Sospecho que somos bastantes menos
quienes leímos ‘El Padrino’, de Mario
Puzo, que aquellos que visionaron la película gobernada por F. F. Coppola.
Este diagnóstico no posee ninguna
implicación negativa. El celuloide soportó bastante bien la historia de Don
Corleone (“una
de las grandes personalidades de la Mafia, con más influencias políticas que
Capone en sus mejores tiempos (…) el Padrino debía ser el hombre más
inteligente del mundo (…) Vito Corleone no era sólo un hombre de talento, sino
que, a su modo, era también un genio (…) era un hombre que había cometido muy
pocos errores en su vida, y todos ellos le habían servido de experiencia”).
De hecho, la película se atiene fielmente al texto original.
Sin embargo, existen pequeños
detalles, quizá con grandes consecuencias, que se omiten en la película, pero
que son esenciales en la novela. Es lógico que se sacrifiquen cosas en un medio
que están presentes en el otro. Pero, en determinados casos, la ausencia es
notoria.
En la película está claro que
determinados individuos acude al Don para solicitar algo: “si queremos justicia, deberemos arrodillarnos
ante Don Corleone”. Pero, ¿por qué no recurren a la justicia
oficial? Una posible respuesta se encuentra cuando Puzo describe el carácter de
los tres hijos del Don, Sonny, Fredo y Michael: “Don Corleone no tenía el deseo ni la intención
de dejar que su hijo menor muriera al servicio de un país que él consideraba
extraño”.
Michael, que supuestamente rechaza el
mundo de su padre, termina convirtiéndose en su sucesor a raíz de la venganza
por el atentado que sufre su padre y que casi le cuesta la vida (“la venganza es un
plato que sabe mejor cuando se sirve frío”). Su hermano Sonny le
confiesa: “yo siempre he dicho que eras el más duro de la
familia, más incluso que el Don (…) recuerdo cómo eras de niño. ¡Vaya
temperamento el tuyo!”
Pero, ¿qué es la Mafia?
Escribe Puzo que “a finales del siglo
XIX, la Mafia era en Sicilia el gobierno en las sombras, mucho más poderoso que
el de Roma”. Corleone puso en práctica las estrategias de su país de
origen: “pagaba
los estudios a una serie de muchachos brillantes, pertenecientes a familias
italianas sin recursos, que al cabo de unos años se convertirían en los
abogados, fiscales y jueces de la ciudad. Don Corleone preparaba el futuro de
su imperio con el mismo cuidado con que lo haría un gran político”.
Los mafiosos son hombres, “sin un pelo de
tontos”, que se niegan a ser “muñecos en manos de los poderosos (…) ¿por qué debemos
obedecer unas leyes dictadas por ellos, para su propio beneficio y en perjuicio
nuestro? (…) nuestro mundo es cosa nostra, y por eso queremos ser nosotros quienes lo rijan (…)
¿somos o no somos mejores que esos poderosos que han matado a millones y
millones de personas en nombre de la patria?”.
Para los mafiosos, la Familia es más
leal y digna de confianza que la sociedad. De hecho, la palabra ‘Mafia’ significaba, en su origen ‘lugar de refugio’. Luego “se convirtió en el
nombre de una organización secreta creada para luchar contra los poderosos que
durante siglos habían manejado a su antojo el país y a sus gentes (…) las
autoridades nunca les habían dado la justicia solicitada, y en consecuencia las
gentes acudían a aquella especie de Robin Hood que era la Mafia”.
Michael lo explica con claridad: “mi padre es un
hombre de negocios que trata de ganar dinero para mantener a su familia y
ayudar a sus amigos necesitados. No acepta los dictados de la sociedad, porque
tales dictados lo hubieran condenado a una vida indigna de un hombre de su
inteligencia y personalidad (…) los gobiernos no hacen gran cosa por la gente”.
La Mafia requiere que no haya “clemencia para los
traidores”.
Desde esta perspectiva, el mundo de
la mafia adquiere unos tintes difíciles de extraer de la película. Existen
guiños, es cierto, pero el mensaje es bastante menos rotundo. Todo el mundo
admira a Robin Hood, pero no sucede
lo mismo con la Mafia. Resulta moralmente sencillo aceptar que alguien se
convierta en bandido para equilibrar la balanza social, robándole a los ricos
para dárselo a los pobres. Pero cuando un grupo de gente decide organizarse
para encontrar la justicia que no ve en la sociedad, cual es el caso de la
Mafia, entonces la brújula moral parece distorsionarse.
La visión de Puzo parece conducirnos
de vuelta a las sociedades tribales. En una sociedad que ha evolucionado hacia
un estadio distinto (y ‘evolucionado’, en este sentido, no implica ningún
juicio de valor), basado en organizaciones más complejas que pretenden
aglutinar los intereses sociales mayoritarios, el autor de origen italiano
reclama un papel protagonista para la tribu, para los clanes, para, en una
palabra, las familias.
Es una provocadora perspectiva que
puede merecer una sosegada discusión. Algunos, como Nicholas Wade, mantienen que la sociedad occidental lidera
actualmente el mundo por haber sido capaz de generar instituciones que se han
distanciado del mundo tribal. Sin embargo, otros, como Charles Murray, reivindican con entusiasmo el valor social de las
familias y los vecindarios, suscriben la perspectiva de que el gobierno estatal
debería delegar muchas de sus funciones en los pelotones (platoons) sociales de reducido tamaño. Algo que suena a tribu.
Si admitimos que ambas visiones
tienen algo valioso que aportar, ¿dónde se encuentra el virtuoso punto medio?
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