Nicholas
Wade ha
acumulado prestigio durante décadas gracias a la calidad de su divulgación
científica en foros como ‘Nature
Magazine’, ‘Science’ o ‘The New York Times’. Ahora que se ha ‘jubilado’
y va por libre, se anima a publicar este ensayo en el que combina,
valientemente, genes y razas con la historia de la humanidad:
“Actualmente los investigadores ignoran la biología de la
raza, o esquivan el tema, para evitar ser acusados de racistas por sus rivales
académicos y ver cómo se destruye su carrera”.
En su recorrido critica duramente a
algunos de los intelectuales que han contribuido a que la investigación sobre
la raza se convirtiera en un tabú y a quienes han minimizado la relevancia del
tema sin causa científica justificada: Stephen
J. Gould, Richard Lewontin, Ashley Montagu, Franz Boas, Jared Diamond, Craig
Venter o Francis Collins son algunos ejemplos. Ni siquiera Steven Pinker se salva de la quema
porque “usando
una maniobra de distracción cambia de opinión en el último momento de una
sólida argumentación científica (lo que) es un reconocimiento explícito de los
peligros políticos que los investigadores corren, incluso los de su estatura e
independencia, al ir demasiado lejos persiguiendo la verdad”.
La obra de Wade ha suscitado
múltiples reacciones de distintos signos. La esencia de su mensaje gira
alrededor de la siguiente idea:
“Se suele considerar que el conocimiento es una base mejor
que la ignorancia para hacer política. Este libro es un intento, sin duda
imperfecto, de aparcar el miedo al racismo que enturbia la discusión sobre las
diferencias que separan a los grupos humanos, de modo que pueda comenzarse a
explorar las implicaciones del descubrimiento de que la evolución humana ha
sido reciente, abundante y regional”.
El autor se sirve de la evidencia
científica sobre la existencia real de cinco grupos raciales identificados
según su genotipo y que coincide con la división continental: africanos (la
cuna de la humanidad), caucasianos, asiáticos, amerindios y aborígenes australianos.
Las diferencias genéticas que pueden identificarse en la actualidad son
resultado de las presiones ambientales a las que tuvieron que responder quienes
abandonaron el continente africano. Los pasados 30.000 años de evolución humana
han dado lugar a un cambio en el genoma humano de alrededor de un 14%:
“722 regiones, incluyendo 2.465 genes, se han visto sometidas
a presiones recientes por parte de la selección natural
(…) y el 80%
de esas 722 regiones son ejemplos de adaptaciones locales, es decir, presentes
en uno de los grupos raciales pero no en los demás
(…) el
análisis de los genomas en distintos lugares del planeta apoya la realidad
biológica de la raza (aunque) todas las diferencias raciales son variaciones de
un mismo tema”.
La tesis de Wade es que las
instituciones que caracterizan a los distintos grupos raciales no son
arbitrarias, sino que se cimentan en conductas sociales instintivas de los
miembros de esos grupos. Ejemplos son la tendencia a confiar en los demás, a
seguir reglas y a castigar a quien las viola, fomentar la reciprocidad o luchar
contra otros grupos. Estas conductas varían ligeramente de una sociedad a otra
a consecuencia de las presiones evolucionistas y esas sutiles diferencias se
expresan en las instituciones:
“Leves cambios en la conducta social pueden modificar, a
largo plazo, la fábrica social y distinguir una sociedad de otra
(…) este
proceso explicaría por qué es tan complejo transferir las instituciones de una sociedad
a otra”.
La dinámica de las instituciones es
esencial para el argumento de Wade, pero no se le escapa que los ladrillos de
esas instituciones son las conductas de los humanos:
“Las leyes no existirían si las personas no tuvieran una
tendencia innata a seguir las normas y castigar a los delincuentes”.
La revolución que subraya Wade se
produjo cuando los humanos abandonaron la caza y se asentaron para convertirse
en agricultores. La población aumentó sustancialmente y se hizo necesario
diseñar sociedades jerárquicas y especializadas. Así comenzaron a aparecer las
élites, cuyos miembros estaban en disposición de dejar más descendencia (“quienes propagaron
sus genes y su conducta entre la población”). Pero esa revolución
tuvo lugar en los caucásicos y los asiáticos, no en los africanos, que
siguieron inmersos en una sociedad tribal. El autor subraya que “desde una
perspectiva evolucionista, la población africana se ha adaptado a su ambiente
con igual eficacia que los europeos o los asiáticos”.
Wade discute la tesis de Richard Lynn & Tatu Vanhanen sobre
la relevancia del CI (capacidad intelectual) para comprender las disparidades
económicas que separan a las naciones (“los académicos, obsesionados con la inteligencia, temen el
descubrimiento de algún gen que pueda probar que alguna raza es más inteligente
que las demás”), pero descarta la tesis porque “la inteligencia es una cualidad de los
individuos, no de las sociedades”. Opina que las naciones más
prósperas son no-tribales, poseen una economía basada en la confianza e
instituciones favorables. El caso paradigmático es la civilización occidental:
“Las sociedades europeas han sido innovadoras, han mirado
hacia fuera, han sido proclives a desarrollar y aplicar conocimientos
novedosos, y han sido suficientemente abiertas y plurales como para evitar que
la vieja guardia impidiera la novedad.
Los asiáticos
y el Islam siguen todavía amarrados a estructuras religiosas tradicionales y
demasiado pendientes de las jerarquías, lo que dificulta el libre pensamiento y
la innovación”.
Usa el ejemplo de cómo los europeos
que se instalaron en Australia fueron capaces de reproducir el estilo de vida
de sus lugares de origen:
“Si en el mismo ambiente, una población puede dar lugar a una
economía altamente productiva mientras que otra población no puede, entonces es
difícil concluir que el ambiente sea decisivo
(…) la paz,
unos impuestos razonables y la justicia raramente coinciden en el mismo momento
de la historia.
Solamente en
Europa cristalizó esta fórmula mágica y esa fue la base de la predominancia de
ese continente en el mundo
(…) el dominio
de Occidente no resultó de alguna clase de accidente cultural. Fue el resultado
directo de la evolución de las poblaciones europeas a medida que se adaptaban a
las condiciones geográficas y militares de su particular hábitat
(…) lo cual
no significa que los europeos sean superiores a los demás grupos –un término
vacío, de hecho, desde una perspectiva evolucionista (además) el éxito de
Occidente es provisional”.
En suma, Wade sostiene que:
(a) Hay un componente genético en la
conducta social de los humanos.
(b) Ese componente se somete al
cambio evolucionista y se ha modificado a lo largo del tiempo.
(c) La evolución en la conducta
social ha ocurrido independientemente en los cinco grupos raciales.
(d) Leves diferencias evolucionistas
en la conducta social subyacen a las diferencias en las instituciones sociales
que caracterizan a las principales poblaciones humanas.
Y el autor se muestra bastante
realista sobre su postura:
“Igual que la perspectiva basada en que todo depende de la
cultura, mi tesis no se ha demostrado, pero se apoya en premisas plausibles
según el conocimiento que poseemos actualmente”.
¿Cuáles son esas premisas?
1.- Las estructuras sociales de los
primates se basan en conducta modeladas genéticamente.
2.- Estas conductas ayudan a enmarcar
las instituciones sociales sobre las que se construyen las sociedades humanas.
3.- La evolución de la conducta
social ha continuado durante los pasados 50.000 años y, también, durante el
periodo histórico.
4.- La evolución de la conducta
social puede observarse, de hecho, en las poblaciones actuales.
5.- Las diferencias significativas se
observan entre sociedades humanas, no entre sus miembros individuales.
¿Hasta qué punto es sólida la visión
de Wade?
Pienso que es, para comenzar,
saludable. Los científicos necesitan esta clase de apoyo para sacudirse el
complejo que acumulan cuando se deciden a considerar seriamente la clase de
temas discutidos por el periodista jubilado. Si la clave del éxito de Occidente
está en la apertura de miras, la libre discusión de ideas es esencial, un
tesoro que merece la pena cuidar y estimular. La presión que ejercen algunos
intelectuales para que los demás mantengan su boca cerrada, apoyados por los
medios de comunicación oficiales, es fatal y destructiva.
El único modo de demostrar que Wade
se equivoca (o que está en lo correcto) es fomentar la investigación y acumular
la evidencia empírica necesaria. La censura o la ridiculización no son vías
legítimas en una sociedad presuntamente ilustrada.
Sin embargo, algo hay en el ambiente
que sigue torpedeando el proceso de acumular conocimiento heterodoxo. En su
revisión de la obra de Wade, el sociólogo Charles
Murray escribe:
“En 1998, el biólogo E. O. Wilson escribió ‘Consilience’ donde predijo que el siglo
XXI vería la integración de las ciencias biológicas y sociales. Seguramente
está en lo correcto a largo plazo, pero los síntomas no son por ahora positivos.
‘The Bell Curve’, publicado por R. J. Herrnstein y yo mismo hace
ahora 20 años debería haber facilitado que los científicos sociales
reconociesen el papel de la capacidad cognitiva en la estratificación social.
Fracasó.
La obra de
David Geary, ‘Male/Female’ publicado
hace 16 años, debería haber facilitado el reconocimiento de los diferentes
perfiles psicológicos y cognitivos de los varones y de las mujeres. Fracasó.
La obra de
Steven Pinker, ‘The Blank Slate’,
publicado hace 12 años, debería hacer facilitado el reconocimiento del papel de
la naturaleza humana en la comprensión de la conducta. Fracasó.
Los
científicos sociales que se identifican con estas perspectivas aún esperan ser
aislados profesionalmente y ser estigmatizados.
‘A Troublesome Inheritance’ conlleva una
amenaza a la ortodoxia algo diferente
(…) los
descubrimientos descritos por Mr. Wade (…) se basan en el genotipo y nadie
posee razones científicas para dudar de su validez.
Sin embargo,
a día de hoy los ortodoxos siguen dominando las ciencias sociales en los
departamentos universitarios
(…) aunque no
hay razones científicas para que esos ortodoxos ganen la batalla, volverán a
llevarse los laureles
(…) dentro de
un siglo, el rechazo de la obra de Wade será puesto como ejemplo de corrupción
intelectual”.
Personalmente considero que la
perspectiva de Wade se centra demasiado en las instituciones y opino que es más
verosímil una aproximación basada en los individuos. Muchos de sus argumentos
parecen inclinarse en esa dirección, pero, como él mismo critica a Pinker, gira
de repente hacia el grupo, hacia las organizaciones sociales. Hay un salto
difícil de explicar. Pienso que el verdadero origen del cambio social comienza
en la mente de un individuo, cuyas características intrínsecas son algo
distintas del resto. Con el tiempo, las ideas de ese individuo contagian a una
mayoría suficiente como para promover un cambio generalizado en su grupo.
Desde esta perspectiva, minimizar la
relevancia de la inteligencia humana en ese proceso me parece equivocado.
Sobrevivir en los ambientes más extremos a los que tuvieron que adaptarse
quienes abandonaron África constituye una exigente actividad cognitiva. El
capítulo que dedica en exclusiva al pueblo judío es consistente, además, con la
sospecha de que, en realidad, Wade le da más importancia a la variable
inteligencia de la que confiesa explícitamente. También apoya esta sospecha la
dinámica que propone el autor sobre cómo los rasgos de la élite se propagan por
el resto de la población en los albores de las estructuras sociales
jerárquicas. La tendencia a confiar en los demás, a seguir la reglas o el
fomento de la reciprocidad necesitan soportarse en una sofisticada capacidad
cognitiva.
Permítanme recordar la extraordinaria
intuición que demuestra John Steinbeck
en su novela ‘East of Eden’:
“Nuestra especie es la única capaz de crear, y posee
solamente un instrumento de creación: la mente individual de cada hombre. Lo
valioso siempre está oculto en la mente solitaria de un hombre”.
Los logros de la humanidad no pueden
comprenderse sin la presencia de humanos extraordinariamente inteligentes capaces
de averiguar cómo materializar visiones, que los demás no tuvieron, para
cambiar la sociedad. Por supuesto que esa capacidad cognitiva no es suficiente,
como acertadamente subraya Wade al comparar el contexto asiático y el europeo,
pero es, desde luego, un requisito esencial.
Ojalá se pudiera investigar sin la
amenaza del ostracismo. Depende de nosotros no dejarnos extorsionar por la
ortodoxia. Pero por ahora seguimos percibiendo la presión sobre nuestras
gargantas y sobre lo que puede entrar en nuestros laboratorios.
Muy bien, Roberto!
ResponderEliminarGracias James.
ResponderEliminarOportunas reflexiones, que sustancialmente comparto. No comparto tanto tu insistencia en la dimensión individual de la innovación. Ciertamente los individuos son fundamentales en la historia, y personas ejemplares y admirables han hecho aportaciones decisivas.
ResponderEliminarPero el concepto de «individuo» tiene un cierto sesgo reduccionista. Somos seres sociales que llegamos a ser quienes somos en constante díalogo con los demás: yo soy yo porque tú eres tú y te diriges a mi, en un proceso de mutuo reconocimiento. En el caso de la investigación científica pasa lo mismo: cierto es que hay personalidades decisivas en el proceso histórico de investigación, pero siempre tiene que entenderse en el marco de una comunidad de investigación que hace posible la aparición y la recepción de esas aportaciones geniales. Ciskszentmihalyi en Creativiy aporta algunas sugerencias interesantes: la creatividad necesita un ambiente favorable y sin reconocimiento por tus pares, no eres creativo.
Por ejemplo, Galileo fue posible en el específico ambiento social, cultural y político de Italia; un importante científico inglés contemporáneo (ahora mismo no recuerdo el nombre) hizo aportaciones similares pero pasaron desapercibidas porque no gozaba de un contexto social receptivo, como le había ocurrido a Galileo.
Uno de los aspectos valiosos del anarquismo, desde mi punto de vista, es que siempre ha rechazado sacrificar el individuo a la comunidad o la comunidad al individuo. Ambos son inseparables.
Comprendo tus reservas Félix. Sin embargo, mi propuesta es abiertamente mecanicista y conlleva relaciones causales, tanto distales como próximas. Mi enfoque es distal, mientras que el tuyo es proximal. Un ambiente favorable no se produce de modo 'mágico'. La perspectiva de Wade intenta combatir esa versión mágica apelando a cambios en el genotipo de una masa crítica de la población, pero no remata la faena al atribuirle el protagonismo que merecen aquellos en los que ese cambio se produce de modo particularmente visible. Dudo que los individuos de una determinada población sean 'inseparables'. Pienso que son, de hecho, claramente separables. Saludos, R
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