Últimamente estamos trabajando en mi equipo de investigación
sobre el posible sustrato neuroanatómico diferencial del rendimiento
intelectual según la variable sexo.
En 2005 el equipo de Richard
Haier publicó un estudio volumétrico mostrando que el mismo nivel de
rendimiento intelectual en varones y mujeres parecía estar sustentado en
estructuras neuroanatómicas diferenciadas.
Sin embargo, la evidencia sigue sin ser particularmente
concluyente.
Recientemente se ha publicado una investigación con 370
individuos (180 varones y 190 mujeres, con una media de edad de 20 años) usando
volumetría (VBM). Se concluye que existen diferencias de sexo en las
estructuras cerebrales en las que se apoya el rendimiento intelectual. En
concreto, la corteza dorsolateral prefrontal es relevante para el rendimiento
de los varones, mientras que la corteza frontal inferior y la corteza frontal
medial es relevante para el rendimiento de las mujeres.
Yang
W, Liu P, Wei D, Li W, Hitchman G, et al. (2014) Females and Males Rely on
Different Cortical Regions in Raven’s Matrices Reasoning Capacity: Evidence
from a Voxel-Based Morphometry Study. PLoS ONE 9(3): e93104.
doi:10.1371/journal.pone.0093104
Los autores sugieren que estas diferencias neuroanatómicas
pueden ayudar a explicar el hecho de que varones y mujeres parecen servirse de distintas
estrategias cognitivas para resolver los problemas del test usado para valorar,
en este caso, el rendimiento intelectual, es decir, el test de Raven. De hecho,
su hipótesis es que los varones presentarán correlaciones con regiones
frontales y parietales implicadas en el procesamiento visoespacial, mientras
que las mujeres presentarán correlaciones con regiones frontales implicadas en
el procesamiento verbal.
Es extraño que usen una versión del test de Raven que combina
el diseñado para niños (CPM) y el estándar para población general (SPM), cuando
la versión más adecuada para el grupo considerado en esta investigación hubiera
sido el avanzado (RAPM). La lectura del informe es opaco respecto al rango de
puntuaciones alcanzadas por los participantes limitándose a señalar que no hay
diferencias de sexo en el test. Por tanto, no se puede descartar la presencia
de efecto techo.
Los resultados de los que se informa derivan de un complejo
análisis estadístico en el que se controla la edad, las puntuaciones en el
Raven y el volumen total de materia gris, explorando la interacción entre la
variable sexo y las puntuaciones en el test de inteligencia. Sin embargo, no se
usa ningún método de corrección por comparaciones múltiples, a pesar del
considerable tamaño de los grupos comparados.
Considerando los resultados observados parece obvio que no se
confirma la hipótesis en el caso de los varones, puesto que no se observan
correlaciones en las regiones parietales.
A pesar del alto número de individuos analizados, la evidencia
de la que se informa en este artículo es débil, hecho que resulta consistente
con la sospecha de que no es suficiente con estudiar a grandes números de casos
para encontrar efectos robustos.
Por otro lado, esta clase de análisis volumétricos no permite
distinguir dos componentes de la materia gris que expresan propiedades muy
distintas y que, además, se encuentran influidas por distintos genes, es decir,
el grosor de la corteza (cortical thickness) y el área de la superficie de la
corteza (cortical surface area). El volumen combina ambas de un modo
relativamente indeterminado.
Finalmente, los estudios son todavía demasiado escasos para
apoyar una conclusión mínimamente convincente. Hubiera sido deseable encontrar
en esta investigación de Yang et al. una mayor trasparencia. Por ejemplo, cuál
es la distribución de volumen (niveles medios y desviaciones estándar) a nivel
de vóxel en los varones y mujeres considerados en la investigación.
Esa es la estrategia que estamos adoptando nosotros, llegando
a conclusiones sorprendentes de las que hablaremos en su momento.
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