A raíz del ‘Adios a Cataluña’ de Boadella, tuve conocimiento de ‘Citileaks’
(Editorial Sepha, 2012) obra en la que Mª
Teresa Giménez Barbat relata, en primera persona, la creación de Ciutadans
(por parte de catorce intelectuales) y la serie de sucesos que provocaron su
salida de ese proyecto.
‘Ciutadans’
pretendía originalmente desmarcarse del nacionalismo catalán: “existe la
superstición entre la progresía, no sólo en Cataluña sino en el resto de
España, de que si coincides en alguna cosa con el PP, aunque sea algo nimio (ya
se encargarán ellos de magnificarlo) te sale un bigote como el de Aznar”.
Giménez suscribe la postura de que las cosas no son de
derechas o de izquierdas, sino que son verdaderas o falsas, están bien o están
mal: “¿nos
acojonaba que por defender la unión de todos los españoles frente a la
centrifugación nacionalista nos asimilasen a otros que también la defendían?”
Abomina la autora de la prensa catalana que presenta a España
como una tierra de genocidas. Y revisa con detalle las tendencias divergentes
dentro del proyecto de Ciutadans, especialmente de aquellos que pretendían que
se tuviese clara su orientación de izquierdas, algo que ella nunca comprendió
ni compartió: “hablar
con la razón no mueve precisamente a las masas (…) no queríamos cambiar el
mundo, ni cargarnos a nadie, ni mostrar la dirección hacia el paraíso. ¿Qué
mierda de propuesta era la nuestra?”
Giménez siempre estuvo cerca de uno de los promotores
primigenios del Ciutadans, Arcadi Espada,
quien también abandonó el proyecto cuando llegó el momento de convertirlo en
partido político. Ambos no se sentían cómodos con eso de que “que tu mano
izquierda no sepa lo que hace la derecha, esto es el poder (…) fue una
experiencia curiosa que durante meses parte del grupo promotor no fuera
bienvenido en su propia sede”. Confiesa que sospechaba que “como siempre, se
trataba de sustituir unos culos por otros (…) sí, esos grupos no tienen
capacidad para poner a rodar un vehículo, así que se suben a un tranvía que
funciona aunque no vaya en su dirección. Se trata de hacerse con el tranvía.
Esto lo viví en Ciutadans y luego en UPyD. Están convencidos de que es legítimo”.
Recuerda la autora las palabras de Francesc de Carreras en un acto público en el que se animaba a
Ciutadans a legalizar la realidad apelando a los valores de la Ilustración: “son los ciudadanos,
los individuos, quienes tienen derechos, no los territorios ni las
abstracciones”.
En la parte final de la historia contada por Giménez se
relata cómo llega Albert Rivera a la
dirección del partido: “me dijo que era su madre política, se fue a por tabaco y no
volví a verle”. Boadella y Espada dejaron claro que si no se
corregía la falta de reconocimiento al grupo promotor abandonarían el proyecto.
Y así fue.
Cuando Ciutadans logró representación en el parlamento
catalán, los elegidos ignoraron absolutamente el consejo de ese grupo promotor.
Olvidaron las palabras de Espada: “el carácter transversal de un partido no es ya una exigencia
del mercado, sino de la inteligencia”.
Giménez recuerda que ningún partido político tuvo la valentía
de considerar conceptos como el de razón, pensamiento crítico, defensa de la
verdad, rechazo de la ambigüedad moral, rechazo del relativismo, o libertad
para cuestionar las ideologías. Se tuvo claro que las etiquetas ‘izquierda’ o
‘derecha’ se asociaban al marketing electoral, a la necesidad de
instrumentalizar las inclinaciones más elementales de los votantes.
La autora se declara admiradora de Tarradellas por su visión
al regresar del exilio: “se trata simplemente de no pensar en todo cuanto enturbia
nuestra voluntad de cara a un destino mejor, y llevar a cabo una amplia y
generosa unidad realizada sin rencores y sin demagogias, tocando con los pies
en el suelo para poder ir hacia delante sin vacilaciones”. Según
ella, “un país
cuyos ciudadanos no tienen conciencia de que hay proyectos que deben unirles no
tiene futuro (…) en la hora de una política post-ideológica basada en hechos
contrastados” subrayando “los valores auténticos que están en la raíz de todo aquello que compartimos: lo que nos une como personas y lo que nos une como ciudadanos
de una nación moderna (…) si las fantasías identitarias no nos abducen podemos,
sin el menor asomo de duda, dar más de sí que ser un lugar en el sur de Europa
con una gastronomía de mucho lustre y un destino preferente de las compañías
low cost”.
Permítanme recomendarles la lectura de ‘Citileaks’. Resulta
particularmente refrescante ante el rancio panorama al que nos enfrentaremos
en, por ejemplo, las inminentes elecciones al Parlamento europeo. Los partidos
mayoritarios son un patente ejemplo de lo que Ortega consideraba hemiplejía moral, como nos recuerda Giménez: “ser de izquierdas
es, como ser de derechas, una de las infinitas maneras que el hombre puede
elegir para ser un imbécil”.
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