Algunos de mis colegas de la UAM –coordinados
por los Profesores Vicente Ponsoda y Julio Olea—organizaron la semana pasada (4
de Julio de 2014) y dentro de la Cátedra de Modelos y Aplicaciones
Psicométricos, un atractivo seminario con el título de este post (sin el paréntesis).
Se invitó a la Dra Ann Marie Ryan, de
la Universidad de Michigan, quien recientemente había publicado en el ‘Annual Review of Psychology (2014, 65, 693–717) el artículo ‘A Century of Selection’.
Entre otras cosas, Ryan comentaba lo siguiente en ese artículo:
“Las medidas de baja calidad, contaminadas o pobremente
definidas sobre el rendimiento debilitan nuestra capacidad para avanzar en la
comprensión de la verdadera importancia de las diferencias
individuales como predictores”.
Hacía el final de ese artículo se
preguntaba si “la
investigación en selección debería evolucionar hacia el estudio de las
diferencias individuales biológicas y genéticas”.
En su presentación oral repasó algunos de los contenidos de su artículo,
centrándose en lo que actualmente se está haciendo en los procesos de
selección: globalización, uso de tecnología, grupos de trabajo, simulaciones,
adaptabilidad, o uso de juegos. Sin embargo, olvidó resaltar que lo que debe
medirse en selección son diferencias individuales. Y, por supuesto, omitió
absolutamente las referencias a la biología y a la genética. Probablemente hay
cosas que pueden escribirse pero no decirse ante un público desconocido que
puede ver tu rostro.
Tras la intervención de la profesora estadounidense actuamos tres
académicos de la UAM para explorar las posibilidades en la selección de la
capacidad intelectual, la personalidad y el trabajo en grupo. Del segundo tema
se encargó el Profesor Bernardo Moreno, del tercero el Profesor Ramón Rico, y
del primero quien esto escribe (atendiendo a la amable invitación de los
organizadores).
Mi presentación (en inglés como detalle para con la invitada) se puede descargar aquí:
La esencia de mi mensaje fue que la capacidad intelectual es el mejor
predictor del desempeño ocupacional. Nada nuevo bajo el sol, al menos según las
fuentes documentales (no refutadas por ahora) que compartí con la audiencia.
Claro que, naturalmente, fui un poco más allá, defendiendo una cadena causal
que discurre desde el colegio hasta el mundo del trabajo: los niños más
inteligentes aprenden más y mejor, hecho que les permite avanzar más distancia
en el circuito educativo, y, llegado el momento, obtener, en la edad adulta,
puestos laborales de mayor prestigio y remuneración. A esa cadena causal podría
haber añadido nuestros excitantes conocimientos actuales sobre la biología y la
genética de la inteligencia. Pero el tiempo era lógicamente limitado.
Ninguna otra variable psicológica permite construir una cadena causal tan
sólida. Los trabajadores más inteligentes son más eficientes, alcanzan objetivos
más complejos y son capaces de adaptarse eficazmente a los cambios, aprendiendo
por su cuenta, de modo autónomo. Por cierto, son esos individuos más
inteligentes de nuestra sociedad quienes permiten que la calidad de vida de
todos los demás mejoren día a día, son ellos quienes contribuyen a los avances
en medicina o en los desarrollos tecnológicos que los demás disfrutamos.
Conviene subrayarlo porque la memoria, cuando quiere, se torna frágil y
quebradiza. Es de bien nacido ser agradecido.
Mientras que en mi intervención hice referencia a otras variables
psicológicas, mis dos colegas de mesa no hicieron ni una sola mención a la
capacidad intelectual en sus respectivas actuaciones. Miento, lo hicieron de
pasada y de palabra, seguramente como educado detalle a los contenidos de mi
intervención. Tuvieron que improvisar sobre la marcha con frases como “dejando a un lado
la importancia de la inteligencia”, lo que era sintomático de lo que
estaba por venir (nota: ¿es inteligente 'dejar a un lado' la variable más predictora?).
La intervención del Profesor Moreno fue, a mi juicio, ranciamente conceptual y con escasísimos datos sobre la presunta relevancia de la personalidad en
la predicción del desempeño. Puso encima de la mesa (es un decir) un elevadísimo
número de conceptos, a mi modo de ver bastante endebles y sin la coherencia que
cabe esperar en un académico sénior. Todos esos conceptos parecían importantes
para la predicción, aunque la audiencia no pudo evaluar sus declaraciones según
la evidencia empírica (que brilló por su ausencia).
El Profesor Rico, en cambio, presentó datos sobre cuestionarios elaborados
para estudiar el trabajo en grupo en las organizaciones. Se palpaba, no
obstante, que las variables personales se consideraban, de hecho, irrelevantes.
Se suponía que el trabajo en grupo era algo no solamente deseable, sino muy
deseable, para las empresas. La heterogeneidad psicológica que se podía
suponer, razonablemente, entre los miembros de esos grupos era simplemente
ignorada.
Terminadas las tres intervenciones se produjo una especie de debate entre
los ponentes y la audiencia. Por mi parte volví a insistir en el poder
predictivo de la capacidad intelectual y en la ausencia de pruebas sólidas
sobre la contribución consistente de otra clase de predictores (incluyendo la
personalidad). Moreno no pudo reprimir una intervención cargada de desinformada
ideología, declarando que sostener que la inteligencia es el mejor predictor es
elitista. Esa sesuda declaración logró arrancar el aplauso de algunos miembros
de la audiencia.
Me pregunté sobre la marcha si estábamos en un encuentro científico o
aquello era una asamblea para decidir qué nos gustaba más y menos. Me pregunté
(siempre en silencio): “¿habrá seguidamente una votación popular para decidir
cuáles son los predictores menos elitistas?”
He dicho muchas veces, y lo repetiré siempre que tenga oportunidad, que la
ciencia no es cosa de consenso, sino de evidencia. La ciencia no tiene nada que
ver con lo que nos gustaría que fuese verdad, o con lo que pueda parecernos más
justo (sea eso lo que sea). La ciencia se ciñe a los hechos y esos hechos son,
en cuanto a la predicción del desempeño, tozudos.
Por ahora nuestro mundo está organizado de modo tal que los ciudadanos más
inteligentes son premiados y los menos inteligentes son castigados. Que puedan
ser extravertidos o estables emocionalmente es mucho menos interesante para
saber cómo actuarán al desempeñar sus ocupaciones. Alguien más inteligente será
capaz de encontrar la motivación necesaria para trabajar en un grupo y de
hallar las herramientas para que su nivel de introversión no le dificulte sus
tareas.
Si esa sociedad nos disgusta habrá que trabajar para cambiarla, pero esa no
era la cuestión con la que fuimos convocados a ese seminario. Imaginemos que el
Profesor Moreno hubiera presentado evidencia empírica que mostrase que los
individuos emocionalmente inestables rinden sustancialmente peor en sus
trabajos, que es, de hecho, el mejor predictor. El proceso de selección
tendería a excluirlos, y, siguiendo su línea argumental, el profesional estaría
actuando de modo elitista. Ahora la élite serían los candidatos emocionalmente
estables. Pero si la sociedad premiase a los individuos estables, ¿qué debería
hacer quien se dedica a los procesos de selección?
Supongamos que el Profesor Rico hubiese explicado que la evidencia empírica
apoya el hecho de que los individuos poco adaptables a los grupos no son
deseables para los objetivos de la empresa, que, de hecho, la capacidad para
trabajar en grupo es el mejor predictor del desempeño ocupacional. ¿Qué debería
hacer quien es responsable del proceso de selección?
Quizá me equivoque pero excluir a los inestables y a los pocos adaptables
no se consideraría, de hecho, elitista. Sin embargo, la cosa se pone tensa
cuando se demuestra que nuestra sociedad ha decidido premiar a los inteligentes
(por poderosas razones, dicho sea de paso) y que, por tanto, quien hace la
selección debe prestar una cuidadosa atención a esa variable psicológica. No
hacerlo es irresponsable.
Los fantasmas siguen residiendo en el interior de algunos académicos y se
manifiestan patéticamente en determinados contextos. Seguramente hay que
esperar todavía algo más para que sean exorcizados apropiadamente. Por supuesto,
eso requerirá exigirles un estudio más riguroso sobre la evidencia empírica
disponible a quienes van a expresarse en un foro público. Esa debería ser su
obligación como profesionales, sin que nadie tuviera que recordárselo. Admitir
la evidencia es la actitud de honradez intelectual que se le supone al
académico.
Las pataletas populares pueden ser relajantes y pueden ayudarnos a
sentirnos fenomenal. Pero la integridad académica es una exigencia que debe
tenerse presente siempre (salvo, quizá, en la cafetería de las Facultades).
Matar al mensajero es una práctica recurrente para algunos. Pero olvidan
que ese asesinato no borra el mensaje de que el rey ha muerto en el campo de
batalla.
Un asistente al seminario me preguntó qué se podía hacer si se aceptaba mi
mensaje, dando a entender que si el mejor predictor fuese cualquier otra
variable psicológica se podrían hacer cosas, pero que con la inteligencia se
debía tirar la toalla. Una percepción similar se atisbaba en los comentarios
improvisados de mis compañeros de mesa durante sus intervenciones (“dejando a un lado….”).
Cierro este post con mi respuesta (quizá algo adornada para la ocasión) a
esa interesantísima pregunta:
“Los
individuos menos inteligentes manifiesten problemas para realizar las
actividades mentales o cognitivas necesarias para desempeñar determinadas
ocupaciones. Pero eso no sucede en todas las ocupaciones. Las hay más y menos
exigentes cognitiva o intelectualmente.
La hipótesis gravitacional, bastante conocida (al menos en teoría) en psicología
organizacional ha constatado que, a la larga, las personas gravitan hacia
ocupaciones congruentes con su capacidad intelectual. Por tanto, el profesional
de la psicología podría facilitar ese proceso de acoplamiento.
Aún así, existe
otra posibilidad poco explorada por ahora en las organizaciones, pero que
comienza a ser contemplada seriamente en psicología de la salud: manipule las condiciones del entorno para que las diferencias individuales
de inteligencia tengan menos importancia para llevar a buen puerto las acciones
necesarias para alcanzar una determinada meta. En el caso de la
salud, hacer ejercicio, adoptar una dieta saludable o seguir un tratamiento
médico a largo plazo. El cuidado de la salud es, cada vez más, una exigente
actividad mental (intelectual).
Si soy miope, veré
mal de lejos. Puedo enfadarme mucho, puedo declarar que el mundo es injusto o que
la madre naturaleza ha sido cruel conmigo, pero eso no contribuirá a que mi
visión mejore. Tarde o temprano tendré que aceptar los hechos, visitar al
oftalmólogo, graduarme la vista y comprarme unas gafas.
En psicología
podemos hacer lo mismo con respecto a la conducta. Si el paciente con un menor
nivel intelectual se adhiere menos a los tratamientos médicos, diseñemos
prótesis mentales para corregir la situación. No siempre será posible alcanzar
el objetivo perseguido, pero estoy seguro de que es viable en muchas circunstancias
(incluyendo, por supuesto, el desempeño ocupacional)”.
Lo verdaderamente elitista es ignorar la variabilidad intelectual que, de hecho, se observa en la población suponiendo, erróneamente, que no existe.
Es elitista y cruel.
Lo verdaderamente elitista es ignorar la variabilidad intelectual que, de hecho, se observa en la población suponiendo, erróneamente, que no existe.
Es elitista y cruel.
Roberto
ResponderEliminarNice presentation I agree with you. The most rellevant problem in using psychological predictors are the worse metric quality of criteria.
Muchas gracias por el feedback Antonio.
ResponderEliminarRob, que post y que pps más enriquecedores.
ResponderEliminarLa culpa de esto la tiene Robert Zemeckis. El dia en que la gente se dé cuenta de que Forrest Gump es una película de ficción y que la realidad es todo lo contrario, la cosa cambiará..….habría que proponerle que hiciese una película tipo Smart Gump….y que la protagonizara Jodie Foster por ejemplo….molaria…
Gracias Óscar. Es probable que Zemeckis sean sensible a tu sugerencia...
ResponderEliminarUna buen presentación de algo que todos sabemos, o debiéramos saber. Comparto la idea de que constatar un hecho nada tiene que ver con problemas de justicia o injusticia. Estos problemas surgen cuando tomamos decisiones a partir de esos hechos. Suelo expresar esto con una breve frase que resumen mi posición: lo importante en esta vida no es lo que nos ocurre, sino lo que hacemos con aquello que nos ocurre.
ResponderEliminarLa presentación power point es muy buena. Se agradece la acumulación de evidencia actualizada.