El finlandés Mika
Waltari se hizo famoso con ‘Sinuhé el
Egipcio’ (1945). Esa novela fue llevada al cine bajo la dirección de Michael Curtiz. Se estrenó en 1954 con Víctor Mature como protagonista.
Pero no escribiré hoy sobre la obra más famosa de ese
escritor, sino de ‘Marco el Romano’,
una novela anterior.
La historia comienza con bastante fuerza. Marco es un
ciudadano romano podrido de denarios que sale por patas de la ciudad eterna
para dirigirse a Alejandría y esperar a su amada Tulia (una pieza de cuidado
que recuerda a la famosa esposa del emperador Claudio: “el hombre que ha pasado de los treinta no
debería ser esclavo del amor”).
Después de llevar una vida de crápula (“el mero placer llena al hombre de tristeza”)
y decepcionado con el plantón que le da Tulia, decide dirigirse a Judea porque
ha llegado a sus oídos que en aquella región romana se están produciendo
interesantes sucesos (“es lógico y comprensible que el nacimiento del nuevo
soberano universal deba producirse bajo el signo de Piscis”).
Llega a Jerusalén justo cuando Jesucristo está dando los
últimos estertores en la cruz. De hecho, es testigo de su muerte y supuesta
posterior resurrección (“había partido de Alejandría en busca del rey de los judíos y
le encontré ante la puerta de Jerusalén crucificado en la colina todavía vivo
(…) no existe nación más sanguinaria que la de los judíos (…) el cadáver
simplemente había desaparecido”).
Nace en Marco la irresistible curiosidad de conocer detalles
sobre la vida del mesías, llegando a entrevistarse con Poncio Pilatos, Lázaro o
María Magdalena. En su búsqueda tiene algunos encuentros esporádicos con los
apóstoles, quienes se lo ponen complicado porque no se fían de un romano
incircunciso.
El autor de la novela se ceba bastante con la tendencia de los judíos
a excluir a quienes no forman parte del pueblo elegido. Pone especial cuidado
en incluir en ese grupo a los seguidores
del verdadero Mesías. Juega con la ambigüedad de los mensajes del hijo de Dios
y explora las incertidumbres de unos discípulos que no comprenden a su maestro
y que, tras su muerte, se sienten extraordinariamente perdidos (“los hombres
tranquilos y sencillos causan menos daño que los inteligentes y ambiciosos que
han alcanzado una posición de responsabilidad”).
Además del encuentro en el Gólgota, Marco tiene (sin darse
cuenta) un contacto casual con Jesucristo resucitado en un lago, y, por fin, en
un monte en el que el Mesías se despide de su paso por la Tierra ante una multitud
de seguidores incondicionales.
Desgraciadamente, la historia va perdiendo interés a medida
que se avanza en la lectura. Los momentos narrativamente tediosos ganan terreno
y el final es decepcionante.
Hay bastantes preguntas que quedan en el aire. No sabemos
cuál puede ser el papel de Marco en la propagación de la palabra de Dios por el
Imperio o si, sencillamente, el escritor usa a ese personaje para volver a
contar una historia contada miles de veces.
Sea como fuere, la lectura de esta novela puede merecer la
pena porque el autor se documentó apropiadamente y usa presuntos hechos para
hilar una historia que tiene el suficiente poder intrínseco como para capturar
la atención del lector.
No hay comentarios:
Publicar un comentario