Tom Bouchard publica un extenso artículo en un
número monográfico de ‘Behavior Genetics’
en homenaje a la carrera del gran John
Loehlin.
Bouchard, T. (2014). Genes, evolution and intelligence. Behavior Genetics, DOI 10.1007/s10519-014-9646-x
Quienes nos dedicamos a la investigación de la variabilidad
humana conocemos la obra y la influencia de este genetista de la conducta.
Además de excelente metodólogo, Loehlin co-dirigió el famoso Texas Adoption Project (junto con Joseph M Horn y Lee Willerman). En 1975 publicó una obra de referencia en
Psicología diferencial que merece una detenida lectura incluso hoy en día (John
C. Loehlin, Gardner Lindzey, & J. N. Spuhler, Race differences in intelligence, San Francisco, Freeman). Permítanme
rescatar una de las conclusiones de su extenso análisis para ilustrar el
talante de este científico:
“Cualquier política pública debe atender al hecho de que la
variación individual dentro de cada grupo étnico-racial en los Estados Unidos
supera ampliamente las diferencias promedio que separan a esos grupos.
El hecho de
que muchos miembros de cualquier grupo étnico-racial en los Estados Unidos
supera en rendimiento intelectual al miembro típico de cualquier otro grupo es,
en si mismo, un claro ejemplo contra la discriminación racial.
Irónicamente,
al centrarse en las diferencias de grupo e ignorar las diferencias
individuales, algunos de los críticos más virulentos de Jensen, Eysenck o
Herrnstein, han contribuido a confundir al público sobre los hechos”.
El artículo de Bouchard acumula evidencia para apoyar la
tesis de que diversas especies han desarrollado un mecanismo de propósito
general para lidiar con los ambientes en los que han evolucionado. Ese
mecanismo correspondería a una inteligencia
general biológica.
En su extenso artículo se revisan muchas cosas, algunas más
interesantes que otras. Algo que merece la pena recordar es que las
correlaciones no tienen por qué ser necesariamente altas para expresar
información relevante. Por ejemplo, en biología los valores de correlación más
usuales oscilan entre 0.14 y 0.22, y, por tanto (sostiene Bouchard), la
correlación entre volumen cerebral e inteligencia (0.30) es sustancial.
Critica el autor el hecho de que los estudios sobre la base
biológica de la inteligencia general carecen de un marco teórico de referencia
coherente, hecho que complica la integración de los resultados que se van
acumulando rápidamente.
La parte más extensa se dedica a averiguar si se puede hablar
con propiedad de una inteligencia general (g)
a través de distintas especies (p. e. pájaros, roedores, perros, gatos, monos).
Una frase genial del autor:
“Los perros y los roedores parecen haberse hecho más
inteligentes a medida que los científicos se han decidido a invertir más tiempo
en observarles formalmente y en evocar sus capacidades”.
Critica la perspectiva de que el cerebro se desarrolló
durante la evolución para responder a problemas sociales. En un análisis de 105
especies se pudo calcular una correlación nula entre aprendizaje social y el
tamaño del grupo social. Rechaza, también, la visión modular del cerebro
humano. Recurre a Lefebvre para
mantener que “muchos
aspectos de la cognición se comprenden mejor recurriendo a procesos generales
(g) en lugar de a módulos”.
Discute también el autor la hipótesis de la unidad radial de Rakic, es decir, el hecho de que el área de la
superficie cortical (cortical surface
area) y el grosor de la corteza (cortical
thickness) dependen de dos procesos claramente distintos. La heredabilidad del
área es de .89, mientras que la del grosor es de 0.81, pero la correlación
genética entre área y grosor es prácticamente 0. El hecho de que distintos
genes influyen sobre el área y sobre el grosor concuerda con los datos
evolucionistas sobre el incremento especial del área acompañado por modestos
incrementos del grosor. Por cierto, si esas influencias genéticas sobre área y
grosor son independientes, entonces el carácter unitario del factor general de
inteligencia (g) se vería
cuestionado.
Bouchard no logra sacarse de encima sus molestias por la
persistente y perniciosa influencia de Stephen
Jay Gould sobre algunos sectores de la Psicología. Comienza y termina su
interesante artículo con referencias a este (tendencioso) científico. Merece la
pena citarle literalmente: “los números no son garantía de verdad, pero el progreso en
la ciencia es imposible sin números y sin medidas, puesto que las palabras y la
retórica son insuficientes”.
Finalizo con un enlace a una entrevista que se le hizo a John
Loehlin en 2004.
No hay comentarios:
Publicar un comentario