En 1995 hice una estancia en la Brooks Air Force Base de San Antonio,
Texas. Concretamente, estuve en el Armstrong
Laboratory, dirigido por Patrick C. Kyllonen. Obtuve una beca Window on Science de la NATO para
realizar una valoración externa del LAMP (Learning
Abilities Measurement Program) llamado a sustituir a la ASVAB (Armed Services Vocational Aptitude Battery)
y a permitir el entrenamiento asistido por ordenador.
No mucho tiempo después, el ejército
canceló el proyecto que dirigía ‘Pat’ Kyllonen y su equipo fue reubicado en el
ETS (Educational Testing Service).
Habían fracasado al cumplir las expectativas porque, entre otras cosas, la
batería CAM (Cognitive Abilities
Measurement) fue incapaz de mejorar los resultados alcanzados por los métodos
‘clásicos’. Todavía conservo, con cariño, los discos en los que me copiaron las
tareas informatizadas para que pudiera someterlas a análisis.
En 1996 coordiné un número monográfico de la revista
‘Estudios de Psicología’ bajo la denominación genérica de ‘diferencias individuales y nuevas
tecnologías en psicología’. Las contribuciones incluyeron una entrevista al
director del LAMP, así como una serie de informes sobre los tests
informatizados, el entrenamiento asistido por ordenador o las pautas más
adecuadas para el diseño de dispositivos cotidianos adaptados a los usuarios.
En ese momento, la sensación
generalizada era que la automatización sustituiría los métodos habituales de medición
psicológica, así como de enseñanza y de entrenamiento en general. El capítulo nueve
del voluminoso manual (‘Psicología de las diferencias individuales. Teoría y práctica’) que publiqué
originalmente en 1998, estaba íntegramente dedicado a las entonces denominadas
‘nuevas tecnologías’. Su lectura
puede ser interesante para obtener una idea aproximada de lo que se mantuvo, con pasión, por
aquella época.
El tiempo ha pasado y, en general, se
siguen usando métodos clásicos. Es verdad que existen versiones informatizadas
y adaptivas de pruebas de medición. También es cierto que existen miles de cursos
de aprendizaje on-line. Se supone
que, actualmente, se puede aprender casi de todo buceando en la red de redes.
La omnipresencia de tabletas, smartphones y potentes ordenadores personales
conectados permanentemente a la red, abre una ventana de oportunidad extraordinaria
para el aprendizaje. Para el aprendizaje auto-guiado.
Hace unos meses, José Carlos Maguiña hacía una
provocadora presentación en este blog
sobre cómo esas tecnologías están cambiando, de hecho, nuestro modo de acceder
a la información y de pensar sobre ella. También hemos hablado aquí de Salman Khan y su asociación con
Bill Gates para enseñar remotamente usando internet, y, de este modo,
deshacerse de las barreras que separan a quienes pueden educarse con más y
menos facilidad.
Sin embargo, también hemos llamado la atención sobre el hecho de que
vivimos rodeados por una sobredosis de información. Sería absurdo sostener que
esa facilidad de acceso es algo negativo. Las universidades más prestigiosas
del mundo ofrecen cursos on-line.
Proliferan los centros a distancia en los que los ciudadanos pueden
matricularse para completar su formación. Los profesores ponen a disposición de
los estudiantes los materiales que se debe considerar durante el proceso de
enseñanza. Se establecen meticulosas pautas sobre cuáles son los objetivos a
alcanzar y cómo se valorarán los progresos.
Pero, ¿no tienen la sensación de que
va todo demasiado deprisa? Si añadimos a lo ya comentado el caótico mundo de
las redes sociales (Twitter y FaceBook, por ejemplo) nos encontramos con un
cóctel que puede llegar a ser explosivo.
Y, ¿qué es lo que puede saltar por
los aires?
Lo ignoro. No tengo una respuesta,
pero sí puedo decir que, igual que sucede cuando se hace un largo viaje en
coche, descansar cada cierto tiempo resulta positivo. Las pausas ayudan a
pensar, a reflexionar sobre toda esa información que supuestamente no se puede
ignorar si se desea mantener el vertiginoso ritmo que se nos impone (y que procuramos seguir).
A menudo se tiene la sensación de
que, al igual que cuando se para a tomar un café durante un largo viaje, detenerse tendrá el efecto de que los demás vehículos nos adelanten.
Ante esa amenaza (real), decidimos seguir, optamos por evitar el receso que nos
permitiría descansar y regresar con aires renovados a la autovía.
Hay mucha información ahí fuera, al
alcance de la mano, literalmente, pero ¿realmente necesitamos estar a la última para
disfrutar del conocimiento, para aprender, para asimilar, para pensar en algo que,
para cada uno de nosotros, sea relevante, interesante, atractivo? ¿Realmente es razonable el supuesto
de que los maestros pueden ser fácilmente sustituidos por sistemas
automatizados de transmisión de información?
Probablemente una respuesta se encuentre en el breve texto de David Foster Wallace que comenté hace unos
días en otro foro. Los maestros poseen
una “cualidad
misteriosa, difícil de definir, pero que reconocemos cuando vemos”.
La ventana que nos abre un acceso extraordinariamente fácil a la información carece de esa cualidad. O eso creo. Piensen en ello, si quieren.
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