La ciencia ficción es un género
complejo. Es difícil encontrar obras que capturen mi atención. Pueden ser
entretenidas, pero que sean también relevantes para este lector no es fácil. ‘1984’
de George Orwell o ‘A
Brave New World’ de Aldous
Huxley lo consiguieron. ‘Farenheit 415’ de Ray Bradbury, también.
En su presentación de 451º F, Neil Gaiman escribe:
“Fiction is a lie that tells true things, over and over”.
Pero, para el autor, su obra
expresaba hechos sobre una sociedad que cambiaba. No era, para él, ciencia
ficción, sino
“A timeless cautionary tale
(…)
I’m a preventer of futures, I’m not a predictor of them”.
Hace muchísimos años que conozco la
historia salida de la mente de Bradbury
a través del extraño largometraje de François
Truffaut. Pero ha sido recientemente cuando dediqué verdadera atención al
libro, originalmente publicado en 1953
y escrito, apresuradamente, usando una máquina de escribir que funcionaba con
monedas en una de las bibliotecas de la UCLA.
El primer descubrimiento es que la
novela se abre con una cita de Juan
Ramón Jiménez:
“If they give you ruled paper, write the other way”.
El hilo argumental es archiconocido.
Se desarrolla en una sociedad futura en la que el cuerpo de bomberos tiene el
cometido de localizar libros y quemarlos para proteger a los ciudadanos de un
conocimiento peligroso:
“A book is a loaded gun in the house next door.
Burn
it”.
El contenido de esos libros puede
despertar sentimientos que atenten peligrosamente contra la armonía social en
una sociedad en la que…
“School is shortened, discipline relaxed, philosophies,
histories, languages dropped, English and spelling gradually neglected, finally
almost completely ignored.
Life
is inmediate, the job counts, pleasure lies all about after work.
Why
learn anything save pressing buttons, pulling switches, fitting nuts and bolts?
(…)
more sports for everyone, group spirit, fun, and you don’t have to think
(…)
technology, mass exploitation, and minority pressure carried the trick. Today,
you can stay happy all the time, you are allowed to read comics, the good old
confessions, or trade journals
(…)
we must all be alike. Not everyone born free and equal, as the Constitution
says, but everyone made equal”
Los ciudadanos viven en casas en
cuyos salones las paredes (the walls)
están copadas por las pantallas de televisión a través de las que se les
transmite la visión del mundo que los dirigentes desean para el mantenimiento
del status quo:
“people don’t talk about anything
(…)
the walls were always talking to Mildred
(…)
if you don’t want a man unhappy politically, don’t give him two sides to a
question to worry him; give him one
(…)
we’re having so much fun at home we’ve forgotten the world?”
Hay rebeldes, no obstante, que se
resisten a la prohibición. A menudo son denunciados por sus vecinos.
Montag, el protagonista que
comienza formando parte del cuerpo de bomberos, conoce a una chica un día al
regresar de su trabajo (“the girl next door. Clarisse, her name is”). Y
esos encuentros comienzan a hacer mella en sus creencias. Los sucesos se
aceleran cuando asiste a una atroz escena en la que una mujer decide permanecer
en la casa y arder junto con sus libros:
“we burned an old woman with her books
(…)
we burned copies of Dante and Swift and Marcus Aurelius
(…)
there must be something in books, things we can’t imagine, to make a woman stay
in a burning house; there must be something there.
You
don’t stay for nothing”.
Comienza a robar libros en sus
escaramuzas y a leerlos a escondidas mientras su mujer, Mildred, duerme:
“for the first time I realized that a man was behind each one
of the books”.
Hasta que Mildred le denuncia y se ve
obligado a escapar a un lugar en el que conoce a una comunidad de seres humanos
que, en realidad, son libros vivientes:
“this is Dr. Simmons from UCLA, a specialist in Ortega y
Gasset
(…)
I want you to meet Jonathan Swift, the autor of that evil political book,
Gulliver’s Travels!”.
Individuos que memorizan las obras
más renombradas creadas por individuos eminentes de la humanidad, esperando ese
día en el que las aguas vuelvan a su cauce y se recupere la sensatez, se vuelva
a aceptar que los libros son uno de los logros a preservar y cuidar:
“all we want to do is keep the knowledge we think we will
need, intact and safe”
Los libros, ese medio a través del
que nuestros antepasados se comunican con nosotros y mediante el que nosotros nos
comunicaremos con nuestros descendientes.
Puesto que pude leer una edición
especial de la novela, tuve acceso a varios comentarios sobre su gestación,
sobre su éxito y sobre el autor. Comentarios de J. R. Eller, N. Algren, O.
Prescott, G. Highet, I. Parry, J. Betjeman, A. Mitchell, K. Amis, H. Bloom, M.
Atwood, A. Knight, F. Truffaut y el propio Bradbury.
Entre tanta información, quizá lo que
me atrajo más fue que la idea proviene de algo que le sucedió a Bradbury
paseando por Los Ángeles con un amigo: a un coche patrulla de la policía le
pareció sospechoso que estuvieran dando un simple paseo nocturno sin ninguna
meta concreta.
Bradbury, inteligente como fue, no
culpa al sistema de la sociedad que describe. El ciudadano es cómplice:
“Remember, the fireman are rarely necessary.
The
public itself stopped reading of its own accord”.
No tengan reparo en hacerse con un
ejemplar y conservarlo entre sus fondos después de leerlo. No es necesario que
lo memoricen, al menos por ahora.
Hace cuatro años, por Navidad, regalé este libro a los comandantes del cuerpo de bomberos de 12 aeropuertos.
ResponderEliminarNinguno me comentó nada sobre él. O no se lo leyeron, o les disgustó y no quisieron ofernder...
Cualquiera sabe, aunque lo más probable es que lo guardasen con cuidado en su biblioteca hasta más ver.
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