viernes, 11 de abril de 2014

Mi Abuelo –por Sergio Escorial Martín

Mi abuelo fue un gran hombre. A menudo le recuerdo con mucho cariño, mayor gratitud si cabe, y una dosis de orgullo difícil de cuantificar. Recuerdo que, de niños, mis hermanas y yo pasamos muchos veranos en Martín Muñoz de la Dehesa, y cuando las ancianas del lugar me preguntaban eso tan típico de: ¿y tu de quién eres?, yo respondía raudo: “Soy el nieto del herrero.

Si, mi abuelo era el herrero de ese pequeño pueblecito. Un hombre que jamás recibió educación formal, de origines muy humildes, pero que después de largas y duras jornadas en aquella pequeña fragua, devoraba con curiosidad y pasión cientos de libros.

Si, mi abuelo me enseñó muchas cosas. Me enseñó a montar en bicicleta, a ser consecuente con mis acciones, a asumir mis errores sin culpar a terceros. Me enseñó que cuando se pierden las formas se pierde la razón y que la violencia es el miedo a los ideales de los demás.

Mi abuelo fue uno de esos miles de grandes hombres anónimos que nunca salieron en los periódicos y a los que la Historia no recordará. Por eso, quiero aprovechar este espacio para honrar su memoria y enseguida entenderán por qué.

En otras aportaciones en este blog he defendido que, como ciudadanos, deberíamos participar activamente en la lucha social para cambiar el modelo político y económico que impera en nuestro país. He insistido en que debemos comprometernos en una lucha colectiva. En mi opinión, urge un cambio profundo de modelo y de personas. Sobran los motivos, que podemos encontrar en las ruinas de lo que fueron los pilares básicos del llamado Estado del Bienestar: educación, sanidad,  servicios sociales, justicia, etc. Para muestra un par de botones:


Ahora bien, tras los acontecimientos vividos en los últimos meses debo aclarar que cuando utilizó la palabra “lucha” la empleo según la acepción recogida en el diccionario de la RAE:

esfuerzo que se hace para resistir a una fuerza hostil o a una tentación, para subsistir o para alcanzar algún objetivo”.

Vaya por delante que debo condenar y condeno cualquier utilización de la violencia –ni como medio ni como fin- de la lucha social.

El pasado 22 de marzo, ciudadanos españoles acudieron a Madrid para participar en la Marcha por la Dignidad, manifestación con motivos completamente legítimos en mi opinión. El evento trascurrió con absoluta normalidad hasta que se produjeron los disturbios.

Esos disturbios son un claro ejemplo de algunas de las cosas que me enseño mi abuelo: “…cuando se pierden las formas se pierde la razón”.

No hay justificación alguna para el uso de la violencia, y quienes la ejercen están tirando por la borda las razones y motivos de la mayoría de los que se allí se manifestaban de forma pacífica. La violencia es el hogar de los incompetentes, es el refugio de las mentes cortas.

La violencia no es admisible, bajo ningún concepto, no se puede justificar, ni siquiera se debería intentar hacerlo. Las imágenes de los incidentes y disturbios del pasado 22-M, donde podemos ver a un grupo de individuos tirar a policías antidisturbios al suelo para, una vez caídos, acudir como una jauría de lobos a rematarlos con patadas y lanzamiento de adoquines, son escalofriantes y deben ser condenadas.


Jamás había visto tanto odio, tanta ira, tanta rabia. Sentí miedo, sentí vergüenza, sentí lástima por ese policía al que vi en el suelo mientras un “animal” le tiraba a bocajarro una piedra a la cabeza. En este punto un sentimiento de impotencia se apoderó de mí y descubrí lo intolerante que era. Si, ya que no tolero -ni estoy dispuesto a tolerar- a los intolerantes.

Ahora bien, ni siquiera en la Universidad todo el mundo condenaría sin excepciones la utilización de la violencia. Una conocida asociación de estudiantes perteneciente a la Facultad de Ciencias Políticas de la UCM, Contrapoder (http://aucontrapoder.wordpress.com/2006/10/26/definicion-politica-de-contrapoder/) justifica la utilización de la violencia como herramienta legítima en la consecución de un fin:

“(…) Somos antiautoritarios porque aspiramos a “mandar obedeciendo”, a someter el poder al control desde la base. Pero tenemos claro que en el conflicto social, inevitable para la construcción de la vida nueva, los choques y las imposiciones son elementos naturales al tratar al enemigo. Los poderosos no regalan nada, no van a abandonar el escenario de la historia sin luchar, por eso no hay alternativas a la lucha. La violencia ha sido en muchas ocasiones un arma necesaria de las esperanzas de liberación. Como herramienta la consideramos: sin olvidar nuestro compromiso con una vida sin sufrimiento ni humillación, los métodos de la resistencia y de la rebeldía, así como los posteriores de la subversión y el contrapoder, deben responder a las necesidades históricas concretas del enfrentamiento. Desearíamos un mundo sin violencia, pero es antiético todo posicionamiento que prefiera renunciar a la violencia liberadora antes que asaltar el mundo de la violencia estructural del hambre, de las pateras, de las guerras, la miseria, las cárceles y la alienación del hombre (¡y la mujer!) de su medio natural y social”.

He “tolerado” cosas que no debería haber permitido. Me he engañado a mi mismo pensando que lo hacía por tolerancia, cuando en realidad lo hacía por cobardía, por no enfrentarme a la jauría de lobos. Estoy seguro de que esto mismo le ha sucedido a más personas, pero eso no debe excusar mi comportamiento. ¿Recuerdan las enseñanzas de mi abuelo?: “…asumir mis errores sin culpar a terceros”.

Voy a poner algún ejemplo para que entiendan a qué me estoy refiriendo.

En los últimos tiempos, el Campus en el que se encuentra mi Facultad ha sido conocido a través de los medios de comunicación por la virulencia de los “piquetes” durante las jornadas de huelga, donde literalmente se corta el acceso con barricadas. Cristales, contenedores, cadenas, incluso farolas, cualquier cosa vale para bloquear los cuatro accesos y dar cobertura a unos 20-30 ¿alumnos? en cada uno de ellos. Se ha destrozado el mobiliario del campus y se han hecho pintadas. Pintadas y mobiliario que después hay que reparar con el dinero de todos. He comprobado cómo las autoridades académicas eran conscientes de esta situación y la consentían. He visto con pena cómo la mayoría de alumnos que acudían al campus eran increpados e insultados por estos piquetes. He presenciado las lágrimas de impotencia de un profesor que se acercó a dialogar con estos piquetes y fue increpado al grito de “fuera fascistas de la universidad”. En resumen, se han cruzado líneas rojas que jamás se deberían haber cruzado y se han tolerado cosas en la Universidad que jamás se deberían tolerar.

El derecho a huelga es un derecho individual y no puede ser nunca una obligación o una imposición. La lucha debe ser colectiva, es cierto, pero hay que implicar a las personas por medio de la razón y el dialogo, jamás por el uso de la fuerza y la violencia. Esos alumnos deberían limitarse a convencer a sus compañeros de que tienen que implicarse en las protestas de la huelga, en lugar de obligarles a hacerlo. Pero, sobre todo, en un lugar como la universidad, uno esperaría encontrar un mínimo respeto hacía quienes no comparten nuestras ideas, y a su derecho individual a expresarlas libremente.

Por desgracia, esa no es mi universidad.

Quienes me conocen, y por este blog hay bastantes personas que lo hacen, saben cuál es mi ideología política, y para quienes no me conocen baste decir que soy, por encima de cualquier etiqueta posible, un libre pensador. Algunos de esos alumnos que se parapetan tras las barricadas impidiendo la libre circulación en un espacio público, tapados con pañuelos y pasamontañas, se autoproclaman de “izquierdas” y se limitan a denominar fascista al que no piensa como ellos.

¿Acaso no es fascista tratar de imponer una forma de pensar a los demás?
¿Coartar su libertad para elegir libremente mediante el uso de la  presión y la violencia?

Ese totalitarismo con el que actúan, ¿acaso no es fascismo?

Yo estoy de acuerdo con su lema “fuera fascistas de la universidad”, pero todos, empezando por ellos mismos.

La asociación de estudiantes Contrapoder, a la que antes criticaba por justificar el uso de la violencia, expresa a la perfección mi rechazo al fascismo en otro fragmento de su propia definición política:

“Como anticapitalistas, reconocemos en el fascismo su peor bestia, la expresión de la desesperación que produce, dividiendo a l@s desposeíd@s y poniendo sus frustraciones al servicio de un simulacro revolucionario que acabe afianzando y aumentando el poder del capital sobre el proletariado. El fascismo le cierra espacios a la democracia y a la sociabilidad solidaria y sin miedo; es por esto que debe ser reprimido sin consideración, denunciado y arrinconado. Por variadas que sean las caras bajo las que se presente, toda aparición pública del fascismo envilece a quienes lo toleran”.

Estoy totalmente de acuerdo con esa última parte.

Y aquí es donde llega otra de las lecciones de mi abuelo, la de “ser consecuente con mis acciones y opiniones”.

Sé que posiblemente a mi Rector, y en general a mis autoridades académicas, no les guste el contenido de esta reflexión, pues les acuso de permitir y tolerar la intransigencia en el templo de la razón y el saber. A los sujetos que participan en estos piquetes y demás acciones de vandalismo, tampoco les va a hacer mucha gracia, pero les invito a pensar y reflexionar –son universitarios—sobre el lugar en el que comienzan y terminan los derechos individuales de cada uno. Por decirlo de manera sencilla, mis derechos acaban donde empiezan los derechos de los otros, y jamás puedo imponer mis derechos a los de los demás.

¿Cómo llamaríamos a eso?

Asumo las críticas, espero y deseo que razonadas y desde el respeto, que mi planteamiento pueda suscitar.

Y para terminar de ser consecuente, he decidido pasar a la acción.

Se acabó, a partir de ahora voy a denunciar, ante mis autoridades académicas y ante la justicia ordinaria, a quienes, ejerciendo la fuerza y la violencia, impidan la libre circulación de las personas por el campus universitario. Voy a denunciar a quienes no respeten la pluralidad inherente a cualquier estado democrático.

Puede que yo no este de acuerdo con muchas de las ideas que estos individuos proclaman, pero hay una diferencia fundamental entre ellos y yo:

Yo daría mi vida porque ellos puedan expresar sus ideas libremente, mientras que ellos me quitarían la mía por hacer lo propio.

Se lo debo a la memoria de mi abuelo.


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