Si fuera francés, inglés o alemán y
leyese una obra con contenidos sobre mi país remotamente similares a los que revisa
Julián Juderías sobre España, primero
se me revolvería el estómago, luego vomitaría bilis amarilla y finalmente me
invadiría una incontrolable ira.
Pero los españoles que leyeron a
Juderías hicieron oídos sordos a la abrumadora evidencia histórica manejada por
este erudito, abriendo sus mentes, por el contrario, a quienes denuncia (con
lujo de detalles) por su injustificado maltrato a nuestro país, por sus “absurdos prejuicios
sobre la realidad española”.
Juderías falleció con 40 años de edad
víctima de una gripe. Tuvo acceso a una ingente cantidad de fuentes
documentales primarias gracias a su dominio de 16 idiomas (no es un error,
hablaba 16 idiomas). Entre otras cosas, combatió el horror del colonialismo
practicado por Francia, Inglaterra, Alemania, Holanda y Bélgica. Fue un
convencido feminista (el sufragio femenino se aprobó en España en 1931, catorce
años antes que en Francia) y demostró lo absurdo de la tesis de las dos
Españas.
Así es como define Juderías la Leyenda Negra:
“La España inquisitorial, ignorante, fanática, incapaz de
figurar entre los pueblos cultos lo mismo ahora que antes, dispuesta siempre a
las represiones violentas; enemiga del progreso o de las innovaciones; o, en
otros términos, la leyenda que, habiendo empezado a difundirse en el siglo XVI,
a raíz de la Reforma, no ha dejado de utilizarse en contra nuestra desde entonces
y más especialmente en momentos críticos de nuestra vida nacional
(…)
los caracteres que ofrece la leyenda antiespañola no han cambiado a pesar del
transcurso del tiempo. Se fundan en dos elementos principales: la omisión (de
lo que puede favorecernos) y la exageración (de cuanto pueda perjudicarnos)”.
Tristemente, los autores del canon
antiespañol han sido, también, españoles. Los mayores ‘enamorados’ de la
historia de España han sido extranjeros, a quienes recurre Juderías para
sacudirse las posibles atribuciones de parcialidad.
El hecho de que España se convirtiese,
durante los reinados de Carlos I y Felipe II, en la primera potencia global de
la historia, sorprendió a todo el mundo. Se pregunta Luis Español en el prólogo a la obra de Juderías:
“¿Qué clase de gentes y qué país misterioso eran esos que
surgían imparables en la historia superando todos los límites alcanzados por el
Imperio Romano?
(…)
el asombro, la admiración y el temor debieron disputarse el corazón de varias
generaciones de europeos
(…)
la Leyenda
Negra es un medio para matar en
efigie a quien se presume invencible en la práctica
(…)
el discurso antiespañol sirvió de pretexto para saquear los barcos españoles en
tiempos de paz, pasar a cuchillo a sus tripulaciones y apoderarse de sus
tesoros
(…)
la pereza y la ignorancia son los pechos que alimentan los prejuicios, y, por
tanto, los juicios ponderados tienen todas las de perder”.
Es una desgracia que la obra de
Juderías nunca se haya traducido a otros idiomas. Una obra que se divide en
cinco partes: 1) la obra de España, 2) La España novelesca y fantástica, 3) la
leyenda en la historia de España, 4) La leyenda negra en España y 5) la obra de
Europa.
Haremos un brevísimo repaso de sus
contenidos, aunque debe tenerse claro que nada puede sustituir la lectura del
original. Procuren llevarle la contraria al prologuista y demuestren que les
disgusta tanto la ignorancia que son capaces de superar sus eventuales brotes
de pereza.
1. LA OBRA
DE ESPAÑA
Juderías se pregunta:
“¿Ha hecho algo España en el mundo, como no sea quemar
herejes y perseguir eminencias científicas, destruir civilizaciones y dejar por
doquier huella sangrienta de su paso?”
Se lo pregunta porque la Leyenda Negra se basa en una respuesta
negativa.
Innumerables detalles, sin embargo,
demuestran que hizo mucho. Solo podemos señalar ahora algunos ejemplos.
En la época visigoda, “la iglesia prestó a
España el servicio de organizar un gobierno regular, creando, sin esperar al
Protestantismo ni a los filósofos del siglo XVIII, un régimen parlamentario (…)
si ha habido un principio dominante en nuestra historia, más dominante que en
la historia de otras naciones, es el de la
intervención del pueblo en los negocios públicos,
dando a la palabra pueblo un sentido amplio capaz de abarcar todos los
elementos ajenos al poder de la realeza”.
La monarquía absoluta nunca existió
en España, a diferencia de lo ocurrido en otros países de Europa.
Antes de cerrar el siglo XV, “el afán de estudio
alcanza a la teología, a las matemáticas, a la astronomía, a la medicina y a la
historia (…) la superioridad de España no se debía solo a la fuerza de sus
armas, ni siquiera a la riqueza de sus ciudades y al florecimiento de sus
industrias, sino a la cultura de sus clases elevadas y al afán de saber que se
había apoderado de grandes y pequeños”.
Juderías rescata las palabras del
historiador norteamericano Charles F
Lummis:
“Cuando sepa el lector que el mejor libro de texto inglés ni
siquiera menciona el nombre del primer navegante que dio la vuelta al mundo
(que fue un español), ni del explorador que descubrió el Brasil (español
también), ni de los españoles que descubrieron y formaron colonias en lo que es
ahora los Estados Unidos, y que se encuentran en dicho libro omisiones tan
palmarias y cien narraciones históricas tan falsas como inexcusables son las
omisiones, comprenderá que ha llegado ya el
tiempo de que hagamos más justicia de la que hicieron nuestros padres a un asunto que debiera ser del mayor interés para todos
los verdaderamente americanos”.
Seguimos esperando.
No me extenderé en la destrucción del
mito
de la inquisición española, pero subrayaré algo que comenta Juderías:
“Los tres siglos de Inquisición coinciden con el periodo de
mayor actividad literaria y científica que tuvo España y con la época en la que
más influimos en el pensamiento europeo
(…)
ningún filósofo fue condenado por el Santo Oficio
(…)
¿cómo había en la España ominosa de los siglos XVI y XVII, 32 universidades y
4.000 escuelas de gramática?
(…)
a la enorme actividad
política correspondía una enorme actividad en la esfera intelectual, porque el
engrandecimiento de los países y sus diversas manifestaciones llegan siempre al
mismo nivel”.
Juderías repasa la influencia de la
cultura española sobre Francia, Inglaterra, Alemania, Italia o Flandes en los
siglos XVI y XVII. No solamente en las letras, sino también en las ciencias. Un
ejemplo que me cautivó fue que el Duque
de Alba (supuesto asesino iletrado y cruel) fundó en Lovaina una Cátedra
perpetua de Matemáticas. Otro ejemplo: las escuelas españolas para indígenas en
América comienzan a funcionar en 1524 y en 1575 (un siglo antes de que los
ingleses llevasen la imprenta a sus territorios conquistados –y arrasados) se
disponía en la ciudad de Méjico de un enorme número de libros editados en doce
dialectos indios. Un bonito ejemplo de respeto (real) a la diferencia.
También destruye Juderías aquí los
mitos que rodean el papel de España en América:
“Ninguna nación culta y civilizadora ha hecho en tan poco
tiempo lo que hizo España en aquellas regiones durante el siglo XVI, erigiendo
edificios y fundando y dotando escuelas para la enseñanza de tantas ciencias
(…)
un escritor inglés hace observar la diferencia esencial entre la América
española y la inglesa: la de que no existe el
odio de razas
(…)
el indio en las posesiones españolas nunca fue legalmente esclavo”.
Su visión sobre la decadencia de
España es interesantísima.
Con la llegada de los Borbones,
España deja de defender su ideal, es decir, el concepto católico de la vida,
que es espiritual, en contraste con el concepto protestante de la vida, que es
materialista y utilitario (“a partir de Felipe V fuimos meros satélites de Francia”).
Escribe nuestro autor:
“Unos pueblos sirven para el comercio, otros para la
industria, otros para reducir a moneda contante y sonante sus empresas, y otros
para disfrazar sus aspiraciones más egoístas bajo el augusto velo de la libertad
y de la justicia; el nuestro solo sirve para defender inverosímiles ideales y
para acometer empresas que, aún hablando solamente al corazón y a la fantasía,
dejan huella profunda y duradera en la historia de la humanidad”.
2. LA
ESPAÑA NOVELESCA Y FANTÁSTICA
Esta es la parte más desagradable del
libro de Juderías.
Su repaso pormenorizado del maltrato
hacia nuestro país genera auténtica repugnancia, y, por eso, omitiré los
detalles.
Diré, únicamente, que lumbreras como Montesquieu o Voltaire cargan contra España sin piedad, aunque “ninguno se ha molestado
en estudiar nuestra historia, ni nuestras leyes, ni nuestro modo de ser;
dotados de superior ingenio, formulan juicios y dictan sentencia con un aplomo
que pasma (…) los regeneradores del pensamiento humano sólo estaban de acuerdo
en combatir a la Iglesia católica y en despreciar a España”.
No está nada mal para los
autodenominados ‘ilustrados’.
3. LA
LEYENDA EN LA HISTORIA DE ESPAÑA
En esta parte, nuestro autor
demuestra que la campaña de difamación comienza con la lucha de Carlos I contra
la Reforma, aunque el principal objetivo de esos ataques propagandistas fue su
hijo, Felipe
II (“más
español, más perseverante, más inclinado a la desconfianza y el misterio, más
hombre de gabinete que militar (…) la fantasía y el miedo bordaron una leyenda
(…) era el Demonio del Mediodía (…) estos caracteres adjudicados al personaje simbólico,
trascienden y se hacen propios del pueblo que rigió”).
Guillermo de Orange, el padre Bartolomé
de Las Casas, Antonio Pérez (un traidor y una mala persona) y Reinaldo González
Montes (un exaltado) alimentaron eficazmente la leyenda que prendió y exaltó la
imaginación de los europeos.
Me resultó particularmente
interesante la crítica que Juderías hace del análisis
de Francis Galton sobre el deterioro
de la ‘raza española’ a consecuencia de su religiosidad y, por supuesto, de
las supuestas actuaciones de la Inquisición:
“Es como si nosotros dijéramos: las persecuciones de los
católicos en Inglaterra, las trabas puestas en este país a los judíos hasta
fecha reciente, y los millares de brujos y brujas quemados en la Gran Bretaña
en los siglos XVI y XVII tienen la culpa de que haya en este país escritores
como Mr. Galton”.
Brillante.
4. LA
LEYENDA NEGRA EN ESPAÑA
Aquí muestra Juderías nuestra
tendencia a despreciar lo propio y admirar irreflexivamente lo ajeno. Nuestros
‘intelectuales’
“admiraban las obras y seguían las doctrinas de los grandes
difamadores de nuestra patria
(…)
nuestros afrancesados, o como quiera llamárseles, han sido siempre los mismos.
Alaban lo ajeno y desconocen lo propio
(…)
todas las reformas se hacen bajo el peso de aquellas calumnias y difamaciones
(…)
la leyenda
negra ha ejercido su funesta
influencia sobre la mayor parte de nuestros historiadores”.
5. LA OBRA
DE EUROPA
Juderías subraya que “la existencia y el
mantenimiento de la leyenda negra
se debe a la humildad con que reconocemos la
superioridad moral y material de Europa”.
Esa Europa que se rige por la
economía:
“El hombre económico, cuyo prototipo es dado hallar en los
pueblos anglosajones, es aquel cuya única preocupación es el dinero; es aquel
para el cual la vida de sus semejantes no significa nada, como no sea un
elemento de riqueza; es aquel que explota a los obreros en sus talleres; que
acapara los productos de una industria para venderlos al precio que les
conviene, sin que le importen ni el hambre ni las privaciones de los demás; es
aquel que fomenta la explotación de las razas indígenas por tal de que se
vendan los cuchillos que fabrica o las telas que se hacen en sus fábricas; es
aquel que encubre ingeniosamente sus propósitos bajo el velo de la cultura y
del progreso cuando no de la misma libertad”.
Nuestro autor repasa la historia de
Europa durante el mismo periodo en el que se nos atribuyen las atrocidades
alimentadas por la leyenda. Y llega a la conclusión obvia:
“La enemistad, el odio
y el sectarismo dividen a los pueblos, promueven la guerra civil y
penetran hasta en las familias, convirtiendo a sus individuos en enemigos
(…)
la Reforma religiosa, fundada en la libertad de pensamiento, no reconoció más libertad de pensamiento que la
suya, y aplastó, lo mismo que
los católicos, a los que pensaban de distinto modo
(…) no fue en España donde hubo que librar las mayores
batallas por la libertad y la igualdad”.
Alemania, Inglaterra, Francia, Rusia,
Suiza y los Países Bajos son fértiles en historias de intolerancia:
“La contienda en que por espacio de treinta años se
destrozaron con indescriptible refinamiento casi todos los pueblos de Europa,
de esa Europa que, por boca de sus economistas, de sus filósofos, de sus
historiadores, se asombra de la intolerancia demostrada por España,
precisamente en aquellos tiempos”.
La revolución francesa no puede
considerarse un modelo de tolerancia religiosa o política. Los orígenes de los
Estados Unidos tampoco (“la epidemia de brujería estuvo a punto de acabar con la
naciente colonia (…) España llevó a un nuevo mundo una sociedad vieja. ¿Qué
novedades llevó Inglaterra a sus colonias de América? La persecución religiosa
y las epidemias demoniacas”).
La colonización practicada por
Francia, Inglaterra, Alemania, Holanda o Bélgica estuvo dirigida exclusivamente
a enriquecer sus metrópolis. En cambio, los españoles se funden con los
indígenas creando un pueblo nuevo.
Así concluye Juderías, usando las
palabras de Morel Fatio, su
enciclopédica obra:
“La nación que cerró el camino a los árabes; que salvó a la
cristiandad en Lepanto; que descubrió un Nuevo Mundo y llevó a él nuestra
civilización; que formó y organizó la bella infantería, que sólo pudimos vencer
imitando sus Ordenanzas; que creó en el arte una pintura del realismo más
poderoso; en teología, un misticismo que elevó las almas a prodigiosa altura;
en letras, una novela social, el Quijote, cuyo alcance filosófico iguala, si no
supera, al encanto de la invención y el estilo; la nación que supo dar al
sentimiento del honor su expresión más refinada y soberbia, merece, a no
dudarlo, que se la tenga en cierta estima y que se intente estudiarla
seriamente, sin necio entusiasmo y sin injustas prevenciones”.
Llegados aquí es inevitable
preguntarse quiénes son los responsables de que sigamos teniendo la extraña
sensación de que esa leyenda es un retrato más correcto que inadecuado de
nuestro pasado. A menudo se tiene la impresión de que la élite que gobierna el
rumbo de nuestro país está al servicio de los intereses de otros, no de sus
representados. Se comportan como esos ‘afrancesados’ que denuncia Juderías,
esos mismos que permanecieron con los brazos cruzados el
2 de Mayo.
Quien se atreve a elevar su voz para
protestar por esa extraña coyuntura, es descalificado del modo más terrible
usando la artillería propagandística disponible, que es rica y abundante.
Es natural que un francés, un alemán
o un inglés se muestre orgulloso de su patria. Pero sabemos qué sucede si un
español muestra públicamente esa clase de sentimiento. La desmembración de
España es música celestial para algunos. Prefieren nuestra división ahora
porque recuerdan nuestra fuerza cuando antes caminábamos unidos.
Hemos de aprender a evitar la trampa,
a ser más listos.
Nuestro futuro depende de ello.
De acuerdo, sin fisuras
ResponderEliminarMuchas gracias, Félix. Comparto el artículo de Sabato que me hiciste llegar por otra vía:
ResponderEliminarhttp://elpais.com/diario/1991/01/02/opinion/662770813_850215.html
Roberto: casualidades del destino. Acabo de terminar el libro de Juderías. Lo recomendaba David López Sandoval en su blog Autopsia. Para mí la última parte es esencial. Y sí, una termina el libro pensando: podríamos ser malos, pero no peores (que es lo que desde fuera, y desde dentro, nos han hecho creer).
ResponderEliminarNo sabía de la erudición de Julián Juderías: impresionante.
Enhorabuena por el blog.
Pilar
Muchas gracias Pilar. La obra de Juderías es magnífica. Alegra saber que se lee. Saludos.
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