Volver
a ver hoy las películas del gran Berlanga,
como, por ejemplo, ‘La Escopeta Nacional’,
‘Patrimonio Nacional’ o ‘Nacional III’ (la trilogía de la familia
Leguineche) es divertido. Es verdad
que si uno se pone en el estado mental propio del “tertuliano político” o del “analista de la
actualidad”, no dejan de ser una trágica metáfora de nuestra
cotidianeidad.
Hoy es
mas adecuada, y especialmente divertida, la película que Berlanga hizo, en
1993, “Todos a
la cárcel”. En cuanto la ves, aunque solo sea el
tráiler en Youtube,
es difícil que no se te escapen unas primeras risas y, si la ves completa, te
deja una agradable sensación de euforia. Aunque solo sea por este placer pasajero
es recomendable verla.
Pero, y
como es propio de los estados de ánimo, de la sensación de dicha, desahogo y
confort se pasa, con una cierta facilidad y rapidez, a un estado de desazón,
irritación e incluso enfado. El desfile de políticos, empresarios, banqueros,
artistas, e incluso curas y párrocos que vemos entrar cada día a las prisiones
de nuestro país, da para ese cambio de estado de ánimo y para mucho más.
El
desfile esta bien nutrido, diría que trufado, de “personas socialmente muy destacadas”:
el anciano expresidente del Futbol Club Barcelona José Luis Nuñez, Isabel
Pantoja, el exministro Jaume Matas (otrora político modélico), el expresidente
de la diputación de Castellón Carlos Fabra, la cuasi-manada, más que banda de delincuentes,
resultado de la operación Malaya (el fraude urbanístico de Marbella), Bárcenas
y los de la trama “Gürtel”, los múltiples imputados de los EREs de Andalucía,
unos cuantos banqueros que presidian –tan solo hace 5 o 6 años – respetables
consejos de administración de muchas Cajas de Ahorros, ahora desaparecidas.
Este
desfile no ha acabado y aún faltan los Millet, los Pujols y otros que aún están
considerados “presuntos”
culpables de delitos que están en trámite judicial. La corrupción política, los
fraudes económicos y todo un conjunto variado de delitos de “cuello blanco”.
Han sido tan frecuentes que realmente descorazona pensar la extensión y las consecuencias
de estos comportamientos antisociales realizados por personas que, no solamente
suelen tener buenos patrimonios, sino que eran considerados socialmente unas personas
capaces, honestas, solventes, responsables y dignas.
No
obstante, además de todos estos personajes que estamos viendo ingresar en la
cárcel, diariamente entran muchas otras personas, vale decir como es habitual
ahora de la “sociedad
civil”. Van para cumplir las penas de privación de libertad que les
ha impuesto la Justicia porque han cometido cualquier tipo de delito: robos,
hurtos, fraudes, lesiones, agresiones de pareja, asesinatos, abusos sexuales,
delitos contra la seguridad vial, han traficado con sustancias ilegales, no han
pagado sus obligaciones derivadas de la responsabilidad civil, etc..
Si se hace
un recuento del número de internos hay en las prisiones españolas en este
momento, el resultado aproximado es de 67.000.
Este número corresponde a una tasa de 143 presos por 100.000 habitantes. Es la
tasa más alta de nuestra historia reciente. Actualmente, es la segunda más
elevada de toda la Europa de los 15, por detrás de Reino Unido que tiene una
tasa de 149 por 100.000. Cercanos a nosotros están Portugal (137 por 100.000) y
Grecia (111 por 100.000). La más baja es de 58 por 100.000 en Finlandia, pero también
destaca la de Suecia (67 por 100.000), Alemania (77 por 100.000) y Holanda (82
por 100.000).
En
cualquier caso, ningún país supera la tasa de los USA, que es de 707 x 100.000
habitantes, y que sigue encabezando el ranking de numero de presos en el mundo,
con un total aproximado de 2,4 millones de personas. Actualmente, este problema
es una prioridad nacional en los Estados Unidos y están realizándose políticas
urgentes para cambiar radicalmente la situación. Para ello se está analizando cómo
se han hecho las cosas en países europeos como Holanda y Alemania en cuanto a
la gestión de las prisiones y las leyes penales.
Olvidémonos
de quiénes son y por qué han entrado en prisión los famosos que ahora cumplen
condena y que ocupan las portadas de los medios de comunicación. Lo que planteo
a continuación esta provocado, en cierto modo, por los famosos que han entrado
en ella. Esta guiado, principalmente, por lo que pasa con las personas “anónimas”,
hombres y mujeres de todas las edades, de diferente condición social, grupo
étnico o cultural, formación, etc.. que
están en prisión. Esta referencia vale, por tanto, para casi un total de 70.000
internos que están en prisión en nuestro país.
En
términos cuantitativos, en los centros penitenciarios españoles entran cada día
unas 100-120 personas, que estarán en ellos por un período que va desde unos pocos
meses (3 ó 6 meses) a muchos años (17-25 años). Y salen de ellos, también en
promedio, entre 50-60 personas al día en distintas condiciones legales, muchas
de ellas en libertad definitiva.
No soy
capaz de hacer una descripción
cualitativa de las experiencias vitales y consecuencias personales que se producen
por el paso por la prisión. Se puede imaginar, pero es realmente muy heterogéneo
para resumirlo y no simplificarlo demasiado. La experiencia penitenciaria para
los internos va desde catastrófica para sus vidas hasta cuasi providencial, ya
que algunos incluso salvan su vida, literalmente, por haber estado en prisión (por
ejemplo, de enfermedades que de otro modo hubiesen sido mortales). Naturalmente,
y en general, la experiencia es mayoritariamente negativa en clave personal y
psicosocial, aunque también hay que decir que estos efectos son pasajeros en muchos
casos.
La pena
de cárcel es el paradigma de la pena o castigo por cometer un delito. Esta idea
esta muy generalizada. De hecho, sirve de “marco mental” para comprender la lógica simple y
vulgar de la justicia “lega”. En general, se cree que la verdadera pena,
lo que de verdad se merecen los delincuentes – hayan cometido el delito que sea
– es la cárcel y lo entendemos así porque la cárcel significa sufrimiento y lo
asociamos al castigo. Se suele decir que el delincuente “sufra” por el daño que ha hecho. Y
se añade, “así
no lo volverá a hacer”. Casi sin excepción, cada vez que oímos que “el sr. X ha hecho
un delito y ha ingresado en prisión” muchos, o casi todos, pensamos
o decimos en voz alta: “es lo que se merece, que no lo hubiese hecho y a ver si así
no lo vuelve a hacer”.
Pero
entre esta simple idea y la realidad hay mucha distancia, toda la que va en
términos de evolución de las leyes penales y sus aplicaciones desde el siglo
XVII hasta hoy. Son muchos y muy relevantes los cambios que han sufrido la
normas legales en cuanto a la aplicación de las penas a los delincuentes. Pero
sobreviven las ideas, estrechamente asociadas, de que si alguien delinque debe
“pagar”
el precio de su mala acción en la cárcel y que esta pena es la única que
realmente puede disuadir de cometer un nuevo delito, porque está asociada al
sufrimiento.
No
obstante, y hablando con precisión, nadie va a la cárcel para pagar el “precio”
de su delito y, además, desgraciadamente, el poder disuasorio de la prisión y de
la duración de la pena es pequeño o muy pequeño.
Actualmente,
en todos los códigos penales hay una gran variedad de penas – y no solo la
privación de libertad - que se aplican en función de los delitos y las
circunstancias de los actores.
En el
Código Penal vigente en España se reconocen tres grandes tipos de penas:
(1) Las
graves (por ejemplo, la prisión superior a cinco años, la inhabilitación
absoluta, la privación de la patria potestad, entre un largo catálogo de otras
penas).
(2) Las
menos graves (por ejemplo, la prisión de tres meses a cinco años, la suspensión
de empleo o cargo público…).
(3) Las
penas leves (por ejemplo, la privación del derecho a conducir o los trabajos en
beneficio de la comunidad, entre otras).
Es
decir, que según la gravedad de la acción punible, y otras circunstancias, el
código penal indica unas penas que el juez o el tribunal ajusta al caso
particular. Así que la prisión es una más de las penas posibles por delinquir.
Además,
la Constitución española dice:
“Las penas
privativas de libertad y las medidas de seguridad estarán orientadas hacia la
reeducación y reinserción social y no podrán consistir en trabajos forzados.
El condenado a pena de prisión que estuviere cumpliendo la misma
gozará de los derechos fundamentales de este Capítulo, a excepción de los
que se vean expresamente limitados por el contenido del fallo condenatorio, el
sentido de la pena y la Ley Penitenciaria.
En todo caso, tendrá derecho a un trabajo remunerado y a los
beneficios correspondientes de la Seguridad Social, así como al acceso a la
cultura y al desarrollo integral de su personalidad”
(Artículo 25.2).
El papel de la prisión no es castigar.
El
castigo es la sentencia en sí misma, la privación de libertad que comporta. Ese
es el verdadero sentido punitivo de la condena. El sufrimiento que comporta
estar privado de libertad es como un “daño colateral” de la pena. Los países que
entienden bien esta realidad penal (en la que de verdad está posicionada nuestra
Constitución y las leyes que regulan las políticas de ejecución penal) están
trabajando eficazmente para reducir el numero de internos en las prisiones,
para reducir su reincidencia, para facilitar la rehabilitación y la reinserción
social. Estos países aplican sus mayores esfuerzos en promover el cambio personal
en los delincuentes, la restauración del daño y promover la “re-entrada”
de los penados en la sociedad para que se integren en ella de forma completa,
sin poner en peligro la seguridad de los ciudadanos. Haciendo lo que se puede
denominar una “reintegración
segura” de los delincuentes.
¿Se
está haciendo en España?
La
respuesta es sí, en parte.
Y
¿funciona?
La
respuesta también es sí, pero falta dar un paso más, ampliar al máximo posible
de internos la posibilidad de cumplir las penas privativas de libertad en el
contexto comunitario, especialmente de aquellos presos que tienen un riesgo bajo
de reincidir.
Desde
hace unos cuantos años, en Holanda, Suecia, Alemania e incluso en algunos
estados norteamericanos como Colorado, California, New Jersey o Illinois, se
está reduciendo el numero de presos, cerrando prisiones y aplicando políticas
de gestión comunitaria de las penas. Estas medidas, que representan un
importante ahorro a las arcas públicas – que se pueden destinar a los servicios
socio-sanitarios que tan buen papel hacen en la rehabilitación de los
delincuentes –están ofreciendo buenos resultados en términos, tanto de
seguridad, es decir reduciéndose la reincidencia, como de reinserción social.
Por el
contrario, en otros países, como el nuestro, pero también el Reino Unido,
Bélgica o Francia, las políticas penitenciarias van, mayoritariamente, en
sentido contrario: más y más delincuentes a la cárcel, aumentamos el numero de
prisiones, aumentamos las penas privativas de libertad… y eso no solo cuesta muchísimo dinero, sino que además es
contraproducente. La evidencia contrastada dice que, para rehabilitarse,
no todos los delincuentes deben pasar por prisión. Es más, la mayoría no lo requieren y su paso por la prisión lo
empeora todo.
Solo a
modo de comentario paradójico, en España se introdujeron las llamadas Medidas
Penales Alternativas precisamente para disponer de tipos de penas que
permitiesen evitar las condenas de prisión. El resultado es que han aumentado
ambas: las alternativas y las de prisión. ¿Por qué? La respuesta es para otro
comentario.
El
cambio que esta produciéndose en los países que reducen las prisiones y los
presos, se basa en unas tecnologías que los técnicos y profesionales del mundo
de la ejecución penal saben aplicar y son competentes para hacerlo. Son
precisas decisiones directivas y que los responsables incluyan en su agenda
política, y para la prevención de la delincuencia, aplicar estas tecnologías
que tan buenos resultados están dando en los países avanzados que las han
adoptado.
Mientras
tanto, la vida sigue y al paso que vamos cuantos más “desfilarán” por la cárcel en los
próximos años... (que el lector acabe la frase como más le guste).
Buen comentario con el que estoy totalmente de acuerdo. Es más, España uno de los países de Europa con menor tasa de criminalidad: http://www.forumlibertas.com/la-espana-mas-segura-y-la-europa-mas-insegura/ , lo que debiera suponer una menor tasa de personas en la cárcel.
ResponderEliminarMuchas gracias por el enlace y por el comentario, Félix. Tengo la sensación de que a determinados individuos eso de la evidencia se la sopla. Un abrazo, R
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