Confieso no haber leído este librito de Erwin
Schrödinger, publicado originalmente en 1944, hasta ahora (2014). Teniendo
en cuenta la alta valoración que recibe por parte de algunos científicos,
consideré que debía subsanar esa lacra en mi formación, y cuanto antes tanto mejor.
El resultado ha sido decepcionante.
‘¿Qué es la vida?’ es, realmente, un registro de una serie de conferencias
dictadas en Irlanda por este Premio Nobel de Física. Quizá si hubiera podido
escuchar al científico en directo mi diagnóstico fuese distinto. Me llamó la atención que
usase en el prefacio un fragmento de la ‘Ética’ de Benedictus Spinoza que tengo
subrayado en mi propio ejemplar de la obra del autor de origen sefardí (feliz coincidencia):
“en nada piensa menos el hombre libre que en la muerte; su
sabiduría consiste en reflexionar, no sobre la muerte, sino sobre la vida”.
El científico austriaco persigue
comprender lo que sucede en un organismo vivo recurriendo a principios físicos (y,
supuestamente, químicos), partiendo de que las leyes que rigen esos principios
son esencialmente estadísticas (“todas las leyes físicas y químicas que desempeñan un papel
importante en la vida de los organismos son de tipo estadístico”).
Considera, por ejemplo, que los sucesos que se producen en el cerebro humano
deben acatar “leyes
físicas estrictas”.
Schrödinger discute el fenómeno de la
mutación subrayando su carácter discontinuo y equiparándolo a la física
cuántica: “podríamos
llamar la teoría de la mutación, de forma figurada, la teoría cuántica de la
biología (…) las mutaciones se deben, de hecho, a saltos cuánticos en las
moléculas del gen”. La discusión sobre mutaciones termina con una
declaración sorprendente: “cualquier posibilidad de estar infectando gradualmente la
raza humana con mutaciones latentes, no deseadas, debería ser un tema de
preocupación para la comunidad”. El científico se queda ahí en un
alarde de sagacidad.
Quizá la pregunta clave que se hace
Schrödinger es: “¿cómo
podemos, desde el punto de vista de la Física estadística, reconciliar los
hechos de que la estructura del gen parece comprender un número pequeño de
átomos (del orden de 1000, y posiblemente menor) a pesar de lo cual despliega
una actividad muy regular y ordenada –con una durabilidad y permanencia que
raya en lo milagroso?”
Su idea es que la herencia, su
mecánica, se cimenta en la teoría cuántica.
En el último capítulo (¿Está basada la vida en las leyes de la
Física?) se sirve de Miguel de Unamuno para abrir el fuego: “si un hombre nunca
se contradice, será porque nunca dice nada”.
Discute el hecho de que el orden se
mantiene a sí mismo y produce sucesos ordenados, algo que debe conjugarse con
la tendencia a la entropía: “un organismo vivo aumentará continuamente su entropía,
produce entropía positiva y se aproxima al peligroso estado de entropía máxima
que es la muerte. Solo puede mantenerse lejos de ella, es decir, vivo,
extrayendo continuamente entropía negativa de su medio ambiente (…) el punto
esencial del metabolismo es aquel en el que el organismo consigue librarse a sí
mismo de toda la entropía que no puede dejar de producir mientras está vivo”.
En el epílogo se atreve con el libre
albedrio, y, por tanto, con el determinismo: “los acontecimientos espacio-temporales del
cuerpo de un ser vivo que corresponden a las actividades de su mente, a su
autoconciencia u otras acciones, son, si no estrictamente deterministas, al
menos estadístico-terministas”.
El tiempo ha demostrado que
Schrödinger estaba equivocado y que la mecánica cuántica era irrelevante para
comprender la vida. En cualquier caso, el mérito de este científico quizá
resida en haber contribuido a que no pocos físicos se moviesen hacia la
biología. Sin embargo, Schrödinger desdeñó el poder de la química, clave para
responder con propiedad a la pregunta que da título a su librito de conferencias.
Francis Crick, físico de formación, no
dejó de subrayar los errores a los que podían conducir las lentes con las que, por defecto, los físicos observan los fenómenos biológicos.
Seguramente hemos aprendido la lección.
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