viernes, 12 de septiembre de 2014

En busca del Arte –por José Ignacio (Iñaki) Ascacibar

El mes pasado disfruté de un fin de semana  urbano, con tiempo para recorrer museos y pasear sin prisas por la civilización, y coincidí con una exposición de cuadros del estadounidense Cy Twombly. No había programado la visita para ver esta exposición. De hecho, ni siquiera conocía a este pintor, pero dado que estábamos allí no perdimos la oportunidad de hacer un recorrido por la sala y aprender algo nuevo.


En la segunda sala de la exposición ya tenía la impresión que me ha ocurrido varias veces, de que hasta mi sobrina de cinco años sería capaz de hacer los cuadros que colgaban de las paredes. Como ayuda a la visita, en el folleto que acompañaba la muestra, mencionaba que para Twombly el sentido de una obra de arte no se limita al trabajo terminado, sino que debía considerarse todo el proceso de su creación. No sé si esa fue la intención real del pintor o la ocurrencia feliz del redactor del folleto, pero confieso que eso me desconcertó porque en ese caso no tenía ningún sentido exponer estas obras en un entorno descontextualizado donde sólo se podía ver el soporte, la pintura y los garabatos que abundaban en los cuadros.


A la salida de la exposición nos pasamos por la librería y ojeamos los libros que tenían, y de casualidad leí un párrafo con el que me sentí plenamente identificado:

“Una obra de Damien Hirst, expuesta en una galería y tasada en cientos de miles de dólares, fue desmantelada y arrojada a la basura por el hombre de la limpieza, pues pensaba que se trataba de basura. No es de extrañar, pues la obra era una colección de tazas de café medio llenas, ceniceros con colillas, botellas de cerveza vacías, una paleta de pintor manchada, una escalera, un caballete, brochas, papeles de caramelo y páginas de periódico esparcidas por el suelo.”

El libro es Vituperio de Orbanejas, escrito por Sixto J. Castro. Evidentemente compré el libro y terminé de leerlo hace un par de semanas. Me parece claro y valiente. En algunos capítulos se sumerge en citas y explicaciones que superan mi interés en el tema, pero en el resto presenta ideas que me parecen reveladoras para distinguir entre lo que es una obra de arte de lo que es otra cosa. Para Castro, e imagino que para mucha gente entre la que me cuento, el objetivo del arte debe ser buscar la belleza, y no limitarse a lo que es nuevo o llama la atención. Yo siempre había pensado que esta búsqueda se perdió cuando los artistas dejaron de depender de personas que compraban sus obras porque les gustaban, y empezó a autojustificarse por la crítica interesada de un grupo que vive de perpetuar este sistema, y que menosprecia la belleza para ensalzar la originalidad de la obra o el impacto que causa en el público, aunque éste sea desagradable.

En varias ocasiones me sentí identificado con el discurso del libro y la idea central de que en el Arte “no todo vale”, y de que no se necesita ser un experto crítico para distinguir entre una obra de arte legítima de un simple ejercicio de creatividad (en el mejor de los casos), simpleza o extravagancia. En muchas exposiciones he visto cómo se presentan montajes cuyo único mérito es ensalzar lo desagradable, disfrutando de la categoría de artístico por el simple hecho de ser originales o causar impacto al público. Hay “artistas” que justifican su obra  en un mensaje interior que resulta incomprensible para el público, e incluso le tachan de inculto e incompetente cuando no canta alabanzas de sus obras. Por el contrario, Yo entiendo que lo que motiva a alguien a crear una obra, artística o de otro tipo, es precisamente comunicar algo a los demás, por lo que estas obras que fallan en este objetivo,  suponen una paradoja y un fracaso del proceso artístico.

Estoy convencido de que muchos de estos trabajos se hacen con la mejor voluntad de los autores, pero no creo que podamos llamarlo Arte; en todo caso sería Teoría del Arte, dado que exploran el concepto y los límites de la creación artística. Pero mezclados entre ellos existen también otros muchos que sólo se aprovechan del interés de algunos y la prudencia del público para presentar obras sin forma ni sustancia como la última manifestación del sublime espíritu creador. Como público y receptores de las obras artísticas que somos, debemos perder el miedo a manifestar nuestras preferencias, y a denunciar estos intentos de abuso de nuestra buena fe.

No soy capaz de definir lo que es la belleza. Castro lo intenta, aunque imagino que será algo que se seguirá discutiendo en el tiempo y entre las diferentes culturas que tengan su propia idea de lo bello. Sin embargo sí creo que hay algo que nos permite distinguir una obra de arte entre toda la neblina que la rodea. No puedo explicar lo que es el Arte, pero sí me siento capaz de reconocerlo cuando lo veo.


Sixto J. Castro es profesor de Estética y teoría de las artes en la Universidad de Valladolid.

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