viernes, 19 de diciembre de 2014

El Arte de la Guerra –por Sergio Escorial Martín

Por mucho que duela admitirlo, hay algunas cuestiones que parecen inherentes a la naturaleza humana. Desde que el individuo se desarrolla en sociedad, la aparición del conflicto resulta inevitable. Ahora bien, varía cómo nos enfrentamos y gestionamos esos conflictos, puede marcar la diferencia entre el hombre inteligente y el necio, siendo posible encontrar todo un continuo entre ambos extremos.

Cuando yo tenía 20 años, buena parte de mis ilusiones y energías estaban puestos en el entrenamiento de Judo, deporte del que me consideraba competidor. Un día, después de un entrenamiento, escuché a los Maestros hablar sobre un libro (“El Arte de la Guerra”, de Sun Tzu), y ávido de conocimiento que me ayudase a ser un mejor luchador, me lancé a devorarlo. Así es como descubrí esta pequeña joya que, en mi opinión, representa uno de los legados más puros de la sabiduría oriental.

Es uno de los libros más antiguos que existen, se considera que su origen data del último tercio del siglo IV a.C., y su autoría recae en un general y filósofo de la antigua China. Si bien es cierto que los datos acerca del origen de la obra y su autor están sujetos a una gran controversia, lo que parece innegable es que se trata de una de las obras más influyentes de la Historia, pues sus principios y enseñanzas tienen la virtud de aplicarse a una variedad de contextos.

Tras volver a leerlo recientemente he de reconocer, ahora, con la perspectiva que dan los años, que la primera sensación al leerlo fue una profunda decepción. Yo me esperaba un tratado bélico, donde se ensalzara la crueldad del guerrero y mensajes del tipo el único enemigo bueno es el enemigo muerto”, y nada más alejado del tratado de Sun Tzu. En esencia, mantiene que --y da numerosos argumentos para justificar su tesis principal-- “la mejor victoria es la que se obtiene sin combatir”. Y aunque la obra es de lectura densa en algunas partes, trataré en este post de resaltar algunas ideas que me parecen especialmente interesantes.

En mi opinión, su propuesta se asienta en un pilar fundamental que cimenta de manera sólida su perspectiva: la inteligencia humana. Si, ese mismo atributo humano cuya relevancia ya nadie puede cuestionar cuando se examina la evidencia empírica.

Para el autor, es absolutamente fundamental que el buen General realice un estudio detallado del enemigo (y de los factores de tiempo y espacio):

Si conoces a los demás y te conoces a ti mismo, ni en cien batallas correrás peligro; si no conoces a los demás, pero te conoces a ti mismo, perderás una batalla y ganarás otra; si no conoces a los demás ni te conoces a ti mismo, correrás peligro en cada batalla”.

La planificación de una buena estrategia:

Si eres capaz de ver lo sutil y de darte cuenta de lo oculto, irrumpiendo antes del orden de batalla, la victoria así obtenida es un victoria fácil”.

Y, sobre todo, en la utilización inteligente del engaño:

El arte de la guerra se basa en el engaño. Por lo tanto, [el buen general] cuando es capaz de atacar, ha de aparentar incapacidad; cuando las tropas se mueven, aparentar inactividad. Si está cerca del enemigo, ha de hacerle creer que está lejos; si está lejos, aparentar que se está cerca. Poner cebos para atraer al enemigo”.

Pero manejar con inteligencia el engaño, supone no solamente realizar acciones para confundir al enemigo provocando de esta manera una ventaja para nosotros, sino también leer e interpretar en estos términos las acciones del enemigo:

Si los adversarios huyen de repente antes de agotar su energía, seguramente hay emboscadas esperándote para atacar a tus tropas” o “Si un adversario no conserva la posición que le es favorable por las condiciones del terreno y se sitúa en otro lugar conveniente, debe ser porque existe alguna ventaja táctica para obrar de esta manera” o “Si los emisarios del enemigo pronuncian palabras humildes mientras que éste incrementa sus preparativos de guerra, esto quiere decir que va a avanzar. Cuando se pronuncian palabras altisonantes y se avanza ostentosamente, es señal de que el enemigo se va a retirar”.


¿Acaso la capacidad para el análisis escrupuloso de todas las contingencias que rodean una situación de conflicto, la planificación cuidadosa de una adecuada estrategia de combate o la capacidad para engañar con nuestras acciones al enemigo y no dejarnos engañar por las suyas, no requieren de una elevada capacidad cognitiva?

Yo creo que la respuesta es obvia.

El engaño, esa práctica social que es casi tan frecuente socialmente como denostada, merece que hagamos un parón. El autor se recrea en varios pasajes de su obra. Incluso termina en el capítulo XIII (Sobre la concordia y la discordia) hablando de la utilización de los espías, y en especial del papel de los agentes dobles.  Razona aquí el autor que la Guerra supone un gran esfuerzo para cualquier pueblo, así que fallar en conocer la situación de los enemigos por ahorrar gastos para investigar y estudiar al adversario es extremadamente inhumano, y no sería típico de un buen general, ni del un buen gobernante. Por tanto, la utilización de los espías y del engaño mediante la información falsa proporcionada a través de los agentes dobles, es absolutamente fundamental.

Por cierto, espías cuya característica más destacable, según el general Tzu, deben ser la sagacidad y la inteligencia

¿Y dónde queda la ética y el honor?

Pues es sencillo para el autor: en la victoria, rápida y contundente, a ser posible sin necesidad de luchar, dado que lo más importante de una campaña militar es precisamente la victoria y no la persistencia. Las campañas prolongadas son muy costosas y requieren un gran esfuerzo para el pueblo. En las mismas, el ejército es como un fuego, que si no lo apagas pronto se termina consumiendo a sí mismo.

Todo lo anterior, con ser la piedra angular que soporta el concepto del buen General, no es lo único. En esta obra hay algunas nociones sobre cómo se deben gestionar las tropas, que siguen siendo aplicables si hablamos de Liderazgo en empresas, por ejemplo, y que fueron formuladas hace más de 2500 años. Así, nos dice Sun Tzu que:

“Corresponde al general ser tranquilo, reservado, justo y metódico”.

“Por lo tanto, dirígelos [a los soldados] mediante el arte civilizado y unifícalos mediante las artes marciales; esto significa una victoria continua.

Arte civilizado significa humanidad, y artes marciales significan reglamentos, disciplina. Mándalos con humanidad y benevolencia, unifícalos de manera estricta y firme. Cuando la benevolencia y la firmeza son evidentes, es posible estar seguro de la victoria”.

En esencia, en una situación de conflicto triunfan los que:

“- Saben cuándo luchar y cuándo no.
 - Saben discernir cuándo utilizar muchas o pocas tropas.
 - Tienen tropas cuyos rangos superiores e inferiores tienen el mismo objetivo.
 - Se enfrentan con preparativos a enemigos desprevenidos.
 - Tienen generales competentes y no limitados por sus gobiernos civiles”.

Los cuatro primeros puntos son fácilmente deducibles de todo lo comentado anteriormente. Sin embargo, ¿qué quiere decir Sun Tzu cuando en varias partes de su obra establece que los generales no deben estar limitados por los gobiernos civiles?.

Para el autor, deben ser los gobiernos los que deben convocar a los generales para iniciar la Guerra, pero una vez realizada esta convocatoria, ahí finaliza todo su cometido. Es decir, una vez iniciada la campaña es responsabilidad exclusiva del General tomar todas las decisiones que le sean más beneficiosas para sus intereses, sin tener que consultarlas o sometidas a la aprobación de los gobernantes:

Hablar de que el Príncipe sea el que da las órdenes en todo es como pedir al General  que le solicite permiso al Príncipe para poder apagar un fuego: para cuando sea autorizado, ya no quedan sino cenizas”.

He de reconocer que esta imagen choca con la escena cinematográfica de un general nervioso esperando a que un Presidente autorice la utilización de armamento nuclear

¿Será que, a fin de cuentas, algunas cosas sí que cambian con el paso de los siglos?


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