miércoles, 7 de enero de 2015

Zeigt Mir Adams Testament (Mostradme el Testamento de Adán)

Hemos acompañado (al homo sapiens) en sus correrías titubeantes e inseguras por la superficie del Globo, afanoso de conocer los límites de su terrenal prisión
(…) en el Adlershof de Berlín arden ya los primeros hornos destinados a la fabricación de cohetes cuyas energías indomables llevarán al hombre al espacio y al tiempo infinitos.
‘Vivir es un placer’ confesó Ulrico von Hutten
(…) ¿por qué no lo acompañaríamos en su grito de júbilo?

Así termina la obra de Paul Herrmann, publicada en 1956, cuyo título original es ‘Mostradme el testamento de Adán’, traducida el español como ‘Audacia y heroísmo de los descubrimientos modernos. De Colón al siglo XX’ (Editorial Labor, 1958). Esta es la versión que pude leer gracias al amable préstamo de mi amigo (y filósofo –nadie es perfecto) Félix.

Es una lectura absorbente en la que se describe una serie de hitos sobre los descubrimientos y conquistas del homo sapiens en el planeta Tierra, a través de algunos de sus protagonistas destacados: Colón, Balboa, Cabeza de Vaca, Magallanes, Elcano, Cortés, Pizarro, Cook o Livingstone.

Escribe el autor:

en la práctica calificamos a un hombre de genio o de loco según sean los resultados de su acción
(…) quien va más lejos es el que ignora dónde va”.

El recorrido comienza con el descubrimiento de América (cuyo nombre, como se sabe, se debe al director de la oficina bancaria de los Medici en Sevilla) en 1492:

La travesía del Atlántico era una idea que en aquellos años flotaba en el aire
(…) cuando Colón se hizo a la mar en 1492 contaba ya 41 años
(…) sólo 4 no españoles participaron en la expedición a las Indias
(…) por espacio de 34 días no iban a ver más que mar y cielo
(…) el 14 de marzo de 1493, tras una ausencia de siete meses y medio, Colón entra de nuevo en Palos”.

Uno de los principales efectos del hallazgo fue que el comercio cambió para centrarse en España y Portugal en un momento en el que se localizaba en el mediterráneo y Alemania (“los muelles de los puertos italianos quedan desiertos”).

Herrmann menciona tímidamente las consecuencias del nuevo comercio, del “incipiente capitalismo, un nuevo y despiadado enemigo que iba a sacar al mundo de quicio”. Se sirve del poeta alemán, Freidank, para subrayar que “Dios ha creado tres feudos: caballeros, campesinos y clérigos. El cuarto es la obra de la astucia del diablo y se llama usura”.

Al revisar la proeza de Magallanes (que abandona Portugal para convertirse en español –“nadie es profeta en su patria, especialmente si se eleva por sus propios méritos, sin relaciones”—y circunnavegar la Tierra con el apoyo económico de Carlos V y una tripulación de marinos españoles), Herrmann vuelve a aprovechar la coyuntura sobre el carácter diabólico del dinero:

La maldita sed de oro y riquezas es una de las más fatales lacras hereditarias que los hombres recibimos de Adán y Eva”.


En realidad Magallanes no logra culminar su viaje, sino que es Elcano quien comienza y termina, aunque Herrmann rechaza darle protagonismo al vasco:

En toda la historia de la conquista de la tierra por los hombres, tiene sólo un parangón: el viaje de Colón a América
(…) el osado viaje de un hombre [Magallanes] fue el eje de un nuevo proceso evolutivo de la historia universal.
Empezaba el papel de España como soberana del mundo”.

El siguiente hito revisado por el alemán es la caída del imperio de los aztecas a cargo de Cortés (quien estuvo a punto de participar en el cuarto viaje de Colón, pero tuvo que permanecer en España por una lesión). Opina que la victoria de los españoles fue posible por el dios Quetzalcoatl (“rubio y de ojos azules”) y por la indígena Marina (“una mujer hermosa, inteligente y amorosa”).

Cortés se encuentra con un Estado que vivía en perpetua guerra y que poseía un sanguinario clero que sacrificaba anualmente en sus templos a más de 20.000 personas, un Estado que

quedaba muy por encima de todo derecho personal y de toda pretensión individual
(…) la casta dominante se sostenía en el poder a base de la arbitrariedad, el terror y la crueldad
(…) Moctezuma se desayunaba a menudo con carne de niños de tierna edad”.

Contrasta con una de las consignas que orientaron al conquistador español:

las órdenes recibidas por Cortés no solo decían expresamente que no debía causarse daños a los indios, sino que además había que tratarlos humanitariamente
(…) no fue ejecutado ningún indígena, prudente y sensata actitud que debieran tener muy en cuenta todos los generales que llegan como libertadores a cualquiera parte del mundo”.

Herrmann sostiene que Cortés fue un gran hombre

que solo una incomprensión absoluta puede tildar de bárbaro
(…) como fenómeno histórico, como todos los grandes hombres, es inexplicable en último término
(…) murió el viernes 2 de diciembre de 1547 a la edad de 63 años, sereno y estoico.
Él fue, por encima de todos, el artífice de la grandeza de España”.


Saltamos a la conquista de Perú, del imperio inca, por parte de Pizarro :

entre todos los conquistadores, es esta la figura más matizada, un complejo de instintos elementales, y naturaleza heroica, de indomable voluntad y total abnegación, de frío cálculo y manifiesto donquijotismo
(…) el éxito final de su proyecto no fue sino la confirmación exterior de su personalidad”.

Herrmann discute en varios momentos la probable presencia del hombre blanco antes de la época española. Mayas, aztecas e incas esperaban dioses blancos desde hacía mucho tiempo. Quetzalcoatl o Viracocha son ejemplos de “un mensajero religioso blanco venido de Occidente”. De hecho, describe elementos que recuerdan al cristianismo, como veremos después.

Al cerrar el capítulo sobre Pizarro y, entre otros, Orellana y su búsqueda de ‘El Dorado’ surcando el Amazonas, el intelectual alemán escribe:

La legendaria maldición de los incas cayó en primer lugar sobre la cabeza de Almagro.
El segundo en sucumbir a ella fue Pizarro.
La tercera víctima fue España.
Como aquel rey Midas de la antigua leyenda, hundióse ahogada por la superabundancia de riqueza.
En vez de aumentar su capacidad industrial, en vez de atraer elementos de trabajo y de exportar oro para establecer el necesario equilibrio entre la importación del noble metal y el producto social, decretóse la prohibición de exportar oro y plata, se frenó la producción de lana y telas para no acostumbrar al pueblo al lujo, y, finalmente, al expulsar a los moriscos y judíos, privóse de sus mejores obreros y sus más experimentados traficantes con el exterior.
El oro fue abaratándose progresivamente; el pan, encareciéndose.
Era algo incomprensible, obra del demonio”.

James Cook es otros de los personajes a los que Herrmann dedica considerable espacio en su obra:

El Pacífico fue explorado porque lo hicieron posible dos cosas: la col ácida y el caldo concentrado
(…) el mar es muy traidor, voluble y pérfido.
Pero los tifones, los maremotos y los arrecifes han costado muchas menos vidas humanas que el escorbuto”.

Inglaterra no tenía especial interés por la ciencia, pero tuvo que entrar en el juego porque España, Francia, Suecia, Dinamarca y Rusia enviaban a recorrer el globo expediciones científicas con regularidad.

Según Herrmann, a diferencia de Colón o Magallanes, Cook “no fue un genio (sino) un modelo de aquella magnífica medianía que tan frecuentemente aparece en Inglaterra (pero) tal vez el mundo marcharía mejor si hubiesen en él menos genios y más caridad”.

Al describir Polinesia, el intelectual alemán recupera la atrevida idea de que…

Kon-Tiki-Viracocha fue un apóstol cristiano, que un destino singular y desconocido llevó al Perú y luego al Mar del Sur
(…) no parece imposible que la doctrina mesiánica de Jesús fuese predicada en el Pacífico mucho antes de su exploración por los europeos.
Precisamente en América central y meridional la idea de un padre amoroso, misericordioso y omnipotente debió de caer como un rayo fulgurante
(…) si unos enviados del mundo cristiano cruzaron el gran mar que separa los dos continentes, es indudable que obraron allí como un fermento”.

Herrmann se hace eco de la posibilidad de que Hawái fuese descubierta en 1555 por el español Juan Gaetano, en lugar de por Cook en 1778.

El capitán inglés muere apuñalado por unos indígenas:

(Cook) no ha sospechado los trastornos que pueden acarrear esta inclinación instintiva del sexo débil hacia hombres que se presentan rodeados del nimbo luminoso del vencedor
(…) al principio los blancos fueron tenidos por dioses; pero al ver que codician las mujeres como cualquier mortal, su nimbo se desvanece”.

La extensa parte final de la obra de Herrmann se dedica a la exploración de África, que comienza en la época de los faraones, continúa con el geógrafo granadino León el Africano y termina con Stanley.

Un personaje central de la narración es el alemán Enrique Barth quien, a la edad de 22 años escribe:

ver cómo de hora en hora, de día en día, va uno adentrándose en la ciencia, cada vez de manera más viva y más clara, es un placer infinito, profundo, sereno.
Puede sí, degenerar en monstruoso egoísmo, en despreocupación por todo cuanto sucede fuera de uno mismo.
Al poner todo el goce en los propios pensamientos, se aprende a prescindir de los demás, a menospreciarlos casi.
Yo solo quiero mi formación interior, el perfeccionamiento de mis capacidades, para poder servir tanto mejor a los hombres; para ello deseo conquistar la estima y un poco de fama”.

En sus viajes por el continente, Barth lleva en su equipaje tres libros: el Nuevo Testamento, el Corán y los nueve libros de la historia de Herodoto.

En su análisis sobre la exploración de África, Herrmann vuelve a la carga:

los boletines de cotizaciones, las tarifas tributarias y los balances: éstos son los emblemas del caballero de nuestra Era industrial”.


David Livingstone (teólogo y médico) y Henry Morton Stanley (periodista) son los protagonistas del tramo final de la obra del autor alemán. El hallazgo del origen del río de las pirámides en las montañas de la luna, ya conocidas supuestamente en época romana (según Seneca), el recorrido del continente de Este a Oeste, o el descubrimiento del interior del Congo (“una de las mayores regiones industriales del planeta y una prometedora tierra para el futuro, en la que trabajan juntos miembros de las razas blanca, negra y cobriza, sin aquellas tensiones sociales y políticas que en tantas partes del continente tenebroso convierten la vida en un infierno”), constituyen hitos de la narración.

Herrmann se pregunta repetidamente cómo fueron posibles los logros de estos individuos, sin hallar una respuesta satisfactoria:

Tales hombres fueron naturalezas excepcionales, una especie de maniáticos que corren a su objetivo como hipnotizados, insensibles a todos los sufrimientos.
Pero esto equivale a sustituir una incógnita por otra: el agente efectivo, la fuerza realmente activa, sigue siendo enigmática e inexplicable
(…) una última e impotente resistencia del sano juicio contra la omnipotente atracción de la lejanía tenebrosa y desconocida”.

Sé que recomendar la lectura de esta obra de casi 600 páginas raya la insensatez, pero, en atención al contagio que produce la naturaleza indómita de los exploradores que nos presenta Paul Herrmann, y porque estamos comenzando 2015, correré el riesgo. Olvídense de Amazon, busquen una librería de viejo y háganse con un ejemplar. Estoy seguro de que disfrutarán de la experiencia.


2 comentarios:

  1. Alegra saber que te ha gustado el libro que te presté, Roberto. Efectivamente es el relato de vidas extraordinarias que provocan la admiración y quizá la emulación. Lo leí muy joven, 14 ó 15 años, me impactó de por vida y tendré que volver a leerlo tras este buen resumen que generosmaente nos ofreces.

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  2. Gracias Félix. No tengas reparo en volver a leer esta entretenida obra.

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