lunes, 15 de septiembre de 2014

The Bell Curve, Parte IV: Viviendo Juntos

Seis capítulos conforman esta última parte de la obra de H & M, inspirados por la siguiente perspectiva general:

El país se ha olvidado de los antiguos principios de igualdad individual ante la ley adoptando políticas que tratan a la gente como miembros de grupos
(…) pensamos que la estratificación cognitiva puede estar dirigiendo el país hacia peligrosas sendas”.

El capítulo 17 (Raising Cognitive Ability) se pregunta por el éxito de los programas destinados a mejorar la capacidad cognitiva de la población de riesgo:

Mejorar la inteligencia permitiría reducir los problemas descritos en esta obra (pero) lograrlo no es fácil”.

Se revisan factores como la nutrición, la escolarización formal o programas como el famoso Head Start. Sin embargo, la única intervención social que parece poseer un efecto sólido es la adopción al nacer. En cualquier caso,

por lo que sabemos hasta ahora, los problemas de la baja capacidad cognitiva no se resolverán gracias a intervenciones dirigidas a mejorar la inteligencia de los niños
(…) el hecho es que no sabemos si, y menos aún cómo, cualquiera de estos proyectos ha logrado aumentar la inteligencia.
Escribimos esta pesimista conclusión siendo conscientes de que algunos recurrirán al éxito de determinados proyectos citándolos como evidencia irrefutable de que nos negamos a ver la luz”.


Los autores apuestan por mejorar nuestro conocimiento sobre las bases biológicas de la inteligencia, en lugar de insistir ciegamente en las variables educativas y culturales habituales. La ciencia y no las preguntas políticamente correctas deberían orientar la investigación:

La discusión sobre el Head Start debe abandonar el frívolo debate sobre cuántos dólares nos ahorraremos a la larga, puesto que eso no soporta un mínimo escrutinio, para centrarse en el grado en el que sirve para la más laudable y fundamental función de rescatar a los niños de sus peligrosos ambientes”.

También invitan a facilitar lo que sabemos que funciona, es decir, la adopción al nacer:

“¿Por qué se ha ignorado en los debates del congreso y en las propuestas presidenciales?
¿Por qué se lo ponen tan difícil a los padres deseosos de adoptar?
¿Por qué se restringen tan intensamente, llegándose a prohibir, las adopciones trans-raciales?
(…) cualquiera que busque un modo barato de hacer algo bueno por un gran número de niños desaventajados debería mirar con atención hacia la adopción”.

En el capítulo 18 (The Leveling of American Education) se denuncia la tendencia a centrarse de modo casi exclusivo en los chavales situados en la parte baja de la Bell Curve:

Al medir el éxito según el estudiante medio, la educación se ha tenido que simplificar, rebajando el nivel de los libros de texto, las exigencias de los cursos, del trabajo en casa y del nivel requerido para obtener el título
(…) durante treinta años el CI no ha estado de moda entre los educadores del país, y la idea de que la gente con más capacidad para ser educada debe convertirse en la más educada suena peligrosamente elitista”.


Para Herrnstein y Murray es necesario recordar que la gente que dirige el país, es decir, que crea puestos de trabajo, desarrolla tecnología, cura enfermedades, enseña en la universidad, y administra las instituciones culturales y políticas, proviene de la clase cognitiva I (alrededor de dos millones y medio de personas). Mientras tanto, el sistema educativo conduce a que más del 60% de la población sea incapaz de resumir el argumento básico de un artículo periodístico. Ese sistema apenas puede mejorar el CI de los menos capaces, pero puede empeorar fácilmente el rendimiento de los más capaces:

A muchos estudiantes de alto CI les parecerá estupendo escribir sobre ‘El Hobbit’ en lugar de sobre ‘Orgullo y Prejuicio’ si se les da esa opción.
Muy pocos, incluso entre los más brillantes, elegirán la ‘Eneida’”.

El hecho es que de los casi 9 billones (norteamericanos) de dólares invertidos en 1993, el 92% fue destinado a programas para los chavales con desventajas, mientras que los programas para superdotados recibieron un 0.1% de ese presupuesto. No solamente se ignora a los más capaces, sino que se les mira con suspicacia y hostilidad:

Ser intelectualmente superdotado es un regalo. Nadie se lo merece
(…) los jóvenes superdotados son importantes, no porque sean más virtuosos, sino porque el futuro de nuestra sociedad depende de ellos
(…) la mayor parte de ellos crecerá en una burbuja aislada del resto de la sociedad.
Después irán a colegios de élite, emprenderán exitosas carreras profesionales y dirigirán las instituciones del país.
Por tanto, el país debería contribuir a que se convirtiesen en adultos sabios.
Si crecen sin saber cómo vive el resto de la sociedad, al menos pueden crecer con la necesaria humildad sobre su capacidad para reinventar el mundo desde cero y ser conscientes de su herencia intelectual, cultural y ética.
Alguien les debe enseñar cuáles son sus responsabilidades como ciudadanos de una sociedad más amplia
(…) la clase de sabiduría que deseamos no se obtiene de modo natural a partir de un alto CI, sino que debe provenir de la educación y de un tipo de educación en particular
(…) pensamos en la idea clásica de una persona educada (lo que implica) saber de historia, literatura, arte, ética y ciencia
(…) nuestra propuesta puede sonar elitista, porque de hecho lo es, pero únicamente en el sentido de que, después de exponer a los estudiantes a lo mejor de nuestra herencia intelectual y retarles a alcanzar altos niveles de excelencia, solamente algunos serán capaces de lograrlo
(…) el problema es que muy pocos educadores se sienten cómodos ante la idea de una persona educada”.

Los autores tienen claro que los responsables de las reformas educativas deben evaluar de modo realista el espacio razonable de mejora, considerando la distribución cognitiva de la población:

Cuanto más de cerca se mira a las razones por las que los estudiantes no trabajan más duro, menos parece que se deban a algo de lo que ellos tengan la culpa”.

La reducción del nivel de exigencia escolar ha llevado a que los empresarios puedan saber más sobre la futura competencia profesional de los candidatos a un empleo según su rendimiento en un breve test de inteligencia, que según cualquier clase de registro académico.


Los capítulos 19 y 20 se dirigen a repasar las políticas de acción positiva (es decir, los sistemas de cuotas). Su conclusión es clara:

Es momento de recuperar su intención original, es decir, ampliar la red, dar preferencia a los miembros de los grupos en desventaja, cualquiera que sea el color de su piel, siempre que las cualificaciones sean similares
(…) la acción positiva forma parte de esta obra porque se ha basado en el supuesto de que los grupos étnicos no difieren en las capacidades que contribuyen al éxito en la escuela y en el trabajo
(…) se ha demostrado en las páginas precedentes que ese supuesto es erróneo”.

Los autores se preguntan en qué medida es justa una sociedad cuando la gente de similar capacidad e historial son tratadas de modo tan distinto. Y la respuesta es obvia. En el mundo laboral, las élites, que apoyan la acción positiva, se enfrentan al resto de la población que se siente víctima del sistema. El congreso ha sido hostil con el uso de métodos objetivos de selección de candidatos, pero

la relación de la capacidad cognitiva con la productividad laboral existe independientemente de la existencia de las puntuaciones obtenidas en los tests, y todas las prácticas de contratación que tienen éxito al elegir trabajadores productivos, eligen empleados con leves diferencias grupales de inteligencia para las ocupaciones en las que el CI es importante”.

Consideran que el debate sobre la acción positiva debe preguntarse cuánta degradación del rendimiento laboral es aceptable al perseguir los objetivos razonables del programa. La actual situación polariza a la sociedad:

El objetivo apropiado es un mercado laboral en el que no se favorece a la gente simplemente por su raza.
Nada en la naturaleza dice que todos los grupos deben ser igualmente exitosos en cualquier ámbito de la vida.
Esto puede ser ‘injusto’, en el mismo sentido en el que la vida es injusta, pero eso no tiene por qué significar que los seres humanos se tratan entre ellos injustamente
(…) la gente con cualificaciones similares debe tener la misma oportunidad de ser contratada, pero los programas de acción positiva, originalmente pensados para promover precisamente ese objetivo, actualmente lo impiden”.


Herrnstein y Murray sostienen que prescindir de los programas de acción positiva incrementaría la ética laboral, aumentaría la armonía racial y mejoraría la productividad. Observan que la mayor parte de los norteamericanos, incluyendo los afroamericanos, prefieren ser seleccionados (o rechazados) a partir de puntuaciones en pruebas objetivas, aunque también apoyan que el gobierno tienda una mano a los ciudadanos en desventaja. El gobierno debe promover la igualdad de oportunidades, no de resultados:

Es fácil para los euroamericanos altamente educados con muchas opciones vitales, mirar con buenos ojos a los programas de acción positiva.
Tienen un nulo efecto sobre sus perspectivas de trabajo.
Pero para un joven con menos ventajas que desea convertirse en bombero, pero que no lo consigue porque se ha contratado a un ciudadano con menos méritos de un grupo étnico minoritario, el coste es grande
(...) este país no debe favorecer la balcanización étnica
(…) debemos recuperar la metáfora del ‘melting pot’ y el ideal de la ceguera al color.
El individualismo no es solo la herencia de Norteamérica.
Debe ser también su futuro”.

Dejaremos para el siguiente y último post de esta serie los dos capítulos finales de la obra. Merecen un espacio distinguido.


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