Aunque es un pensamiento
inquietante, no podemos negar que una proporción de la población adulta
(mayoritariamente masculina) siente interés sexual por los menores.
Muy recientemente aparecía en
televisión la noticia de una nueva acción policial contra el intercambio de
pornografía infantil. Como en otras ocasiones, se resaltaba el gran tamaño de
las colecciones incautadas y el perfil social diverso de los detenidos.
Para abordar este problema, hay
que empezar por aclarar la naturaleza real de este fenómeno.
El término “pornografía”
aplicado a estos materiales es engañoso. No son nada comparable a la
pornografía adulta. Se trata del registro audiovisual del abuso sexual de un
menor. Aunque existe una escala internacional para graduar la gravedad de los
materiales (escala COPINE), no debemos pensar que las colecciones incautadas se
componen de fotografías de niños desnudos. Se trata de
vídeos y fotografías de extrema dureza, que recogen actos de agresión sexual,
sadismo e incluso zoofilia con niños muy pequeños.
Es un fenómeno áspero que
despierta preguntas muy profundas acerca de la naturaleza humana y de lo que
somos capaces de hacer.
¿Cuántas personas en nuestra
sociedad utilizan estos materiales?
No es una pregunta fácil de
responder con exactitud, pero hay motivos para pensar que no son pocas.
En 2014, Michael Seto, de la Universidad de Ottawa, publicaba, junto a otros
investigadores suecos, un estudio
epidemiológico con una muestra comunitaria sobre el uso de pornografía
infantil.
La muestra estudiada estaba
compuesta por casi 2000 jóvenes suecos de entre 17 y 20 años. En una encuesta
anónima se les preguntaba por distintas actitudes y conductas sexuales, que
incluían el uso de pornografía infantil. Un 4,2% de los
participantes afirmaron haber visto pornografía infantil.
Las variables que se asociaban
estadísticamente con esta conducta incluían otros comportamientos antisociales
(robos, violencia en el colegio), alta preocupación sexual (un fuerte interés
por el sexo), agresividad, interés sexual en niños menores de 14 años, la
visión de los niños como seductores, y la influencia de iguales (pertenecer a
un grupo que piensa que el sexo con niños es positivo y que usa pornografía
infantil). También aparecía una asociación significativa con el uso de
pornografía en general, especialmente pornografía
violenta.
Los autores concluyen algo que
también vemos los profesionales que tratamos con esta población. Existen
distintas combinaciones de factores (que podríamos llamar perfiles) que pueden conducir a esta conducta. Para algunas
personas, el uso de pornografía responde a un interés sexual en los menores, en
ocasiones combinado con tendencias antisociales. Para otros se trata de la
expresión de una alta búsqueda de sensaciones que les conduce a utilizar todo
tipo de materiales extremos.
El uso de pornografía infantil
es un fenómeno complejo.
La muestra que utilizaron los
autores está muy restringida a una franja de edad. Pero nos indica que este
tipo de comportamientos están lejos de ser anecdóticos.
¿Qué respuesta puede dar la
sociedad ante este problema?
Una es indudablemente la
policial, judicial y penitenciaria. La detección, condena y posterior
tratamiento de estas personas debe de contribuir a la disminución de este
fenómeno.
El sistema penitenciario
español ha puesto en marcha un programa de tratamiento psicológico para la
población de penados por delitos relativos a la pornografía infantil (Fuera
de la Red), principalmente en el ámbito de las medidas alternativas
(donde se encuentra una mayoría de estos penados) pero también en el interior
de las prisiones.
He formado parte del equipo que
lo ha diseñado, junto con mi colega y amiga Laura Negredo (de la SGIP) y el grupo de la Universidad de Valencia
dirigido por la profesora Marisol Lila.
En Alemania se desarrolla desde
hace años un interesante proyecto orientado al tratamiento, dentro de la
comunidad, de personas que no han tenido contacto con el sistema legal. Es
decir, que ofrecen tratamiento a adultos interesados sexualmente en menores (y
que frecuentemente utilizan pornografía infantil) pero que no han sido
detenidos, juzgados y condenados. Este es el denominado Proyecto Dunkelfeld (literalmente ‘campo oscuro’). El término hace referencia a una cifra oscura, cuya
dimensión realmente no se conoce.
Este proyecto arrancó con una
campaña publicitaria en los medios de comunicación en la que se ofrecía
tratamiento gratuito y confidencial. El programa de tratamiento (programa BEDIT) implica una intervención
integral psicoeducativa y farmacológica (en los casos necesarios). Se implica
al paciente pero también a las familias. Es indudablemente un proyecto
apasionante que se acompaña de prometedoras líneas de investigación.
El interés sexual adulto en los
menores es una realidad desoladora pero innegable. Aquí solamente he dado unas
mínimas pinceladas de un fenómeno muy complejo.
Las sociedades modernas deben dar una respuesta avanzada a un problema de este calado.
Creo que la nuestra va en esta
dirección.
Muchas gracias por el interesante post Óscar. ¿Consideras que el uso de Internet supone un salto cualitativo en esta clase de conductas? Por otro lado, ¿mantendrías que este tipo de conductas desviadas son diferentes de las dirigidas a la población adulta? Finalmente, ¿es vuestro programa similar a los activos en otros países como Alemania? ¿o existen algunas diferencias ligadas a la cultura? Pregunto esto último porque nuestro país, y, en general, el mediterráneo es bastante menos problemático con el sexo que el norte de Europa. Saludos, Roberto
ResponderEliminarMuy buen artículo amigo.
ResponderEliminarMuy buen artículo amigo.
ResponderEliminarCon respecto a tu pregunta Roberto, Internet está unido ya de forma indisoluble al fenómeno de la pornografía infantil. Antes conseguir estos materiales era costoso y arriesgado. Ahora sin embargo con Internet son fácilmente accesibles, existe una inmensa disponibilidad y el usuario tiene una falsa sensación de anonimato. Con respecto a tu segunda pregunta, hay datos que apoyan que una proporción significativa de los usuarios de pornografía infantil son diagnosticables de pedofilia (aunque este es un tema polémico). Por lo tanto, serían personas con un interés sexual estable y potente (aunque no necesariamente exclusivo siguiendo criterios DSM5) hacia los menores. Fuera de la Red se ha nutrido de distintos programas, incluido el BEDIT alemán. No se me ocurre ahora mismo que hayamos incluido diferencias culturales, al menos de forma consciente. Una diferencia significativa con su programa es que ellos trabajan con pacientes voluntarios que reconocen su problema. En el entorno penitenciario hay que dedicar inevitablemente grandes esfuerzos a ayudar a la gente a aceptar que algo anda mal en sus vidas. Esa ha sido la contribución del equipo de la universidad de Valencia. La idea de hacer comparaciones transculturales de este fenómeno es muy interesante.
ResponderEliminarRiki, muchas gracias.
Muy interesante, Óscar. Gracias por la informacion. La verdad es que no me sorprenden las cifras, pues son constantes las noticias sobre estos casos.
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