A todos nos sucede que escribimos cosas que luego olvidamos
haber escrito. Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra.
En su magnífica obra ‘Human
intelligence’, publicada en 2011, el Profesor Emérito E. B. Hunt señalaba:
“Ultimately everything is in the brain (…)
Theories of intelligence that relate individual
differences in cognitive power to individual differences in brain action are
important as steps in reductionism (…)
Every expression of intelligence is due to actions of
the brain (…)
If we knew the nature of every connection between the
approx. five billion neurons in a person’s brain, and if we knew the algorithms
the brain uses to activate and alter these connections, we would know
everything there is to know about that person’s cognition”.
En suma, que estaría de acuerdo con la propuesta reduccionista
que tuve la oportunidad de exponer con determinación en el monográfico de la
e-revista ‘Journal of Intelligence’ (All We Need Is brain (And Technology):
Sin embargo, su artículo (escrito en colaboración son Susanne Jaeggi) para ese mismo
monográfico no subraya con entusiasmo esa perspectiva.
El caso es que cada vez acumulamos más evidencia sobre la
extraordinaria importancia de las redes que conectan las regiones frontales con
las parietales para comprender las diferencias individuales de inteligencia. O
eso parece.
El artículo recientemente publicado en el ‘American Journal of Neuroradiology’ es
un ejemplo más. Se exploran las relaciones entre las diferencias de
inteligencia de dos grupos de individuos (niños y adolescentes) y sus patrones
de conectividad funcional en estado de reposo.
Li, C. & Tian, L. (2014). Association between
resting-state coactivation in the parieto-frontal network and intelligence
during late childhood and adolescence. http://dx.doi.org/10.3174/ajnr.A3850
El resultado principal es que la red parieto-frontal
relevante para dar cuenta de las diferencias de inteligencia se ubica en el
hemisferio derecho en la niñez, pero cambia al hemisferio izquierdo en la
adolescencia. Un ejemplo de la naturaleza dinámica de las relaciones entre el
funcionamiento espontáneo del cerebro y el fenotipo inteligencia.
Se estudia a 84 niños (entre 8 y 12 años) y a 50 adolescentes
(entre 12 y 16 años). La capacidad intelectual se valora con la escala Wechsler
y los resultados revelan que ambos grupos presentan un CI bastante por encima
de la media (120 y 115, respectivamente).
La conectividad funcional en reposo se valora aplicando ICA y
se construyen las redes parieto-frontales para ambos hemisferios, así como
otras tres redes de control que excluyen esas regiones. Las redes son similares
para niños y adolescentes.
Las correlaciones con la inteligencia son significativas en
el giro angular derecho y en el giro frontal inferior derecho, mientras
que para los adolescentes las correlaciones son significativas esencialmente en
el giro frontal inferior izquierdo. El hecho de que no se observen
correlaciones significativas en las redes de control subraya la relevancia de
la red parieto-frontal para dar soporte a la capacidad intelectual, según los
autores.
Además, las correlaciones son positivas, lo que sugiere que
una mayor conectividad es beneficiosa para la inteligencia. Las regiones
frontales del hemisferio derecho se suelen vincular a la planificación, mientras
que las izquierdas se asocian al procesamiento lingüístico. El giro angular se
relaciona con el procesamiento visoespacial, el procesamiento lingüístico y el
procesamiento numérico.
Quizá lo más interesante de este estudio es la diferencia
entre los grupos. En un caso el lado derecho es relevante, mientras que en el
otro es el izquierdo. En mi breve artículo editorial para la revista PAID (From the Earth To The Brain) señalé la
naturaleza inquietante de este patrón a través de los distintos estudios
publicados.
Opino que no puede descartarse que la edad no tenga nada que
ver con el patrón observado. Simplemente podría deberse a que son grupos
distintos. Los grupos son agregados de individuos, y, por tanto, esas
individualidades pueden revelar patrones diferentes.
Siempre que puede mi colega R. Haier recuerda eso de que “Not
All Brains Work The Same Way”. Conviene tenerlo presente porque
presuntas inconsistencias podrían ser, simplemente, resultado de ese hecho.
Admitirlo podría salvarnos de sustanciales quebraderos de cabeza.
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