En 2006 se publicó un llamativo artículo en ‘Nature’ en el que se mostraba
cómo, supuestamente, la correlación de las diferencias de grosor cortical con
las diferencias intelectuales cambiaba con la edad. En concreto, la relación
era negativa en la niñez y positiva al final de la adolescencia. Es decir, y para
que quede claro, a menor grosor mayor inteligencia en la niñez; a mayor grosor
mayor inteligencia al final de la adolescencia.
Además, los individuos con mayor
nivel intelectual presentaban los cambios más dramáticos en el periodo de edad
considerado. La siguiente figura muestra, supuestamente, el hecho.
Sin embargo, el estudio era bastante
opaco en cuanto a los cálculos en los que se basaban sus principales
conclusiones. No estaba claro cómo se habían hecho las cosas. Por ejemplo, en
la figura anterior no se sabe cuál es la región que se considera para calcular el
adelgazamiento de la corteza.
Recientemente (2014) publicamos un artículo inspirado, en parte,
por ese estudio de 2006, y en parte por otro estudio también publicado en
‘Nature’ en 2011. Observamos que quienes mejoraban su nivel intelectual en el
periodo de tiempo considerado mantenían el grosor de su corteza cerebral,
mientras que quienes empeoraban su nivel intelectual perdían grosor. Por tanto,
las tendencias de adelgazamiento varían según los cambios (o la ausencia de
cambio) en la variable psicológica.
Las relaciones dinámicas entre los
cambios que se producen espontáneamente, tanto en la señal biológica (p. e. el
grosor de la corteza cerebral) como en la psicológica (p. e. el nivel
intelectual) son complejas.
Se publica ahora un artículo de científicos
canadienses en el que se informa de que los cambios en el grosor de la
corteza son no-lineales. Es decir, existe una tendencia promedio a que el
grosor se reduzca con el paso de los años, pero durante la adolescencia la
reducción es bastante más acusada. Esos resultados sugieren que la adolescencia
es un periodo único en cuanto al desarrollo de la corteza. Los autores
especulan con que este carácter especial podría relacionarse con los sucesos
turbulentos que suelen asociarse a ese periodo de la vida.
Se subraya en ese informe que la
comunidad científica ha validado el adelgazamiento de la corteza entre los 7 y
los 22 años de edad, a pesar de que ellos hayan descubierto que, probablemente,
ese proceso no es lineal. Obsérvese en la figura anterior que esa reducción no se produce en todos los casos. Además, el número de niños es bastante reducido.
Como sugería el estudio
de 2006, o el nuestro de 2014, ese cambio puede matizarse cuando se pone en
relación con señales psicológicas como la capacidad intelectual. Un artículo que discutimos en este
foro hace algún tiempo también apoya esta idea. Sin embargo, mientras que el
grupo de Schnack observa que las personas más inteligentes presentan los
cambios más extremos durante el desarrollo, nuestras resultados nos llevaron a
pensar que la cosa no es tan simple.
Lógicamente a quienes estudiamos
variables psicológicas nos interesa ponerlas en relación con la información
biológica. Constatar una reducción del grosor cortical es interesante, pero
quizá sea más informativo averiguar si ese proceso se produce de modo homogéneo
en individuos que difieren en sus señales psicológicas durante el periodo de
tiempo considerado.
En este contexto, ahora estamos
explorando el problema con una base de datos del NIH aplicando un exquisito
cuidado a la selección de los casos, tanto con respecto a la edad como en
cuanto a la capacidad intelectual. Las muestras de gran tamaño no son
necesariamente garantía de calidad. Los controles estadísticos aplicados a datos
de calidad dudosa son insuficientes para alcanzar sólidas y confiables
soluciones. O eso pensamos. Y lo pensamos mucho.
En concreto, estamos trabajando con
tres momentos temporales, separados aproximadamente por dos años, en los que se
han obtenido registros de resonancia y medidas de capacidad intelectual. Por
ahora no hemos sido capaces de apreciar efectos interactivos claros entre la
edad, la capacidad y el grosor cortical.
Pero el oscuro panorama puede iluminarse cuando
se generan grupos cuidadosamente definidos según edad (entre los 6 los 17 años)
y según nivel intelectual.
Las relaciones más fuertes, a nivel descriptivo, entre las
diferencias de grosor cortical y las diferencias de inteligencia se aprecian en
la niñez. El nivel de relación propende a disiparse, también descriptivamente, a medida que aumenta la
edad. Además, las relaciones son más intensas en los individuos de
mayor nivel intelectual a todas las edades, aunque son más visibles
entre los 8 y los 12 años de edad.
En una ocasión escuché a Wendy
Johnson una invitación a que nos devanásemos los sesos con el carácter dinámico
de las variables psicológicos, a que abandonásemos la tentación de explorar
fenómenos estáticos. Ahora se une a la fiesta el cerebro. La probable relación
cambiante entre las señales biológicas y psicológicas durante el ciclo vital nos
complica la vida a los científicos, pero es una posibilidad que tenemos la
obligación de explorar. A pesar de la estadística.
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