ayudar a que los ciudadanos puedan albergar una sensación duradera y
justificada de satisfacción con la propia vida.
Esa meta es
incompatible con la confianza ciega en el poder transformador de una ingeniería
social dirigida al colectivo, sencillamente porque los ciudadanos deben ser tratados
como individuos.
La Psicología diferencial estudia en qué
sentido se distinguen (y se parecen) esos individuos.
Un resultado sólido de la investigación hecha
en esta disciplina científica es que “si
comparamos dos grupos humanos, las diferencias que separan a los individuos de
cada grupo es dramáticamente mayor que la diferencia promedio que separa
a esos grupos”.
Si, por ejemplo, elegimos al azar a dos
ciudadanos alemanes, sus diferencias psicológicas serán mucho mayores que la
diferencia que, en promedio, separa a los alemanes de los españoles.
Por cierto, alemanes y españoles son
ciudadanos de la UE.
Y según la definición oficialmente
aceptada, un ciudadano de la UE es un individuo que
ostenta la nacionalidad de un estado miembro.
En esta región de nuestro
planeta se persigue una federación de estados. Algunos sostienen que alcanzar
ese objetivo exige un sentimiento de pertenencia que pueda integrar a millones
de personas.
Pero hay que volver a recordar
que cada una de esas personas es única.
Como subraya Amin Maalouf, “mi identidad es lo que hace que yo no sea igual a ninguna
otra persona”. Esa identidad está compuesta por numerosos elementos
que van más allá de lo que figura en los registros oficiales: “la humanidad entera
se compone sólo de casos particulares (…) cada humano es distinto de los demás”.
Pero este merecido ganador del Premio
Príncipe de Asturias nos alerta de que hay
demasiados intereses creados basados en instrumentalizar las identidades de
grupo para beneficiar a determinados individuos. Desde esta perspectiva, la
globalización es, de hecho, una amenaza a las identidades de los pueblos, realidad
que algunos están dispuestos a instrumentalizar sin escrúpulos.
El antídoto, para Maalouf, es invitar a nuestros
contemporáneos a asumir sus múltiples pertenencias, en lugar de obligarles a
elegir. El fracaso en asumir esa diversidad erosionará nuestra sociedad.
Marian Tupy, del CATO Institute, sostiene
que “los europeos conciben la nacionalidad según un criterio de etnicidad, no según el
concepto de ciudadanía”.
Por un lado, las identidades
nacionales de los estados europeos han ido evolucionando por separado y han
competido entre sí durante siglos. Y eso no puede eliminarse con simple
ingeniería social.
Por otro lado, ser europeo significa
vivir en Europa, pero no conlleva ninguna clase de distinción política. Es una simple
cuestión geográfica.
Según Tupy, “la identidad de los individuos no proviene de
su conexión con principios abstractos como la libertad, la igualdad y la
fraternidad, sino con ataduras culturales, religiosas, históricas y
lingüísticas”.
A mi juicio se debe trabajar para que los
ciudadanos comprendan el hecho de que el único lugar real en el que
cristalizan las diferentes identidades es el individuo.
Si determinados
colectivos sienten la necesidad de meter ruido para afirmar su singularidad, es
porque esta singularidad se va difuminando por efecto de, por ejemplo, la
globalización.
La ciencia debe
ayudarnos en la tarea de cimentar un mundo en el los ciudadanos puedan caminar
juntos.
Pero no será fácil.
El psicólogo norteamericano David Lykken nos advirtió, hace más de
20 años, de que los firmantes del tratado europeo nadaban en contra de la corriente
de la evolución, en su intento de transformar una Torre de Babel en un poderoso
organismo socioeconómico integrado.
Su predicción fue que los europeos fracasaríamos
miserablemente, tarde o temprano.
¿Por qué?
Porque los grupos sociales humanos
progresan y se cohesionan solamente cuando comparten una cultura.
El caso de los Estados Unidos demuestra,
según él, que puede tolerarse una considerable diversidad, pero que hay
límites.
Si se hubiese permitido
que los inmigrantes de los distintos estados de la unión conservasen la lengua
y las costumbres del viejo mundo, los Estados Unidos de América no existirían.
Según Matt Ridley, la competición y las
dificultades para unirse en un gran estado estimularon el desarrollo en Europa,
evitando una burocracia que hubiese llevado al estancamiento, como sucedió, por
ejemplo, en China durante la dinastía Ming.
Ridley no se atreve,
pero este argumento puede apoyar a quienes mantienen que la Unión Europea es una idea de mala
a muy mala.
Este británico anima a
facilitar el libre comercio para mejorar nuestra prosperidad, reduciendo el
intervencionismo político y fomentando la autonomía de los individuos.
En el mundo actual los
ciudadanos de a píe son los verdaderos protagonistas. Dirigir desde arriba (top-down) es una estrategia obsoleta y
dañina para fomentar la prosperidad.
La sociedad actual es
un sistema altamente complejo que se regula mejor desde abajo (bottom-up). Nos irá mejor si los
representantes dejan de empeñarse en dictarnos (con la colaboración activa de
los medios de comunicación) lo que debemos o no debemos hacer nosotros, los
ciudadanos.
3. ENFOQUE
Al entrar en el tramo final de mi
intervención, me veo obligado a intentar responder la gran pregunta:
¿Qué se puede hacer
para promover que el ciudadano añada Europa a su identidad individual?
Ofreceré tres respuestas que deben
considerarse complementarias.
EN PRIMER LUGAR, se deben combatir los
estereotipos nacionales sirviéndose de técnicas científicas de presentación
imparcial y deducción prudente.
Yanko Tsvetkov ha construido un interesantísimo atlas
(cómico) de estos prejuicios.
Según ese atlas, en 2022…
- Grecia será propiedad de China
- La Unión Europea estará formada
únicamente por los países del Este (excepto Turquía, el eterno candidato)
- Alemania controlará el mismo número de
países que dominaba en 1941 (bajo
el inquietante nombre de Merkel-Reich)
- El Mediterráneo pasará a
llamarse Mar Nudista Alemán
- España se habrá escindido en tres
regiones: la Vaticana (que agrupa a las dos Castillas), el Imperio Catalán y el
Valle Durmiente (Andalucía).
- Euskadi será absorbida por
Alemania
Confiesa Tsvetkov que “los políticos refuerzan los estereotipos
nacionales”.
Pienso que debería realizarse un estudio
empírico de las diferencias nacionales. Sería de capital importancia para promover
esa identidad europea.
Mi predicción sobre el resultado de ese
estudio va sobre seguro porque cualquier comparación grupal revela muchas más
semejanzas que diferencias.
Esas diferencias son entre individuos,
no entre grupos.
Quizá convenga recordar ahora que la
UNESCO subrayó hace tiempo el hecho de que “los prejuicios nacen en las mentes individuales”.
EN SEGUNDO LUGAR, se debe combatir la
irracional creencia de que la nación o el grupo social propios son superiores (o
inferiores) a los demás.
A menudo se repiten frases hechas sin
pararse a pensar en su verdadero significado, simplemente porque son moneda
común en un determinado ambiente sociocultural.
- Los países del sur (PIGS) son una
lastre para Europa.
- El norte de Europa es próspera y civilizada.
- El inglés bebe té y mira a los demás por encima del
hombro.
- El francés es grosero, débil y cobarde.
-
El alemán es Nazi,
consume cantidades enormes de cerveza y no tiene sentido de humor.
- El irlandés es alcohólico, colérico y tienen muchos
niños.
- El italiano es un gánster y vive de manera indulgente.
- El español torea unos minutos antes de echarse una
olímpica siesta.
Es ridículo insistir en el nivel de
estupidez que reflejan estas simplificaciones y en el daño que causan. El
discurso del grupo se encuentra arraigado en nuestros cerebros y será
complicado extirparlo. Pero no hay más remedio. Y a ello debería contribuir la tercera
y última medida.
EN TERCER LUGAR, nunca se subrayará lo
suficiente el hecho que la unidad de análisis correcta sobre la que construir
la identidad es el individuo.
Europa sería una más de las facetas de
esa identidad individual.
No propongo administrar ninguna clase de
ingeniería social para convencer a los ciudadanos europeos de que acepten
esa identidad europea.
Lo que sugiero es que se debe hacer
pedagogía para explicar al ciudadano que su naturaleza individual constituye su
identidad y que puede decidir libremente incorporar Europa a esa identidad para
compartir un proyecto de integración.
Judy
Harris –la famosa abuela de New Jersey—puede ayudarnos en ese proceso pedagógico.
Según Harris, las personas
(a) gestionan sus relaciones vis a vis, (b) se socializan y (c) miran de superar
a sus rivales.
Saber de quién hacerse
amigo, con quién negociar o con quién emparejarse, requiere aprender a evaluar
a la gente. Y eso exige considerar a cada individuo por separado:
José Antonio tiene su
propio archivo en mi mente y ese archivo es claramente distinto al de Beatriz, Patricia
o Teresa.
En segundo lugar,
socializarse supone hacerse con la cultura.
Finalmente, tener éxito
en la vida adulta exige desarrollar una estrategia a largo plazo destacando las
virtudes y ocultando los defectos.
El sistema de
relación registra información sobre personas concretas, mientras que
el sistema de socialización combina datos y hace cálculos para
llegar a promedios (los franceses son…, las mujeres son…, etc.).
La aceptación por parte
del grupo y el éxito en las relaciones de amistad son dos procesos diferentes. Y
poseer un alto o bajo estatus durante la niñez tiene efectos a largo plazo sobre
quién acaba siendo el adulto.
Estos tres sistemas
se encuentran fuertemente arraigados en nuestros cerebros y no podemos
ignorarlos porque son importantes para construir nuestra identidad.
La gente concreta
con la que nos relacionamos, los grupos a los que nos unimos y nuestra posición
en esos grupos va configurando nuestro modo de ser, nuestra identidad.
Esos tres sistemas
existen porque contribuyen a la vida en sociedad, y son también responsables de
que cada uno de los miembros de esas sociedad sea único.
Las soluciones
políticas no pueden ignorar esa variabilidad natural fuertemente anclada en la
arquitectura psicológica de los ciudadanos.
No se puede gobernar
dándole la espalda a esa realidad individual.
O, mejor dicho, se
puede, pero no se debería si se persigue un impacto real y la mejora de la
armonía social.
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Permítame finalizar con
una brevísima analogía.
Debemos ponernos manos
a la obra para volver a asfaltar los puentes que llevamos construyendo desde
hace años aquí en Europa.
El desgaste ha
provocado baches que hacen que el viaje se nos antoje más incómodo.
Pero si seguimos
pensando que vale la pena, busquemos la maquinaría más eficiente, y basada en
la evidencia, para allanar el camino.
Europa tendrá que
concebir su identidad como la suma de todas sus identidades. Sus ciudadanos
deben poder sentirse plenamente europeos sin dejar de ser alemanes, franceses o
españoles.
Concuerdo con Maalouf
cuando declara: “forjar
la nueva Europa es forjar una nueva concepción de la identidad”.
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