Las razones de la alta relación observada entre la
inteligencia fluida (Gf) y la memoria operativa (WM) parecen resistirse al
escrutinio de los científicos. Se sigue dando vueltas y vueltas, pero cuesta
llegar a alguna conclusión sólida. O eso parece colegirse a partir de la reciente
investigación de Nash Unsworth y sus colegas publicada en ‘Cognitive Psychology’ (2014, 71, 1-26, Working memory and fluid intelligence: Capacity, attention control, and
secondary memory retrieval).
Los autores concluyen que esa relación puede comprenderse por
la intervención de tres mecanismos relacionados, pero distinguibles. Primero,
las limitaciones de capacidad, es decir, la
aptitud para conservar la información relevante en un estado activo. Esta
capacidad es necesaria para mantener a corto plazo las representaciones
mentales y para recombinarlas en la resolución de problemas y en los procesos
de razonamiento que son una marca característica de los tests de inteligencia.
Segundo, el control de la atención supone la
aptitud para elegir y mantener activa la información relevante en presencia de
distracciones. Tercero, la capacidad de la memoria
secundaria conlleva la aptitud para codificar la información en la
memoria secundaria y para recuperar la que tuvo que ser desplazada desde la
memoria a corto plazo, pero que vuelve a resultar necesaria para actuar.
Quizá la parte más interesante del estudio es la
identificación de distintos perfiles de individuos, es decir, personas cuyo
rendimiento depende más de la capacidad, del control de la atención o de su
memoria secundaria. Aunque, naturalmente, este análisis puede discutirse. Es
difícil admitir que, en la población general, un individuo posea una excelente
capacidad y un pésimo control de la atención. Esos casos deben ser raros, pero
necesarios para apoyar una visión no unitaria de la memoria operativa (WM). Una versión más de la estéril polémica entre 'splitters vs. unifiers'.
171 individuos completaron una batería de tests y tareas que
permitieron estimar los constructos de interés. La memoria operativa, el
control de la atención, la memoria secundaria y Gf se midieron con tres tareas
en cada caso, mientras que la capacidad se midió con siete tareas. El modelo de
medida ya revela un resultado que condicionará el resto de los análisis (para
mal), a saber, la correlación entre la memoria operativa y Gf es de 0.57. Este
valor de correlación está muy alejado de los valores observados en otros
estudios claramente más sólidos en los que se han considerado variables
latentes.
Este es el primer ejemplo de cherry-picking que puede observarse en el artículo. Se ignora, por
ejemplo, el valor publicado por Oberauer et al. (2005) sobre los resultados del
meta-análisis de Ackerman et al. (2005), es decir, 0.85. Naturalmente también se ignoran las publicaciones de nuestro
grupo demostrando el isomorfismo entre la memoria operativa y la inteligencia
(y que conste que no es algo personal, aunque pueda parecerlo).
El caso es que esa débil correlación de los factores latentes
WM y Gf parece agotarse por la contribución de la capacidad, el control de la
atención y la memoria secundaria. Esos resultados, según los autores, rechazan
la visión unitaria sobre la relación de Gf y WM. Es decir, los tres mecanismos
serían necesarios. Ninguno de ellos se llevaría la palma.
Una vez más, defender este resultado exige ignorar
expresamente la evidencia previamente publicada que resulta inconsistente
(segundo y definitivo caso de cherry-picking).
En 2006, 2008 y 2011 nuestro equipo publicó resultados contundentes sobre el
papel crucial de la memoria a corto plazo (STM). Y otros estudios han ido en la
misma dirección. Pero Unsworth et al. se olvidan de esa literatura previa, en
un claro ejemplo de amnesia selectiva.
Los autores toman decisiones bastante dudosas. Véase en la
siguiente figura, por ejemplo, el modelo estructural que deciden contrastar.
Obsérvese que la WM predice indirectamente Gf a través de la
capacidad, el control de la atención y la memoria secundaria. El valor que
conecta directamente WM y Gf es nulo. Sin embargo, el modelo más lógico hubiera
sido que la capacidad, el control de la atención y la memoria secundaria
predijesen WM y que la varianza no explicada se vinculase a Gf.
En cualquier caso, no serían más que juegos malabares con
números destinados a despistar al lector. Disponemos de resultados que apoyan
la perspectiva de que una visión unitaria es más que
suficiente para dar cuenta de la relación de Gf con WM.
En nuestro artículo de 2011 (Martínez et al., Intelligence,
39, 473-480, ‘Can fluid intelligence be
reduced to short-term storage?) demostramos el isomorfismo entre la WM, la
memoria a corto plazo y los procesos ejecutivos de actualización (updating), y, además, que la relación de
esos tres constructos con Gf era perfecta (véase figura).
Esto es lo que concluimos:
“puesto que, desde una perspectiva teórica, el almacenamiento
a corto plazo es el componente cognitivo común a la memoria operativa, los
procesos de actualización y la memoria a corto plazo, se puede deducir que las
diferencias individuales en Gf quedan adecuadamente explicadas por los procesos
básicos que subyacen a la memoria a corto plazo
(…) los
procesos presuntamente implicados en la memoria operativa y el control
ejecutivo, los procesos de inhibición, y la velocidad mental no añaden
información sustancial para responder a la pregunta de cuáles son los procesos
cognitivos básicos que subyacen al razonamiento fluido
(…) los
hechos presentados aquí pueden ayudar a clarificar y simplificar el supuesto complejo
problema de relacionar la inteligencia con las funciones cognitivas”.
Simplificar parece molestar, pero la navaja de Ockam sigue vigente en ciencia, aunque a menudo se olvide.
La teoría que propusimos en 2006 es realmente simple. No
puede distinguirse la memoria operativa (WM) de la memoria a corto plazo (STM)
a nivel latente (algo que Unsworth y Engle nos concedieron en 2007, Psychological Bulletin, 133, 6,
1038-1066): “across
both experimental and differential perspectives, the evidence reviewed here
suggests that simple and complex span largely measure the same basic processes;
thus, the notion that STM and WM are largely
different constructs is not warranted (see also
Colom, Rebollo, et al., 2006)”.
A esa conclusión se llega cuando se mide adecuadamente y los
constructos de interés se valoran como se debe. La investigación de Unsworth et
al. no lo consigue, pero eso no les impide llegar a una conclusión que se
expresa con entusiasmo.
Si STM y WM no pueden distinguirse, ¿por qué seguimos dándole
vueltas?
¿Por qué no aceptar que la relación de la WM y Gf se debe,
simplemente, a las diferencias individuales en la
capacidad para conservar temporalmente una representación fiable de la información
relevante?
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