A raíz de un
artículo publicado en el diario El País por Javier Sampedro, algunas
personas humanas tuvimos un intercambio en Twitter sobre la posibilidad de usar
los conocimientos actuales para predecir la conducta, usando marcadores
neurológicos valorados con técnicas de neuroimagen.
El origen de la nota de Sampedro está
en un
artículo del grupo de John Gabrieli, del MIT. Aunque discutí en este mismo
foro algún estudio sobre neuro-predicción y mi nivel de excitación no fue
particularmente elevado…
…confieso que me picó la curiosidad
por saber lo que Gabrieli proponía en su artículo de revisión.
Así que le pedí una e-copia, que
amablemente me envió a vuelta de correo, y me puse manos a la obra.
Desde el mismo resumen uno se pone en
guardia al leer que los neuro-marcadores permiten, en la actualidad, mejores
predicciones que las medidas conductuales tradicionales.
Como es natural, la revisión de
trabajos previos se basa en el hecho de la neuro-diversidad:
“Revisamos los progresos en una novedosa aplicación de la
neuroimagen consistente en la medida de la neuro-diversidad para predecir la
futura conducta humana”.
Los autores aprovechan para recordar
que los profesionales apenas consideran estos avances. Ejemplo paradigmático es
la reciente versión del DSM (5) en la que se aprecia un manifiesto desprecio
por los miles de estudios publicados sobre trastornos psiquiátricos en los que
se han usado técnicas de neuroimagen.
El problema básico de este artículo es
que apenas existen estudios en los que se hayan intentado predicciones
individualizadas:
“El único modo de que los neuro-marcadores sean útiles en la
práctica supone predecir resultados sobre nuevos individuos basándose en
modelos desarrollados previamente con otros individuos”.
De los 72 estudios revisados,
solamente uno se ajusta a este exigente criterio.
Los autores comentan que existen
distintos modos de hacer predicción. Algunos ejemplos son la regresión (en sus
distintas versiones) y las SVM (supporting vector machines). Nosotros
hemos usado SVM y la cosa es particularmente farragosa y bastante menos
eficiente de lo que los matemáticos dan a entender sobre la pantalla.
Los estudios revisados son muy
heterogéneos, desde los problemas de lectura hasta la delincuencia, pasando por
el alcoholismo, el uso de sustancias, la obesidad y una serie de trastornos
psiquiátricos. Es sobre estos últimos sobre los que se desarrollan algunas
ideas que suenan bastante bien, como la posibilidad de averiguar causas
potenciales del impacto diferencial de los tratamientos, sean conductuales o
farmacológicos:
“La variabilidad en la respuesta al tratamiento, que todavía
no se comprende y que no es una simple consecuencia de la severidad del
trastorno, sugiere que existen importantes diferencias neurobiológicas entre
los pacientes que comparten un diagnóstico”.
Las medidas cerebrales podrían ayudar
a encontrar respuestas.
Los autores reconocen las actuales
limitaciones: (a) suelen usarse muestras reducidas y los análisis estadísticos
son débiles, (b) la mayor parte de las investigaciones relacionan medidas en la
‘baseline’ con algún criterio educativo o clínico, pero no existen apenas
estudios verdaderamente predictivos (como los de las SVM), y mucho menos
individuales, (c) no se suelen combinar distintos neuro-marcadores. Además,
admiten que no puede descartarse que las evaluaciones conductuales que puedan
desarrollarse en un futuro superen a los neuro-marcadores que puedan detectarse
a medida que la investigación mejore:
“Una nueva generación de medidas conductuales podría servirse
de los insights novedosos que provengan de la neuroimagen”.
Un aspecto que merece la pena
comentar es el de la acusación usual de que una MRI es cara, económicamente
hablando. Gabrieli señala, correctamente, que a menudo la evaluación
neuropsicológica de un individuo es realmente más cara que una MRI. Además,
conviene considerar que si la información que se obtiene con una MRI es
realmente útil, entonces se reducen los costes de las intervenciones y, por
tanto, se ahorran recursos.
La respuesta a la pregunta del
titular del artículo de Sampedro (La
neurociencia ya puede predecir el comportamiento. Pero ¿debe hacerlo?) cae
por su peso. Naturalmente que debe hacerlo, si puede. Por ahora puede
débilmente, pero nada parece indicar que no vaya a mejorar. Eso si, tengo
serias reservas sobre la predicción individual. El cerebro es complejo y
dinámico, aunque el hecho de que sea más elástico que plástico constituye una
ventaja para la ciencia.
En cualquier caso, pienso que no
merece la pena agonizar debatiendo sobre si se debe avanzar en nuestro estado
actual de conocimiento. Es agotador e inhibidor. Conservemos las fuerzas
necesarias para aprender algo nuevo.
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