Por mucho que duela admitirlo,
hay algunas cuestiones que parecen inherentes a la naturaleza humana. Desde que
el individuo se desarrolla en sociedad, la aparición del conflicto resulta
inevitable. Ahora bien, varía cómo nos enfrentamos y gestionamos esos
conflictos, puede marcar la diferencia entre el hombre inteligente y el necio,
siendo posible encontrar todo un continuo entre ambos extremos.
Cuando yo tenía 20 años, buena
parte de mis ilusiones y energías estaban puestos en el entrenamiento de Judo,
deporte del que me consideraba competidor. Un día, después de un entrenamiento,
escuché a los Maestros hablar sobre un libro (“El Arte de la Guerra”, de Sun
Tzu), y ávido de conocimiento que me ayudase a ser un mejor luchador, me
lancé a devorarlo. Así es como descubrí esta pequeña joya que, en mi opinión,
representa uno de los legados más puros de la sabiduría oriental.
Es uno de los libros más
antiguos que existen, se considera que su origen data del último tercio del
siglo IV a.C., y su autoría recae en un general y filósofo de la antigua China.
Si bien es cierto que los datos acerca del origen de la obra y su autor están
sujetos a una gran controversia, lo que parece innegable es que se trata de una
de las obras más influyentes de la Historia, pues sus principios y enseñanzas
tienen la virtud de aplicarse a una variedad de contextos.
Tras volver a leerlo recientemente
he de reconocer, ahora, con la perspectiva que dan los años, que la primera
sensación al leerlo fue una profunda decepción. Yo me esperaba un tratado
bélico, donde se ensalzara la crueldad del guerrero y mensajes del tipo “el único enemigo
bueno es el enemigo muerto”, y nada más alejado del tratado de Sun
Tzu. En esencia, mantiene que --y da numerosos argumentos para justificar su
tesis principal-- “la mejor victoria es la que se obtiene sin combatir”.
Y aunque la obra es de lectura densa en algunas partes, trataré en este post de resaltar algunas ideas que me
parecen especialmente interesantes.
En mi opinión, su propuesta se
asienta en un pilar fundamental que cimenta de manera sólida su perspectiva: la
inteligencia humana. Si, ese mismo atributo humano cuya relevancia ya nadie
puede cuestionar cuando se examina la evidencia empírica.
Para el autor, es absolutamente
fundamental que el buen General realice un estudio detallado del enemigo (y de
los factores de tiempo y espacio):
“Si conoces a los demás y te conoces a ti
mismo, ni en cien batallas correrás peligro; si no conoces a los demás, pero te
conoces a ti mismo, perderás una batalla y ganarás otra; si no conoces a los
demás ni te conoces a ti mismo, correrás peligro en cada batalla”.
La planificación de una buena
estrategia:
“Si eres capaz de ver lo sutil y de darte cuenta
de lo oculto, irrumpiendo antes del orden de batalla, la victoria así obtenida
es un victoria fácil”.
Y, sobre todo, en la
utilización inteligente del engaño:
“El arte de la guerra se basa en el engaño. Por lo tanto, [el buen general] cuando es
capaz de atacar, ha de aparentar incapacidad; cuando las tropas se mueven,
aparentar inactividad. Si está cerca del enemigo, ha de hacerle creer que está
lejos; si está lejos, aparentar que se está cerca. Poner cebos para atraer al
enemigo”.
Pero manejar con inteligencia
el engaño, supone no solamente realizar acciones para confundir al enemigo
provocando de esta manera una ventaja para nosotros, sino también leer e
interpretar en estos términos las acciones del enemigo:
“Si los adversarios huyen de repente antes de agotar su
energía, seguramente hay emboscadas esperándote para atacar a tus tropas” o “Si un adversario no
conserva la posición que le es favorable por las condiciones del terreno y se
sitúa en otro lugar conveniente, debe ser porque existe alguna ventaja táctica
para obrar de esta manera” o “Si los
emisarios del enemigo pronuncian palabras humildes mientras que éste incrementa
sus preparativos de guerra, esto quiere decir que va a avanzar. Cuando se
pronuncian palabras altisonantes y se avanza ostentosamente, es señal de que el
enemigo se va a retirar”.
¿Acaso la capacidad para el
análisis escrupuloso de todas las contingencias que rodean una situación de
conflicto, la planificación cuidadosa de una adecuada estrategia de combate o
la capacidad para engañar con nuestras acciones al enemigo y no dejarnos
engañar por las suyas, no requieren de una elevada capacidad cognitiva?
Yo creo que la respuesta es
obvia.
El engaño, esa práctica social
que es casi tan frecuente socialmente como denostada, merece que hagamos un
parón. El autor se recrea en varios pasajes de su obra. Incluso termina en el
capítulo XIII (Sobre la concordia y la
discordia) hablando de la utilización de los espías, y en especial del
papel de los agentes dobles. Razona aquí
el autor que la Guerra supone un gran esfuerzo para cualquier pueblo, así que
fallar en conocer la situación de los enemigos por ahorrar gastos para
investigar y estudiar al adversario es extremadamente inhumano, y no sería
típico de un buen general, ni del un buen gobernante. Por tanto, la utilización
de los espías y del engaño mediante la información falsa proporcionada a través
de los agentes dobles, es absolutamente fundamental.
Por cierto, espías cuya
característica más destacable, según el general Tzu, deben ser la sagacidad y
la inteligencia
¿Y dónde queda la ética y el
honor?
Pues es sencillo para el autor:
en la victoria, rápida y contundente, a ser posible sin necesidad de luchar,
dado que lo más importante de una campaña militar es precisamente la victoria y
no la persistencia. Las campañas prolongadas son muy costosas y requieren un
gran esfuerzo para el pueblo. En las mismas, el ejército es como un fuego, que
si no lo apagas pronto se termina consumiendo a sí mismo.
Todo lo anterior, con ser la
piedra angular que soporta el concepto del buen General, no es lo único. En
esta obra hay algunas nociones sobre cómo se deben gestionar las tropas, que
siguen siendo aplicables si hablamos de Liderazgo en empresas, por ejemplo, y
que fueron formuladas hace más de 2500 años. Así, nos dice Sun Tzu que:
“Corresponde al general ser tranquilo, reservado, justo y
metódico”.
“Por lo tanto, dirígelos [a los soldados] mediante el arte civilizado y unifícalos
mediante las artes marciales; esto significa una victoria continua.
Arte civilizado significa humanidad, y artes marciales significan
reglamentos, disciplina. Mándalos con humanidad y benevolencia, unifícalos de
manera estricta y firme. Cuando la benevolencia y la firmeza son evidentes, es
posible estar seguro de la victoria”.
En esencia, en una situación de
conflicto triunfan los que:
“- Saben cuándo luchar y cuándo no.
- Saben discernir cuándo
utilizar muchas o pocas tropas.
- Tienen tropas cuyos rangos
superiores e inferiores tienen el mismo objetivo.
- Se enfrentan con
preparativos a enemigos desprevenidos.
- Tienen generales
competentes y no limitados por sus gobiernos civiles”.
Los cuatro primeros puntos son
fácilmente deducibles de todo lo comentado anteriormente. Sin embargo, ¿qué
quiere decir Sun Tzu cuando en varias partes de su obra establece que los
generales no deben estar limitados por los gobiernos civiles?.
Para el autor, deben ser los
gobiernos los que deben convocar a los generales para iniciar la Guerra, pero
una vez realizada esta convocatoria, ahí finaliza todo su cometido. Es decir,
una vez iniciada la campaña es responsabilidad exclusiva del General tomar
todas las decisiones que le sean más beneficiosas para sus intereses, sin tener
que consultarlas o sometidas a la aprobación de los gobernantes:
“Hablar de que el Príncipe sea el que da las
órdenes en todo es como pedir al General
que le solicite permiso al Príncipe para poder apagar un fuego: para
cuando sea autorizado, ya no quedan sino cenizas”.
He de reconocer que esta imagen
choca con la escena cinematográfica de un general nervioso esperando a que un
Presidente autorice la utilización de armamento nuclear
¿Será que, a fin de cuentas,
algunas cosas sí que cambian con el paso de los siglos?
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