Aunque “What Mad Pursuit” se
publicó mucho después que “The Double Helix”, concretamente en
1988, es decir, veinte años después, yo lo leí mucho antes. Y me alegro, porque
me gusta bastante más la versión de Crick que la de Watson sobre los hechos que
rodearon el descubrimiento de la estructura del ADN. Además, va más allá
del ADN.
Este físico de formación insiste en
separar la física de la biología. La selección natural…
“hace distinta a la biología del resto de las ciencias
(…)
las leyes de la biología solo pueden ser generalizaciones amplias porque
describen mecanismos químicos muy elaborados que la selección natural ha
desarrollado durante miles de millones de años
(…)
un teórico de la biología tiene que guiarse mucho más que un físico por las pruebas experimentales”.
Enumera algunas propiedades de los
seres vivos, tales como su variedad,
en primer lugar, o su complejidad
altamente organizada, en segundo lugar. Comenta lo raro que resulta el
interés por averiguar cómo han evolucionado los organismos si todavía desconocemos
cómo funcionan los actuales.
Es vano esperar elegancia en la
biología:
“La elegancia, si existe, puede ser mucho más sutil y lo que
a primera vista parece artificial o incluso horrible quizá sea la mejor
alternativa que la selección natural haya podido diseñar”.
Por cierto, recuerda Crick la
perspectiva de Watson sobre el carácter sospechoso de las teorías demasiado
buenas:
“Una teoría que concordase con todos los datos tenía que
haber sido manipulada”.
Por tanto, era absurdo preocuparse porque
todos los datos disponibles encajasen con una determinada teoría o modelo
(algunos de esos datos podían ser erróneos: “los hechos experimentales son a menudo
engañosos”).
Reconoce que su descubrimiento tuvo
mucho de accidental:
“El ADN es una molécula mucho menos sofisticada que una
proteína evolucionada y por esa razón revela sus secretos más fácilmente
(…)
pero no podíamos saberlo por adelantado: sólo fue cuestión de suerte tropezar
con una estructura tan bella
(…)
Jim estaba buscando algo significativo e inmediatamente reconoció el
significado de los pares correctos cuando los vió por azar
(…)
este episodio ilustra que en la investigación es importante jugar”.
Y es simple porque lleva por aquí
varios miles de millones de años: “somos las primeras criaturas de la Tierra conscientes de su
existencia”.
Con respecto a sus críticos, Crick
escribe:
“Considero que nuestro mayor mérito fue seleccionar el
problema adecuado y apegarnos a él.
Es
cierto que andando a ciegas tropezamos con oro, pero no por ello deja de ser
verdad que buscábamos oro
(…)
lo que tanto Jim como yo presentíamos es que debía haber un cortocircuito en la
respuesta, que las cosas no
podían ser tan complicadas como parecían”.
Vuelve a la carga con el carácter
especial de la biología al comparar el código genético con la tabla periódica:
“Hay una profunda diferencia.
La
tabla es probablemente cierta en cualquier lugar del universo
(…)
sin embargo, si hay vida en otros mundos, y si esta vida utiliza ácidos
nucleicos y proteínas, parece muy probable que ahí el código sea diferente
(…)
el código genético, como la vida misma, no es un aspecto de la naturaleza
eterna de las cosas sino, al menos en parte, producto
de un accidente”.
Sostiene que la conexión entre
distintas áreas de conocimiento resultará más fácil ante un resultado novedoso
que las vincule. Es poco probable que la conexión provenga de razonamientos
teóricos. Uno de sus ejemplos favoritos es la conexión de la Psicología con la
neurobiología. Particularmente irritante le resultaba la práctica de ‘jugar con
ordenadores’ y escribir programas que se suponía simulaban el cerebro humano.
En las conclusiones a su obra, Crick
subraya el carácter humano de la investigación. Recela de que la navaja de Ockham
sea útil en biología, aunque pueda serlo para la física. Los argumentos
evolucionistas son peligrosos porque son demasiado especulativos y pueden
despistarnos fácilmente:
“Para producir una teoría biológica correcta, uno debe tratar
de ver, a través de la confusión producida por la evolución, los mecanismos
básicos, percatándose de que probablemente están cubiertos por otros mecanismos
secundarios.
Lo
que a los físicos parece un proceso terriblemente complicado puede ser aquello
que la naturaleza ha considerado más simple, porque la naturaleza solo puede construir
sobre lo ya existente
(…)
los argumentos sobre la eficacia deben tratarse con desconfianza en biología,
ya que desconocemos a qué problemas tuvieron que enfrentarse miles de millones
de organismos durante la evolución”.
El epílogo narra su estancia en La
Joya, California, donde “algunos de los científicos trabajan tanto que no tienen
tiempo para pensar seriamente”. En el Salk Institute pudo concentrarse en su segunda pasión: el cerebro.
Se queja de que los científicos cognitivos de su época se interesasen poco por
ese órgano:
“No veo qué justifica hacer caso omiso de las neuronas.
Normalmente
no es ventajoso tener una mano atada a la espalda cuando se aborda un trabajo
difícil”.
La perspectiva de Crick fue contraria
a la de los psicólogos funcionalistas, pensando, por el contrario, que
comprender la función exige estudiar la estructura. Se centró en la visión y en
la conciencia: “lo
que no se entiende es cómo el cerebro junta (las piezas) para darnos una imagen
unitaria del mundo”. Supuso que la conciencia tenía una estricta
relación con la memoria a corto plazo:
“Deberíamos observar las bases moleculares y celulares de la
memoria a corto plazo, un tema bastante abandonado y que puede hacerse con
animales, incluso en un animal relativamente sencillo y barato como un ratón”.
Tuvo claro que la comprensión del
cerebro exige considerar las interacciones no lineales entre grandes números de
neuronas. Coqueteó con la idea de una psicología
molecular:
“Es esencial entender nuestro cerebro con algún detalle si
queremos comprender correctamente nuestro lugar en este vasto y complicado
universo que vemos a nuestro alrededor”.
Quizá se puede decir, ahora, en 2014,
que la predicción de Crick se ha cumplido y que la Psicología científica ha
adoptado una perspectiva centrada en el cerebro. Los medios de comunicación se
hacen eco de los estudios sobre el cerebro relacionados con variables
psicológicas como la memoria o la inteligencia. La disponibilidad de
tecnologías como la resonancia ha supuesto una explosión de investigaciones de
esa naturaleza.
Sin embargo, no son pocos los
psicólogos que parecen no soportar esa tendencia a mirar cómo es el cerebro y
cómo funciona para ayudarnos a comprender la conducta humana. Usan términos
despectivos como ‘cerebro-centrismo’, suponiendo que admitir la centralidad del
cerebro obliga a olvidarse de la conducta por la que siempre se ha interesado
la Psicología. Son, supongo, esos psicólogos funcionalistas a los que se
refiere Crick en su obra.
Convendría recodar que cualquier cosa
por la que se interesa la Psicología es, de hecho, pura biología. Es absurdo, y
en esto es difícil discrepar de Crick, estudiar la conducta humana ignorando la
biología, despreciando, de hecho, el cerebro. Cualquier percepción, cualquier acción y cualquier cognición deberá
comprenderse en términos biológicos o no se comprenderá realmente.
Parafraseando a Jack Nicholson en ‘Mejor
Imposible’, desconsiderar la centralidad de la biología, del cerebro,
equivaldría a que nos estuviésemos ahogando, que alguien apareciese en el borde
la piscina y que, ese alguien, en lugar de tendernos una mano para rescatarnos
se limitase a describirnos el agua que nos rodea.
Ya sabemos cómo acabaría la historia.
Interesante comentario, Roberto. Ahora bien, el penúltimo párrafo incluye tres afirmaciones seguidas que no son del todo compatibles, por no decir que no lo son en absoluto. A no ser que la afirmación central sea la primera y las otras dos se lean en esa clave, pues es bien distinto decir que no se comprende realmente cualquier acción o cognición si no tenemos en cuenta los datos biológicos (que pueden entonces ser entendidos como subtrato sobre el que se apoya la conducta humana) a decir que todo aquello que aborda la Psicología es pura biología. Esto segundo es más bien reduccionista y no tiene en cuenta que el concepto de realidad es un concepto más bien analógico que se dice de todo, pero se dice de distintas maneras. Desee la filosofía se han hecho aportaciones distintas, insistiendo en que es importante hablar de niveles de realidad, de tal modo que los niveles "superiores" no se explican sin los niveles inferiores, pero no se explican solo por los inferiores. Tradicionalmente se han distinguido cuatro o cinco niveles (enumerados aquí en orden de creciente complejidad): físico-químico, biológico, psicológico y cultural.
ResponderEliminarSi aprieto al acelerador el coche se mueve. Puedo vivir y conducir sin saber por qué a esa acción sigue aquella reacción, pero, como científico, deseo comprender el por qué de las cosas. En el caso de la conducta humana no hay escapatoria de la biología si se persigue la comprensión. Saludos, R
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