lunes, 7 de julio de 2014

La Predicción del Desempeño (Una de Fantasmas)

Algunos de mis colegas de la UAM –coordinados por los Profesores Vicente Ponsoda y Julio Olea—organizaron la semana pasada (4 de Julio de 2014) y dentro de la Cátedra de Modelos y Aplicaciones Psicométricos, un atractivo seminario con el título de este post (sin el paréntesis).


Se invitó a la Dra Ann Marie Ryan, de la Universidad de Michigan, quien recientemente había publicado en el ‘Annual Review of Psychology (2014, 65, 693–717) el artículo ‘A Century of Selection’. Entre otras cosas, Ryan comentaba lo siguiente en ese artículo:

Las medidas de baja calidad, contaminadas o pobremente definidas sobre el rendimiento debilitan nuestra capacidad para avanzar en la comprensión de la verdadera importancia de las diferencias individuales como predictores”.

Hacía el final de ese artículo se preguntaba si “la investigación en selección debería evolucionar hacia el estudio de las diferencias individuales biológicas y genéticas”.

En su presentación oral repasó algunos de los contenidos de su artículo, centrándose en lo que actualmente se está haciendo en los procesos de selección: globalización, uso de tecnología, grupos de trabajo, simulaciones, adaptabilidad, o uso de juegos. Sin embargo, olvidó resaltar que lo que debe medirse en selección son diferencias individuales. Y, por supuesto, omitió absolutamente las referencias a la biología y a la genética. Probablemente hay cosas que pueden escribirse pero no decirse ante un público desconocido que puede ver tu rostro.

Tras la intervención de la profesora estadounidense actuamos tres académicos de la UAM para explorar las posibilidades en la selección de la capacidad intelectual, la personalidad y el trabajo en grupo. Del segundo tema se encargó el Profesor Bernardo Moreno, del tercero el Profesor Ramón Rico, y del primero quien esto escribe (atendiendo a la amable invitación de los organizadores).

Mi presentación (en inglés como detalle para con la invitada) se puede descargar aquí:


La esencia de mi mensaje fue que la capacidad intelectual es el mejor predictor del desempeño ocupacional. Nada nuevo bajo el sol, al menos según las fuentes documentales (no refutadas por ahora) que compartí con la audiencia. Claro que, naturalmente, fui un poco más allá, defendiendo una cadena causal que discurre desde el colegio hasta el mundo del trabajo: los niños más inteligentes aprenden más y mejor, hecho que les permite avanzar más distancia en el circuito educativo, y, llegado el momento, obtener, en la edad adulta, puestos laborales de mayor prestigio y remuneración. A esa cadena causal podría haber añadido nuestros excitantes conocimientos actuales sobre la biología y la genética de la inteligencia. Pero el tiempo era lógicamente limitado.

Ninguna otra variable psicológica permite construir una cadena causal tan sólida. Los trabajadores más inteligentes son más eficientes, alcanzan objetivos más complejos y son capaces de adaptarse eficazmente a los cambios, aprendiendo por su cuenta, de modo autónomo. Por cierto, son esos individuos más inteligentes de nuestra sociedad quienes permiten que la calidad de vida de todos los demás mejoren día a día, son ellos quienes contribuyen a los avances en medicina o en los desarrollos tecnológicos que los demás disfrutamos. Conviene subrayarlo porque la memoria, cuando quiere, se torna frágil y quebradiza. Es de bien nacido ser agradecido.


Mientras que en mi intervención hice referencia a otras variables psicológicas, mis dos colegas de mesa no hicieron ni una sola mención a la capacidad intelectual en sus respectivas actuaciones. Miento, lo hicieron de pasada y de palabra, seguramente como educado detalle a los contenidos de mi intervención. Tuvieron que improvisar sobre la marcha con frases como “dejando a un lado la importancia de la inteligencia”, lo que era sintomático de lo que estaba por venir (nota: ¿es inteligente 'dejar a un lado' la variable más predictora?).

La intervención del Profesor Moreno fue, a mi juicio, ranciamente conceptual y con escasísimos datos sobre la presunta relevancia de la personalidad en la predicción del desempeño. Puso encima de la mesa (es un decir) un elevadísimo número de conceptos, a mi modo de ver bastante endebles y sin la coherencia que cabe esperar en un académico sénior. Todos esos conceptos parecían importantes para la predicción, aunque la audiencia no pudo evaluar sus declaraciones según la evidencia empírica (que brilló por su ausencia).

El Profesor Rico, en cambio, presentó datos sobre cuestionarios elaborados para estudiar el trabajo en grupo en las organizaciones. Se palpaba, no obstante, que las variables personales se consideraban, de hecho, irrelevantes. Se suponía que el trabajo en grupo era algo no solamente deseable, sino muy deseable, para las empresas. La heterogeneidad psicológica que se podía suponer, razonablemente, entre los miembros de esos grupos era simplemente ignorada.

Terminadas las tres intervenciones se produjo una especie de debate entre los ponentes y la audiencia. Por mi parte volví a insistir en el poder predictivo de la capacidad intelectual y en la ausencia de pruebas sólidas sobre la contribución consistente de otra clase de predictores (incluyendo la personalidad). Moreno no pudo reprimir una intervención cargada de desinformada ideología, declarando que sostener que la inteligencia es el mejor predictor es elitista. Esa sesuda declaración logró arrancar el aplauso de algunos miembros de la audiencia.

Me pregunté sobre la marcha si estábamos en un encuentro científico o aquello era una asamblea para decidir qué nos gustaba más y menos. Me pregunté (siempre en silencio): “¿habrá seguidamente una votación popular para decidir cuáles son los predictores menos elitistas?

He dicho muchas veces, y lo repetiré siempre que tenga oportunidad, que la ciencia no es cosa de consenso, sino de evidencia. La ciencia no tiene nada que ver con lo que nos gustaría que fuese verdad, o con lo que pueda parecernos más justo (sea eso lo que sea). La ciencia se ciñe a los hechos y esos hechos son, en cuanto a la predicción del desempeño, tozudos.

Por ahora nuestro mundo está organizado de modo tal que los ciudadanos más inteligentes son premiados y los menos inteligentes son castigados. Que puedan ser extravertidos o estables emocionalmente es mucho menos interesante para saber cómo actuarán al desempeñar sus ocupaciones. Alguien más inteligente será capaz de encontrar la motivación necesaria para trabajar en un grupo y de hallar las herramientas para que su nivel de introversión no le dificulte sus tareas.


Si esa sociedad nos disgusta habrá que trabajar para cambiarla, pero esa no era la cuestión con la que fuimos convocados a ese seminario. Imaginemos que el Profesor Moreno hubiera presentado evidencia empírica que mostrase que los individuos emocionalmente inestables rinden sustancialmente peor en sus trabajos, que es, de hecho, el mejor predictor. El proceso de selección tendería a excluirlos, y, siguiendo su línea argumental, el profesional estaría actuando de modo elitista. Ahora la élite serían los candidatos emocionalmente estables. Pero si la sociedad premiase a los individuos estables, ¿qué debería hacer quien se dedica a los procesos de selección?

Supongamos que el Profesor Rico hubiese explicado que la evidencia empírica apoya el hecho de que los individuos poco adaptables a los grupos no son deseables para los objetivos de la empresa, que, de hecho, la capacidad para trabajar en grupo es el mejor predictor del desempeño ocupacional. ¿Qué debería hacer quien es responsable del proceso de selección?

Quizá me equivoque pero excluir a los inestables y a los pocos adaptables no se consideraría, de hecho, elitista. Sin embargo, la cosa se pone tensa cuando se demuestra que nuestra sociedad ha decidido premiar a los inteligentes (por poderosas razones, dicho sea de paso) y que, por tanto, quien hace la selección debe prestar una cuidadosa atención a esa variable psicológica. No hacerlo es irresponsable.

Los fantasmas siguen residiendo en el interior de algunos académicos y se manifiestan patéticamente en determinados contextos. Seguramente hay que esperar todavía algo más para que sean exorcizados apropiadamente. Por supuesto, eso requerirá exigirles un estudio más riguroso sobre la evidencia empírica disponible a quienes van a expresarse en un foro público. Esa debería ser su obligación como profesionales, sin que nadie tuviera que recordárselo. Admitir la evidencia es la actitud de honradez intelectual que se le supone al académico.

Las pataletas populares pueden ser relajantes y pueden ayudarnos a sentirnos fenomenal. Pero la integridad académica es una exigencia que debe tenerse presente siempre (salvo, quizá, en la cafetería de las Facultades).

Matar al mensajero es una práctica recurrente para algunos. Pero olvidan que ese asesinato no borra el mensaje de que el rey ha muerto en el campo de batalla.

Un asistente al seminario me preguntó qué se podía hacer si se aceptaba mi mensaje, dando a entender que si el mejor predictor fuese cualquier otra variable psicológica se podrían hacer cosas, pero que con la inteligencia se debía tirar la toalla. Una percepción similar se atisbaba en los comentarios improvisados de mis compañeros de mesa durante sus intervenciones (“dejando a un lado….”).

Cierro este post con mi respuesta (quizá algo adornada para la ocasión) a esa interesantísima pregunta:

Los individuos menos inteligentes manifiesten problemas para realizar las actividades mentales o cognitivas necesarias para desempeñar determinadas ocupaciones. Pero eso no sucede en todas las ocupaciones. Las hay más y menos exigentes cognitiva o intelectualmente.

La hipótesis gravitacional, bastante conocida  (al menos en teoría) en psicología organizacional ha constatado que, a la larga, las personas gravitan hacia ocupaciones congruentes con su capacidad intelectual. Por tanto, el profesional de la psicología podría facilitar ese proceso de acoplamiento.

Aún así, existe otra posibilidad poco explorada por ahora en las organizaciones, pero que comienza a ser contemplada seriamente en psicología de la salud: manipule las condiciones del entorno para que las diferencias individuales de inteligencia tengan menos importancia para llevar a buen puerto las acciones necesarias para alcanzar una determinada meta. En el caso de la salud, hacer ejercicio, adoptar una dieta saludable o seguir un tratamiento médico a largo plazo. El cuidado de la salud es, cada vez más, una exigente actividad mental (intelectual).

Si soy miope, veré mal de lejos. Puedo enfadarme mucho, puedo declarar que el mundo es injusto o que la madre naturaleza ha sido cruel conmigo, pero eso no contribuirá a que mi visión mejore. Tarde o temprano tendré que aceptar los hechos, visitar al oftalmólogo, graduarme la vista y comprarme unas gafas.

En psicología podemos hacer lo mismo con respecto a la conducta. Si el paciente con un menor nivel intelectual se adhiere menos a los tratamientos médicos, diseñemos prótesis mentales para corregir la situación. No siempre será posible alcanzar el objetivo perseguido, pero estoy seguro de que es viable en muchas circunstancias (incluyendo, por supuesto, el desempeño ocupacional)”.

Lo verdaderamente elitista es ignorar la variabilidad intelectual que, de hecho, se observa en la población suponiendo, erróneamente, que no existe.

Es elitista y cruel.



5 comentarios:

  1. Roberto

    Nice presentation I agree with you. The most rellevant problem in using psychological predictors are the worse metric quality of criteria.

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  2. Muchas gracias por el feedback Antonio.

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  3. Rob, que post y que pps más enriquecedores.
    La culpa de esto la tiene Robert Zemeckis. El dia en que la gente se dé cuenta de que Forrest Gump es una película de ficción y que la realidad es todo lo contrario, la cosa cambiará..….habría que proponerle que hiciese una película tipo Smart Gump….y que la protagonizara Jodie Foster por ejemplo….molaria…

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  4. Gracias Óscar. Es probable que Zemeckis sean sensible a tu sugerencia...

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  5. Una buen presentación de algo que todos sabemos, o debiéramos saber. Comparto la idea de que constatar un hecho nada tiene que ver con problemas de justicia o injusticia. Estos problemas surgen cuando tomamos decisiones a partir de esos hechos. Suelo expresar esto con una breve frase que resumen mi posición: lo importante en esta vida no es lo que nos ocurre, sino lo que hacemos con aquello que nos ocurre.
    La presentación power point es muy buena. Se agradece la acumulación de evidencia actualizada.

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