domingo, 26 de junio de 2016

La genética conductual de Robert Plomin en el paredón científico

Como anunciamos el viernes, el artículo de los diez hallazgos replicados en genética de la conducta dirigido por Robert Plomin recibió un par de comentarios críticos publicados en la misma revista. Sus responsables fueron James Lee y Matt McGue, por un lado, y Eric Turkheimer por otro.

El de los científicos de Minnesota es bastante tibio. Se centran en un punto inédito en el listado de Plomin y sus colegas: la interacción genes-ambiente (GxE). Subrayan que constituye un aspecto que no suele ser blanco de las críticas de los escépticos, pero también que los resultados encontrados al respecto distan de ser tan replicables como los puestos encima de la mesa en el artículo target.

Resaltan también que aunque los efectos observados en los estudios GWAs, en los que se relacionan las variaciones en el ADN con las diferencias psicológicas, son minúsculos, eso no significa que no sean biológicamente relevantes.

Pero es el científico de Virginia quien trae a colación una serie de cuestiones por las que el artículo target pasa de puntillas. Eso no significa que rechace la esencia de los Top Ten:

Desde el día que nacemos presentamos una distinta probabilidad de convertirnos en extravertidos o pianistas.
Este ‘resultado’ no sorprendería a nuestros tatarabuelos:
la manzana no se aleja mucho del árbol al caer”.

Pero esta clase de hechos no resultan particularmente interesantes, según él.

Demostrar que un rasgo es heredable o no posee un cierto interés, pero ayuda poco a comprender lo verdaderamente relevante, es decir, el mecanismo genético que subyace al desarrollo de los rasgos humanos complejos. Ni siquiera los sofisticados modelos multivariados de la genética conductual han ayudado a desentrañar ese mecanismo:

Se supuso que el debate naturaleza-crianza giraba alrededor de si las diferencias conductuales se podían caracterizar mejor desde una perspectiva genética o ambiental, pero se ha demostrado que esa era una pregunta incorrecta”.

Turkheimer se pregunta qué ganaremos en la desesperada caza de genes en la que se encuentra inmersa actualmente la comunidad científica. Con muestras enormes y paciencia se encontrarán algunas relaciones significativas del ADN con las diferencias de conducta pero ¿cuál será su significado? Al final la estrategia que siguen se puede resumir así: “high-tech p-hacking”.

Cuando estudiamos la conducta humana, los resultados que se replican son los más generales y menos interesantes. Subrayar lo que se logra replicar ignorando lo más relevante puede no ser particularmente útil para contribuir a un avance real:

No es la ciencia de la conducta humana la que fracasa al intentar replicar sus resultados, sino la conducta humana en sí
(…) ese fracaso proviene de una combinación de la complejidad del desarrollo humano y de la imposibilidad de establecer un control experimental sobre la mayor parte de los fenómenos de interés
(…) el logro educativo y el divorcio no constituyen entidades que se puedan discernir a un nivel de análisis genético.
Por tanto, nos espera una proliferación de resultados pequeños, diversos y contingentes que no se acumularán para construir teorías científicas coherentes.
No serán resultados sólidos con grandes efectos, sino la firma de un problema complejo explorado a un nivel de análisis equivocado”.

A pesar de su escepticismo, Eric reconoce que puede estar equivocado. Además, concuerda con Plomin y sus colegas en que existe una influencia genética clara sobre las diferencias individuales de naturaleza psicológica. Y ese hecho demostrado (debería) posee(r) una enorme influencia sobre el modo en el que los científicos estudian la conducta humana.

Me temo que los escépticos se olvidarán de ésta última parte y se cebarán en las demás cosas discutidas por Turkheimer para seguir con sus absurdos juegos de guerra.

Una lástima.


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