El mes pasado disfruté de un fin
de semana urbano, con tiempo para
recorrer museos y pasear sin prisas por la civilización, y coincidí con una
exposición de cuadros del estadounidense Cy
Twombly. No había programado la visita para ver esta exposición. De hecho,
ni siquiera conocía a este pintor, pero dado que estábamos allí no perdimos la
oportunidad de hacer un recorrido por la sala y aprender algo nuevo.
En la segunda sala de la
exposición ya tenía la impresión que me ha ocurrido varias veces, de que hasta
mi sobrina de cinco años sería capaz de hacer los cuadros que colgaban de las
paredes. Como ayuda a la visita, en el folleto que acompañaba la muestra,
mencionaba que para Twombly el sentido de una obra de arte no se limita al
trabajo terminado, sino que debía considerarse todo el proceso de su creación.
No sé si esa fue la intención real del pintor o la ocurrencia feliz del
redactor del folleto, pero confieso que eso me desconcertó porque en ese caso
no tenía ningún sentido exponer estas obras en un entorno descontextualizado
donde sólo se podía ver el soporte, la pintura y los garabatos que abundaban en
los cuadros.
A la salida de la exposición nos
pasamos por la librería y ojeamos los libros que tenían, y de casualidad leí un
párrafo con el que me sentí plenamente identificado:
“Una obra de Damien Hirst, expuesta en una galería y tasada en
cientos de miles de dólares, fue desmantelada y arrojada a la basura por el
hombre de la limpieza, pues pensaba que se trataba de basura. No es de
extrañar, pues la obra era una colección de tazas de café medio llenas,
ceniceros con colillas, botellas de cerveza vacías, una paleta de pintor
manchada, una escalera, un caballete, brochas, papeles de caramelo y páginas de
periódico esparcidas por el suelo.”
El libro es Vituperio de Orbanejas, escrito por Sixto J. Castro. Evidentemente compré el libro y terminé de leerlo
hace un par de semanas. Me parece claro y valiente. En algunos capítulos se
sumerge en citas y explicaciones que superan mi interés en el tema, pero en el
resto presenta ideas que me parecen reveladoras para distinguir entre lo que es
una obra de arte de lo que es otra cosa. Para Castro, e imagino que para mucha
gente entre la que me cuento, el objetivo del arte
debe ser buscar la belleza, y no limitarse a lo que es nuevo o llama la atención.
Yo siempre había pensado que esta búsqueda se perdió cuando los artistas
dejaron de depender de personas que compraban sus obras porque les gustaban, y
empezó a autojustificarse por la crítica interesada de un grupo que vive de
perpetuar este sistema, y que menosprecia la belleza para ensalzar la
originalidad de la obra o el impacto que causa en el público, aunque éste sea
desagradable.
En varias ocasiones me sentí
identificado con el discurso del libro y la idea central de que en el Arte “no todo vale”,
y de que no se necesita ser un experto crítico para distinguir entre una obra
de arte legítima de un simple ejercicio de creatividad (en el mejor de los
casos), simpleza o extravagancia. En muchas exposiciones he visto cómo se presentan
montajes cuyo único mérito es ensalzar lo desagradable, disfrutando de la
categoría de artístico por el simple hecho de ser originales o causar impacto
al público. Hay “artistas” que
justifican su obra en un mensaje
interior que resulta incomprensible para el público, e incluso le tachan de
inculto e incompetente cuando no canta alabanzas de sus obras. Por el contrario,
Yo entiendo que lo que motiva a alguien a crear una obra, artística o de otro
tipo, es precisamente comunicar algo a los demás, por lo que estas obras que
fallan en este objetivo, suponen una
paradoja y un fracaso del proceso artístico.
Estoy convencido de que muchos de
estos trabajos se hacen con la mejor voluntad de los autores, pero no creo que
podamos llamarlo Arte; en todo caso sería Teoría
del Arte, dado que exploran el concepto y los límites de la creación
artística. Pero mezclados entre ellos existen también otros muchos que sólo se
aprovechan del interés de algunos y la prudencia del público para presentar
obras sin forma ni sustancia como la última manifestación del sublime espíritu
creador. Como público y receptores de las obras artísticas que somos, debemos perder el miedo a manifestar nuestras preferencias,
y a denunciar estos intentos de abuso de nuestra buena fe.
No soy capaz de definir lo que es
la belleza. Castro lo intenta, aunque imagino que será algo que se seguirá
discutiendo en el tiempo y entre las diferentes culturas que tengan su propia
idea de lo bello. Sin embargo sí creo que hay algo que nos permite distinguir
una obra de arte entre toda la neblina que la rodea. No puedo explicar lo que
es el Arte, pero sí me siento capaz de reconocerlo
cuando lo veo.
Sixto J. Castro es profesor de
Estética y teoría de las artes en la Universidad de Valladolid.
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