domingo, 12 de junio de 2016

Más sobre el supuesto fraude (sanitario) de Eysenck

James Coyne publica en PLOS Blogs (Mind the Brain) un extenso artículo sobre el supuesto fraude de Eysenck del que ya hablamos aquí.

En concreto, Coyne se centra en la tesis de Eysenck de que la terapia psicológica puede contribuir a prevenir el cáncer y los trastornos coronarios, así como prolongar la esperanza de vida de personas con un cáncer avanzado. Ofrece información detallada para demostrar que los datos de base habían sido cocinados.

Aunque los científicos actuales apenas citan los informes técnicos en los que Eysenck presentó esos supuestos datos fraudulentos, la tesis básica que sustentó la evidencia publicada sigue vigente. Un importante meta-análisis relativamente reciente sobre la relevancia de los factores psicológicos en el cáncer, por ejemplo, incluyó los datos de Eysenck, revelando un panorama que puede ser, por tanto, falso.

En realidad los datos usados por Esyenck fueron recogidos por el croata Grossarth­ Maticek, quien usó una clasificación tipológica (alta versus baja racionalidad versus anti-emocionalidad) generalmente rechazada por Eysenck a favor de los modelos dimensionales.

Los resultados más llamativos parecían apoyar que la terapia psicológica podía reducir sustancialmente la mortalidad por cáncer o cardiopatía. Los efectos destacados fueron sobresalientes, a pesar de que la terapia aplicada fue bastante informal.

A partir de 600 sujetos experimentales y 500 controles, se observó que, en el seguimiento, fallecían 128 por cáncer y 176 por cardiopatía del grupo control, mientras que fallecían 27 por cáncer y 47 por cardiopatía del grupo experimental.

Por tanto, el efecto profiláctico de esa casi informal terapia psicológica resultó apabullante. Los psicólogos daban palmas con las orejas. Los médicos se ponían más nerviosos que los asistentes al bautizo de un Gremlin.

Un problema que señala Coyne es que el encargado de aplicar esa terapia semi-informal fue exclusivamente el propio Grossarth­ Maticek, lo que hubiera producido una demencial carga de trabajo. Y añade que la perspectiva original del investigador croata era claramente psicoanalítica, mientras que es de sobra conocido que Eysenck aborrecía cualquier cosa relacionada con Freud y sus secuaces.

Cuando comienza su colaboración, los datos se ‘reorganizan’ para demostrar que la terapia psicoanalítica posee un efecto dañino sobre el cáncer y la cardiopatía. Se modifica el lenguaje usado en la terapia para eliminar la jerga psicoanalítica y darle un tinte cognitivo-conductual.

Según parece, los datos recopilados por Grossarth­ Maticek no se registraron sino que se fabricaron y Eysenck se subió al carro porque el mensaje le atrajo. Sin embargo, no había realmente nada en ellos que llevara a la conclusión de que los factores psicológicos se asociaban a la salud física del modo en el que asumía el tratamiento psicológico aplicado.

Coyne hurga en la herida señalando que Eysenck había defendido de modo beligerante que la terapia psicológica era tan efectiva como la recuperación espontánea y que modificar la personalidad era una tarea que rayaba lo imposible. Sin embargo, al pasar los datos del croata por la batidora aceptó sin rechistar que una simple terapia breve podía cambiar el tipo de personalidad que aumentaba el riesgo de fallecer por cáncer o por cardiopatía.


No es esa la conclusión que extraigo después de mi lectura del libro de Eysenck en el que se resume la evidencia. Su modelo expresa la secuencia en la que tienen lugar las interacciones de la personalidad, el estrés, los sentimientos de desesperación, desamparo y depresión, los niveles de cortisol y la inmunodeficiencia. La terapia psicológica no estaba destinada a cambiar la personalidad de nadie. Se dirigía a modificar la conexión de la interacción personalidad-estrés con las variables fisiológicas que promueven la inmunodeficiencia.

Pero sigamos con la historia de Coyne.

Las dudas sobre la calidad de los datos de Grossarth­ Maticek ya se habían manifestado antes de que comenzase su colaboración con Eysenck. Un famoso psicólogo diferencial alemán, Manfred Amelang –que Coyne consigna incorrectamente en su artículo—tuvo que valorar los méritos del croata cuando optó a una plaza en su país, llegando a la conclusión de que esos datos eran “demasiado bonitos para ser verdad”.

Eysenck conocía la historia y le pidió los datos al croata para hacer cálculos por su cuenta. Las compañías de tabaco que financiaban a Eysenck exigieron una valoración independiente de la evidencia. El resultado del intercambio con los críticos se publicó en Psychological Inquiry. Los comentarios resultaron demoledores, pero la tormenta escampó con el paso del tiempo porque no hubo un frente común. Solamente la críticas de Tony Pelosi y Louis Appleby publicadas en el BMJ lograron atraer la atención de los medios. Eysenck respondió, naturalmente.

Pero veinte años después de esa polémica, las instituciones implicadas siguen declinando adoptar resolución alguna. La academia británica no desea mojarse. O eso es lo que concluye Coyne.

No soy un especialista en salud e informarse seriamente sobre esta historia requiere invertir un tiempo que prefiero dedicar a otros menesteres. Pero valdría la pena que alguien del gremio se animase a profundizar, especialmente ahora que estas cosas del fraude científico se han puesto de moda. El efecto halo podría contribuir a un injustificado veredicto de culpabilidad. No sería la primera vez.


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