El
río anda revuelto.
Un
miembro de mi comunidad universitaria envió ayer un mensaje colectivo que ha
despertado mi interés por hacer un comentario aquí. Según ese miembro, el
diario El País está publicando una serie de artículos dirigidos a sacarles los
colores a los universitarios.
La
gota que ha desbordado el río, y que, por lo que parece, ha estimulado el
mensaje señalado, es la publicación de un
artículo en el día de ayer. El miembro insinúa que, en realidad, a la
campaña del famoso diario subyace la intención de atacar a los académicos que
apoyan a ‘Podemos’.
Pero,
¿qué escribe Francesc Carreras, Profesor de Derecho Constitucional, en su
artículo para lograr desatar la ira (verbal y educada, pero ira) de ese miembro
de mi comunidad universitaria?
Sostiene
Carreras que la educación en primaria y secundaria posee sustanciales
carencias, tanto en cuanto a los contenidos como en lo relativo a las habilidades
vinculadas al proceso de estudio. Y los estudiantes (y los profesores) son
inocentes. El responsable es el ‘modelo pedagógico’ al que se ven sometidos,
destinado a que los estudiantes sean felices y evitando activamente que se
percaten de que aprender requiere esforzarse:
“no
sólo escriben muy defectuosamente, sino que el simple hecho de leer les supone
un esfuerzo insuperable”.
Este Profesor de Derecho generaliza a la Universidad la
problemática que denuncia en los periodos educativos anteriores. Pero ahora centra
su mirada en el profesorado universitario. La universidad española es mediocre
porque, entre otras cosas, la selección del profesorado es lamentable y porque,
además, los responsables no rinden cuentas a la sociedad:
“las Administraciones financian las
universidades públicas, ya que las tasas de los estudiantes solo cubren el 15%
de los gastos, y los ingresos propios el 5%, con lo que el 80% restante corre a
su cargo”.
Mi experiencia como universitario durante 25 años quizá
me permita añadir algo medianamente interesante al turbulento río. Ignoro si
para revolverlo aún más, pero ahí va.
Algunos tenemos la sensación, poderosa, de que los
universitarios apenas poseemos relevancia en el proceso de toma de decisiones
que determina lo que podemos y no podemos hacer. Existe una estricta normativa
que proviene del correspondiente ministerio, situación que Bolonia ha agravado.
Las autoridades ministeriales dictan normas que nosotros,
los profesores universitarios, cumplimos sin rechistar. Trabajamos
incesantemente para satisfacer esas demandas, para ajustarnos a los criterios,
para verificar guías docentes, para diseñar prácticas que ilustren los
contenidos conceptuales, para corregir, literalmente, cientos de trabajos de
clase, para poner exámenes que permitan valorar apropiadamente la adquisición
de los conocimientos y habilidades (o competencias) que se recogen en las
normativas aprobadas por las autoridades.
En la actualidad, ser profesor universitario equivale a
participar en aquel programa que puede que algunos recuerden: ‘si
lo sé, no vengo’.
Quien no forma parte de esta comunidad universitaria ignora la multitud de
actividades que deben completarse para garantizar el cumplimiento de las
normativas educativas vigentes.
Una de las consecuencia es que los chavales se ven en la
obligación de comportarse como si tuvieran TDAH. Satisfacer simultáneamente las
múltiples demandas de sus profesores impide absolutamente que dispongan de
tiempo para pensar en lo que están haciendo en realidad. No ser impulsivo es la
muerte académica.
Pero la cadena se retrotrae a lo que viene dictado desde
las alturas. Todo el mundo obedece. Todos los eslabones se encuentran
enganchados y engrasados para que el mecanismo ruede. No se sabe muy bien hacia
dónde, pero que ruede parece ser lo importante.
El profesorado universitario del que habla Carreras es,
en realidad, un convidado de piedra.
Eso no quiere decir que, a mi juicio, no tenga al menos una
pizca de razón al denunciar determinados modelos pedagógicos aplicados en
primaria y secundaria. Pero que sea valiente y mantenga su línea argumental.
Son esos modelos los que lastran también al universitario. Un excelente
artículo de mi colega, también profesor universitario, Antonio
Andrés Pueyo ofrece relevantes detalles a este respecto. Merece la pena
echarle un reflexivo vistazo.
Y a pesar de todo, la cosa se mueve.
Hace algún tiempo discutí, en
este mismo foro, algunos datos que casan fatal con el diagnóstico de Carreras.
Evitaré repetirme.
Leere con mas detalle los argumentos de Francesc de Carreras, pero mucho me temo que sus argumentos tienen más de "prejucio político-ideológico" que de visión abierta y objetiva, al hilo de los tiempos de cambio que recorren nuestro "mindset" globalizado de la Universidad, enmarcado en los modelos universitarios anglosajones. El tema merece reflexión.. es importante.
ResponderEliminarAntonio, no cabe duda: merece reflexión, pero para actuar seguidamente con determinación.
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