Esta segunda parte se dirige a
demostrar cuánto influye la inteligencia en los principales problemas sociales
que preocupan a los ciudadanos de las sociedades democráticas. Sin embargo, los
autores matizan que
“la capacidad cognitiva explica moderadamente las diferencias
sociales que separan a la gente (es decir) no se puede predecir qué será capaz
de hacer una persona en concreto a partir de su puntuación de CI (sin embargo)
dejando a un lado la asociación moderada a nivel individual, se observan
grandes diferencias en la conducta social que separa a determinados grupos de
personas cuando existen diferencias intelectuales promedio entre ellos”.
Los autores establecen cinco clases cognitivas según las
puntuaciones de los jóvenes en un test de inteligencia (AFQT): Clase V (muy
torpe, CI < 75), Clase IV (torpe, CI = 76-90), Clase III (normal, CI = 91-109),
Clase II (brillante, CI = 110-125) y Clase I (muy brillante, CI >126). Usan
también una medida de nivel socioeconómico (SES) basado en el nivel educativo,
los ingresos y el prestigio ocupacional de los padres:
“Nuestro método consiste en calcular análisis de regresión en
el que las variables predictoras son el CI y el SES.
El
resultado es una declaración del tipo ‘esta es la relación del CI con la
conducta social X una vez se controla el efecto del SES –o al revés”.
Consideran que el efecto de la
educación es difícil de interpretar porque
(a) La cantidad de educación
acumulada se explica tanto por el SES familiar como por la capacidad cognitiva
del propio individuo.
(b) El papel que puede jugar la
educación independientemente del CI, es seguramente discontinuo (ser
universitario puede ser muy distinto de no serlo, pero ¿qué diferencia supone
uno o dos años de instituto?).
(c) Las variables altamente
correlacionadas pueden producir un problema de colinealidad dando lugar a
relaciones inestables en la regresión.
(d) Admitir que la educación y la
inteligencia pueden variar independientemente no tiene demasiado sentido
(diecinueve años de educación no tendrán el mismo efecto en un joven con un CI
de 75 que en otro con un CI de 125):
“Nuestra solución a este problema es informar del papel del
CI en dos subpoblaciones del NLSY con el mismo nivel educativo: enseñanza
secundaria y bachillerato”.
Además, para evitar ‘contaminar’ los
resultados con la variabilidad étnica del país, esta segunda parte se centra
exclusivamente en los individuos euroamericanos del NLSY. La extensa serie de
resultados descritos por los autores puede resumirse así:
1.- Una baja inteligencia es un
precursor más poderoso de vivir por debajo del nivel oficial de pobreza que el
SES familiar. Los jóvenes de la clase V tienen una probabilidad 15 veces mayor
de vivir en la pobreza que los de la clase I:
“Si tuvieras que elegir, ¿qué sería mejor nacer listo o rico?
La
respuesta es inequívocamente nacer listo.
(…)
este capítulo concluye que el análisis socioeconómico tradicional sobre el
origen de la pobreza es inadecuado y que la inteligencia posee un papel crucial”.
2.- Los jóvenes que provienen de un
SES bajo, pero que poseen un alto CI, presentan una alta probabilidad de ir la
universidad, mientras que ese no es el caso para los de bajo CI pero de niveles
altos de SES.
3.- Un alto nivel de SES no reduce la
probabilidad de estar en paro cuando se considera el nivel de CI:
“La situación de la economía influye, pero también las cualidades
personales, un hecho que probablemente acepten la mayor parte de los
economistas
(…)
queremos recordar que la mayor parte de los jóvenes en cualquier nivel
cognitivo poseen un trabajo, incluso en los niveles más bajos”.
4.- Los individuos más inteligentes
tienen una mayor probabilidad de contraer matrimonio. Las mujeres de la clase
cognitiva V tienen una probabilidad seis veces mayor de tener hijos fuera del
matrimonio (34%) que las mujeres de la clase cognitiva I (4%):
“Una baja capacidad cognitiva predispone de modo mucho más
poderoso que el SES a (lo que los sociólogos denominan) ilegitimidad”.
Los autores subrayan que el
matrimonio continua siendo una institución popular, a pesar de lo que podría
desprenderse de lo que transmiten los medios de comunicación. El nivel de
divorcios aumentó vertiginosamente en los años 60 y 70. Sin embargo, el número
de divorcios es claramente menor en las clases cognitivas I y II.
Los autores se mojan bastante al
declarar que la ilegitimidad es fomentada por las ayudas del estado:
“Para las mujeres jóvenes y pobres, el sistema basado en el
estado de bienestar es muy relevante, rebajando la carga de la economía a corto
plazo que supondría criar a un niño.
Y
cuanto más pobre, más atractiva la ayuda social.
(…)
un bajo nivel de SES familiar, independientemente del CI y del estado económico
de la propia joven, no aumenta la probabilidad de tener hijos fuera del
matrimonio, un hecho bastante provocador para los sociólogos”.
5.- La cultura de la pobreza castiga
especialmente a las mujeres de bajo CI. En 1992, 14 millones de ciudadanos dependían
de la seguridad social:
“A medida que la sociedad cambia se aprecia que algunas
personas son más vulnerables”.
Las mujeres que no tienen niños, o
los tienen cuando están casadas, presentan un CI medio de 105. Las que son
madres solteras, pero evitan la dependencia, presentan un CI medio de 98. Las
que son dependientes, pero no crónicas, presentan un CI medio de 94. Las que se
convierten en dependientes crónicas presentan un CI medio de 92:
“Convertirse en dependiente es una idea bastante torpe y eso
puede explicar por qué las mujeres de baja capacidad cognitiva terminan ahí;
pero, además, esas mujeres tienen poco que ofrecer en el mercado laboral, por
lo que la dependencia del estado se convierte en uno de los pocos recursos a
los que pueden agarrarse cuando tienen un niño al que cuidar y ningún marido
para ayudar”.
6.- Las madres más inteligentes crean
mejores ambientes para sus niños, aunque un alto CI no es en absoluto un
prerrequisito para ser una buena madre:
“El rechazo de los académicos y legisladores a mirar el
posible papel de una baja inteligencia en los patrones negligentes de crianza
podría calificarse de escandaloso.
(…)
los juicios (cognitivamente exigentes) que deben hacer diariamente los padres
son vitales”.
Uno de los datos que más llaman la
atención de los autores es que el CI de los padres es más importante para el
soporte emocional que para el soporte cognitivo de sus niños.
7.- Un alto nivel de CI protege al
individuo ante la posibilidad de cometer delitos, aunque se encuentren
presentes los precursores habituales. Cuando se controla el nivel de CI, el
nivel de SES de los jóvenes no se relaciona con la comisión de delitos. Pero
“la mayor parte de los jóvenes de bajo CI cumplen la ley
(…)
el aumento de los delitos se relaciona con el mayor riesgo en el que pone la
sociedad actual a las personas de menor CI”.
8.- Los jóvenes más brillantes de
todos los niveles de SES, incluyendo los más pobres, aprenden rápidamente sobre
cómo funciona el gobierno y la política, y están más dispuestos a leer,
discutir y participar en actividades de esa naturaleza:
“La civilización no supone obediencia sino ‘lealtad’ y
‘deferencia’ –palabras con significados antiguos y honorables que actualmente
parecen perdidos
(…)
es algo que exige un ciudadano
(…)
la gente civilizada no necesita ser amenazada por la ley o ser supervisada
estrechamente por el estado”.
Los autores subrayan que las diferencias
de CI son dinámicas, mientras que las diferencias de SES son estáticas:
“¿Qué tendría que decir un cínico ante el hecho de que un
dependiente con un escaso salario, pero educado, tiene una mayor probabilidad
de votar que un rico sin una sólida educación?”.
Esta segunda parte se cierra con un
análisis que pretende resumir la evidencia descrita durante las páginas
precedentes. Para ello construyen un solo índice (Middle Class Values) en el que los jóvenes reciben un ‘si’ o un ‘no’
como puntuación. El ‘si’ supone que el chico ha terminado al menos el
instituto, posee un trabajo, nunca ha sido entrevistado en la cárcel, y sigue
casado con su primera mujer. Una mujer recibe el ‘si’ cuando al menos ha
terminado el instituto, no tuvo hijos fuera del matrimonio, nunca ha sido
entrevistada en la cárcel, y sigue casada con su primer marido. Quien incumple
alguno de estos criterios recibe el ‘no’.
Casi la mitad del grupo obtuvo el ‘si’,
aunque las proporciones más altas se apreciaron en las clases cognitivas I
(74%) y II (67%). La clase III obtuvo un 50%, la IV un 30% y la V un 16%:
“La capacidad cognitiva es la materia bruta de la ciudadanía,
pero no la cosa en sí misma
(…)
queremos subrayar que no se necesita una enorme cantidad de esa materia bruta
que llamamos inteligencia para muchas de las formas más fundamentales de la
conducta moral y de la ciudadanía
(…)
es más probable que una población más inteligente contenga un mayor grado de
ciudadanía.
Una
nación que persiga un alto nivel de autonomía individual, debe considerar este
hecho”.
Resultados nítidos, de gran validez y que apenas si se conocen!!
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