En ‘Congo’, Michael Crichton
contó la historia de una expedición a las entrañas de África (Virunga) destinada
a conseguir una clase especial de diamante llamado a revolucionar la velocidad
de procesamiento de los ordenadores. En concreto, se narran los treinta días de
la última expedición norteamericana a ese lugar remoto del continente, cien
años después de haber sido explorado por Henry
Morton Stanley (1874-1877).
El grupo (la informática Karen Ross,
el experto en simios Peter Elliot y su gorila Amy, el curtido aventurero
Charles Munro y un grupo de porteadores Kikuyu liderados por Kahega) viaja a la
ciudad perdida de Zinj (conocida desde los tiempo de Salomón por su riqueza en
diamantes, pero cuya existencia se consideraba tan poco probable como Camelot o
Xanadu), donde se supone que pueden encontrarse los ansiados diamantes.
Pero deben competir con alemanes y
japoneses, quienes también desean hacerse con el premio:
“Future computers would utilize only light circuits, and
interface with light transmission data systems
(…)
we are living in the final years of microelectronic technology
(…)
whoever finds those diamonds has a jump on the technology for at least five
years
(…)
companies had made fortunes by beating competitors by a mater of weeks with
some new technique or device”.
La esencia de la historia se
construye alrededor de esa extraordinaria competición empresarial, cada vez más
centrada en ser el más rápido, en obtener ventajas sobre los adversarios (“business decisions
are made in weeks or days”). Un mundo en el que una leve ventaja
supone enormes beneficios:
“African exploration had become dominated by business”.
Teniendo en cuenta el marco
incomparable en el que se desarrollan los sucesos, el novelista aprovecha para
introducirnos a una nueva subespecie de gorila entrenado por los habitantes de
Zinj para proteger la riqueza de la ciudad. Usa un lenguaje para comunicarse y
maximizar su éxito en la defensa que les fue encomendada. Defensa que mantienen
a pesar de haber transcurrido centurias desde que el lugar quedó deshabitado.
Además de a las expediciones de otros
países, los norteamericanos deben enfrentarse a esos primates, a las fuerzas de
la naturaleza del volcán próximo a la ciudad (“men just did not belong there (…) the rain
forest ecosystem is an energy utilization complex far more efficient than any
energy conversión system developed by man”), a los militares
africanos que guerrean constantemente entre sí y a tribus hostiles (y caníbales:
“old habits die
hard (…) human nature doesn’t change”).
Un cóctel perfecto para montar un tecno-thriller
marca de la casa.
Ya desde el principio Crichton nos obliga
a admitir nuestra patética visión de la realidad:
“Only predjudice, and a trick of the Mercator projection,
prevents us from recognizing the enormity of the African continent
(…)
Africa is almost as large as North America and Europe combined
(…)
it is nearly twice the size of South America
(…)
it was farther across Africa from Tangier to Nairobi than it was across the
Atlantic Ocean from New York to London
(…)
Africa is called the Dark Continent for one reason only: the vast equatorial
rain forest of its central región
(…)
this primeval forest has stood, unchanged, and unchallenged, for more than
sixty million years”.
Crichton nos advierte que debemos
mostrar el oportuno respecto al continente africano:
“The basic impression was of a vast, oversized, gray-green
world, an alien place, inhospitable to man”.
También usa a los gorilas (y demás
animales) para ayudarnos a admitir que a lo mejor son seres inteligentes. Una
vez más, un ejemplo de nuestra tendencia a considerarnos el ombligo del mundo
conocido (“human
beings were not as unique as they had previously imagined themselves to be”).
El novelista se sirve de otros
ejemplos para revelarnos nuestra estrechez de miras. Por ejemplo, consideramos
que el ciervo es un animal enternecedor pero, en realidad, vive en una sociedad
repugnante. Odiamos al despiadado lobo, pero, realmente, es un animal que cuida
de su familia de modo ejemplar. El bello león, el supuesto rey de la selva, es
bastante caótico y vago, mientras que la fea hiena posee una estructura social
muy sofisticada y es un trabajador incansable:
“Another instance of longstanding human prejudice toward the
natural world of animals”.
Usa el enfoque del matemático S. L. Berensky, quien, en 1975, revisó
la información disponible sobre el lenguaje de los primates y llegó a la
conclusión de que su inteligencia era claramente superior a la de los humanos:
“The apes have learned to talk to us, but we have never
learned to talk to them. Who, then, should be judged the greater intellect?”.
El desarrollo tecnológico es, por
supuesto, esencial para tejer la historia. Por ejemplo, la reconstrucción de
imágenes por satélite permite averiguar dónde se encuentra la ciudad a la que viajará
la expedición. Sistemas automáticos de detección de movimiento y armas
dirigidas por laser permiten defenderse de los gorilas asesinos. Un programa de
conversión de sonidos a mensajes con significado permite comunicarse con los
gorilas para lograr que depongan su agresiva actitud.
Crichton usa la ciencia profusamente,
pero también suele mostrar abiertamente sus reservas para con los científicos
(una constante que se mantiene en sus escritos), como humanos que son. Usa aquí
el ejemplo de Peter Elliot:
“He abandons all who knew him prior to his insensate lust for
fame at the hands of the demon called Science
(…)
the discoverer has joined the ranks of the inmortals”.
Hacia el final de la novela el autor
revela la visión del General Franklin F.
Martin, sobre la que se sustenta la desesperada búsqueda de los diamantes
azules de Zinj:
“We are entering a time when the brute destrutive power of a
weapon will be less important than its speed and intelligence
(...)
high speed computers will be vastly more important in future conflicts than
nuclear bombs, and their speed of computation will be the single most important
factor determining the outcome of World War III”.
Pero va más allá al declarar que las
máquinas tomarán las decisiones en los conflictos bélicos. El cerebro humano
posee demasiadas limitaciones:
“Since human beings responded too slowly, it was necessary
for them to relinquish decision-making control of the war to the faster
intelligence of computers
(…)
this makes human judgment, human values, human thinking utterly superfluous”.
Por supuesto, estas ideas producen
resistencia en algún humano de la expedición. Pero la informática Karen Ross
les recuerda que los humanos llevan mucho tiempo delegando. Un animal doméstico
es un ejemplo. Una calculadora de bolsillo es otro:
“You can’t stop technological advances.
As
soon as we know something is possible, we have to carry it out”.
El final de la novela es genial. Tras
cantidades ingentes de tecnología y de numerosos peligros, resulta que la
salvación de los miembros de la expedición depende de un globo aerostático que
les permite salir del apocalipsis final provocado por una terrible erupción
volcánica y un nada amigable horda de caníbales Kigani.
‘Congo’ es, en suma, un ejemplo más
de la genialidad de este escritor norteamericano.
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