Leer ‘Al Este del Edén’, novela publicada
en 1952 y favorita del propio autor (“mis otros escritos sirvieron como ejercicio de preparación
para éste”) ha sido una experiencia increíble (“Caín, alejándose de
la presencia del Señor, habitó la región de Nod, al Este del Edén”).
El premio Nobel de Literatura John
Steinbeck es un narrador apabullante que cuenta en ‘East of Eden’ las historias
familiares de los Hamilton y de los Trask. Una mera excusa
para exponer sus ideas sobre el libre albedrío y la conducta humana. La plasticidad
lingüística de este novelista prohíbe aburrirse al pasar páginas.
La mayor parte de los sucesos se desarrollan en el Valle de Salinas, California (lugar donde nació Steinbeck en 1902 –de hecho, aparece
como personaje menor en la historia), aunque los protagonistas no siempre
estuvieron allí. La historia bíblica de Caín y Abel se reproduce en Charles y
Adam, en Caleb y Aron. La película de Elia
Kazan, protagonizada por James Dean
(quien encarna a Caleb) se centra en la segunda parte de la novela de
Steinbeck. El resultado es, por cierto, muy decepcionante.
Esta caracterización cronológica del Valle de Salinas no
tiene desperdicio:
“Primero estuvieron allí los indios, una raza inferior,
desprovista de energía, de inventiva o de cultura, unas gentes que vivían de
gusanos, saltamontes o moluscos, pues eran demasiado perezosos para cazar o
pescar.
Luego
llegaron las primeras avanzadillas de duros y enjutos españoles, ambiciosos y
realistas, en pos sólo de Dios o de oro. Algunos de ellos se quedaban como
dueños de haciendas tan grandes como principados, que les habían otorgado los
reyes de España, los cuales no tenían la menor idea de semejante donación.
Cuando llegaron los españoles tuvieron que bautizar cuanto encontraron y
vieron.
Luego vinieron
los norteamericanos, más codiciosos porque eran más numerosos”.
El autor salpica la historia con sentencias que demuestran su
capacidad introspectiva y de observación. Los intervalos de tiempo, por
ejemplo, “son
cosas extrañas para la mente (…) cada vez le damos mas valor a una pequeña
diferencia de segundos (…) nadie, cuando es joven, piensa que un día llegará a
viejo (…) pero cada año que pasa la mañana parece llegar más temprano (…) la
vida transcurre deprisa cuando no la observamos y lentamente cuando nos
percatamos de ella”. La pobreza promueve las ganas de compartir lo
poco que se tiene. El miedo es un ingrediente muy peligroso. Si no estás seguro
de estar enamorado es porque no estás seguro de ti mismo. Se muestra convencido
de que “en el
mundo hay monstruos nacidos de padres humanos. Al igual que un niño puede
llegar al mundo sin un brazo, también es posible nacer sin generosidad o sin
conciencia. Para un monstruo lo monstruoso es lo ordinario, ya que cada uno se
considera a sí mismo normal”.
El monstruo esencial de la novela es la inteligente Cathy (“como era hija única, su madre no pudo
compararla con otros hermanos y creyó que todas las niñas eran como la suya”).
Cathy aprende pronto a manejar la sexualidad, “el impulso más perturbador que aflige a los
humanos”. Cathy contrae matrimonio con Adam, tienen dos hijos (Caleb/Caín
y Aron/Abel), cuyo verdadero padre es el hermano de Adam (Charles), y abandona
el hogar familiar para regentar un prostíbulo.
Steinbeck no deja títere con cabeza en su novela sirviéndose
de su facilidad para conocer la conducta y el alma humana. El autor manejaba ‘Los
principios de Psicología’ de William
James (“un
hombre que dará mucho que hablar”). Usa estas palabras para describir el
paso al siglo XX: “el dolor se había introducido en un mundo lleno de
corrupción, y no existían ya los buenos modales, el bienestar y la belleza. Las
damas ya no eran damas, y la palabra de un caballero no merecía ya confianza
(…) cuando nuestra comida, ropa y vivienda sean producidas en serie, el método
de la fabricación en masa se aposentará en nuestros cerebros y eliminará
cualquier otra forma de pensar (…) algunas naciones han sustituido la idea de
Dios por la idea colectiva”.
Es abiertamente individualista: “nuestra especie es la única capaz de crear, y
posee solamente un instrumento de creación: la
mente individual de cada hombre. Lo valioso
siempre está oculto en la mente solitaria de un hombre. Y ahora, las fuerzas reunidas en torno al concepto de grupo han
declarado una guerra exterminadora a esa entidad tan rara y preciosa, es decir,
a la inteligencia humana. Lucharé contra
cualquier idea, religión o gobierno que limite o destruya al individuo (…)
todas las cosas grandes y preciosas son solitarias”.
Personalmente me cautivó Lee,
el sirviente chino de la familia Trask: “por la tarde me fumo mis dos pipas, ni una más ni una menos,
como los ancianos. Y entonces siento que soy un hombre. Y también que un hombre
es algo muy importante, acaso más importante que una estrella (…) acaso al arrodillarse para examinar los átomos, sus almas se
han vuelto también minúsculas como ellos”.
Posee Steibeck una capacidad increíble para recordar lo que
sabemos, pero olvidamos: “estoy seguro de que por debajo de las capas superficiales y
exteriores de fragilidad, los hombres desean ser buenos y quieren ser amados
(…) me parece que si estamos obligados a escoger entre dos líneas de
pensamiento o de acción, sería bueno que pensásemos en nuestra muerte, y, que,
por lo tanto, nos esforzásemos en vivir de tal
manera que nuestra muerte no le produjese ningún placer al mundo (…) Y también pienso que el mal debe engendrarse a sí mismo
constantemente, mientras que el bien, la virtud, son inmortales. El vicio
muestra siempre un rostro juvenil, mientras que la virtud es más venerable que
ninguna otra cosa en el mundo (…) yo no quiero vivir un sueño, sino la vida”.
Por si se preguntan por la extraña palabra del título de este
post (Timshel) sepan que es la
última que pronuncia Adam Trask al morir en la última página de la novela: “acaso sea la
palabra más importante del mundo, pues da a entender que el camino está abierto
y plantea este acuciante problema: si dice ‘tú podrás’, también es cierto que
podría decir ‘tú no podrás’”. Timshel corresponde a un término mal
traducido del capítulo cuarto del Génesis. Una palabra que (gracias a Lee) logró
que Samuel Hamilton se sintiese libre, “le concedió el derecho de ser un hombre diferente de todos
los demás”.
Gran análisis. Hoy terminé la novela y necesitaba algún comentario. Los párrafos destacados son los mismos en los que yo me había fijado.
ResponderEliminarSolo tengo una duda: en mi libro, sale que al final Adam se queda dormido. Es editorial Tusquets. Sería de lo más divertido quela palabra "dormido " estuviera mal traducida, y que realmente dijese "muerto".
Gracias, Leis. Seguro que has disfrutado de la lectura de este genio de la narrativa. Saludos, R
ResponderEliminar