Mientras algunos discuten sobre si
merece la pena jugar para estimular nuestras habilidades cognitivas (o mentales),
o sobre si las
compañías que ofrecen juegos a través de internet se apoyan en una sólida
evidencia, la investigación sigue adelante.
El equipo de Daphne Bavelier publica un artículo en PNAS
en el que se informa de que quienes usan videojuegos de acción presentan una
mejor capacidad perceptiva que aquellos que no son jugadores. Además, se
confirma que existe un efecto causal: jugar es la causa de esa mejora
perceptiva vinculada al aprendizaje de regularidades estadísticas presentes en
el ambiente.
El resultado de la simulación
matemática que el grupo de científicos calcula, señala que la mejora perceptiva
deriva de cambios en los niveles de conectividad entre las áreas visuales del
cerebro. Los jugadores son más eficientes que los no jugadores al resolver
tareas novedosas de naturaleza perceptiva.
La investigación previa ya había
indicado que los videojuegos de acción mejoran la búsqueda visual, reducen la
ceguera atencional, se detectan mejor los cambios, y aumenta el número
elementos de información que puede seguirse simultáneamente. Es decir, mejora el control asociado a
los procesos atencionales. Jugar puede mejorar la relación señal-ruido y
facilitar los procesos de exclusión de la información irrelevante
(distractores) durante el procesamiento perceptivo.
El artículo que se está comentado se
centra en dilucidar cuáles de estos dos últimos mecanismos puede ser la explicación
más probable. En concreto, se pretende averiguar si la mejora en el rendimiento
obedece a (1) una reducción del ruido interno (aumentando la ganancia de los outputs en los canales que codifican la
información relevante para la señal de interés) o bien a (2) una eliminación
más sistemática del procesamiento ineficiente mediante el uso de patrones
perceptivos mejor ajustados a la tarea que debe completarse.
Ambas posibilidades se contrastan “determinando la
fuerza de señal necesaria para realizar una tarea de identificación ante
distintos niveles de ruido en una imagen (ruido externo)”. El modelo
de patrón perceptivo (PTM) permite distinguir entre la reducción de ese ruido
externo y el desarrollo de mejores patrones perceptivos para distintos niveles
de ruido. En el primer caso se predice un mejor rendimiento a bajos niveles de
ruido externo, pero no a altos niveles de ruido externo. En el segundo caso se
predice una mejora general del rendimiento a todos los niveles de ruido
externo.
Los resultados son consistentes con
la segunda predicción. Los videojuegos de acción estimulan la capacidad para
aprender nuevos patrones perceptivos, es decir, un mecanismo cognitivo (o
mental) relativamente general. La evidencia favorable a esa predicción se
acumula a través de tres experimentos, y, también, usando el modelo de
simulación comentado anteriormente.
El modelo explicativo se basa en el
supuesto funcionamiento del sistema nervioso. Ese sistema representa
distribuciones de probabilidad con respecto a las variables relevantes de la
tarea. Ese proceso ocurre inicialmente según la evidencia recogida por los
órganos de los sentidos. La práctica con los videojuegos de acción mejora la
calidad de la señal sin reducir el ruido interno.
Cuando los jugadores se enfrentan a
una tarea perceptiva novedosa por primera vez, no son mejores que los no
jugadores. Sin embargo, aprenden más rápidamente cómo resolverla con mayor
eficiencia: “la
capacidad para aprender con mayor rapidez cuál es la estadística más relevante
para la tarea, permite a los jugadores inferir mejor el modelo generativo
apropiado respecto de las variables relevantes para la tarea que debe
completarse, aumentando así la sensibilidad y la fiabilidad perceptiva”.
Ese mecanismo general puede
contribuir a explicar los beneficios conductuales observados después de
practicar con videojuegos de acción: “aprenden rápidamente sobre la marcha las características
diagnósticas de la tarea a resolver para alcanzar eficientemente un rendimiento
óptimo”.
Los resultados de esta interesante
investigación me trae a la mente la tesis que mi equipo (entre otros) ha
defendido (sin demasiado éxito) sobre por
qué la memoria a corto plazo permite explicar la alta relación observada entre
la memoria operativa (working memory)
y la capacidad intelectual: los individuos más inteligentes son quienes
preservan una representación on-line
más fiable de la información relevante para resolver una determinada tarea. El
fracaso al resolverla podría atribuirse a la pérdida de la información necesaria,
a una degradación, y, por tanto, a una menor capacidad.
En resumidas cuentas, a un cerebro en
el que el ruido puede con la señal.
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