viernes, 21 de marzo de 2014

¿Y si los tests de CI incluyeran items de inteligencia emocional? –por Ana R. Delgado

Hay quien todavía afirma que los varones son más inteligentes que las mujeres basándose en los estudios que indican que, en promedio, ellos las superan en 4 puntos de CI.

En un mundo científico ideal, antes de teorizar sobre las posibles causas de tal diferencia (factores biológicos, psicológicos, sociales, culturales, o combinaciones de los anteriores), habría que corroborar los supuestos auxiliares que acompañan a esa afirmación, especialmente los referidos a la validez de los instrumentos de medida empleados y a la adecuación de las pruebas estadísticas.

¿Son las puntuaciones de los tests de CI medidas suficientemente válidas de la inteligencia humana?

¿Su métrica permite calcular diferencias y realizar otras operaciones aritméticas cuyos resultados tengan sentido (cuantitativamente hablando)?

Empezando por la validez, hay facetas de la inteligencia humana que no se encuentran representadas en las pruebas de CI habitualmente empleadas y que, a mi juicio, deberían incluirse (p.e., las aptitudes de inteligencia emocional, http://aiidi.blogspot.com.es/2014/02/inteligencia-emocional-como-factor-de.html). Muchos tests, como fósiles de la época industrial, se centran demasiado en tareas que hoy resuelven los ordenadores en microsegundos y no toman en consideración competencias necesarias en una sociedad de servicios.

Claro que…

¿de qué definición de inteligencia parto para tener semejante opinión?

Sabemos que entender el término en un sentido ordinario es la receta perfecta para que las discusiones sobre el tema se eternicen. Pero es que tampoco el uso técnico del término inteligencia es unánime y no quiero meterme en jardines. Varios artículos de la revista Intelligence y algunas entradas de este blog (p.e., http://robertocolom.blogspot.com.es/2014/03/es-la-inteligencia-una-adaptacion.html) se dedican al tema y, visto lo que hay, cabe pensar que aún estamos lejos de contar con una definición clara, precisa y a gusto de todos.

Esto es lo normal en las ciencias jóvenes y no debe impedirnos avanzar. Por ejemplo, Newton fue alquimista y partía de ideas que cualquier estudiante actual de Química hallaría absurdas, pero que tuvieron su sentido entonces. Así es la Historia de la ciencia empírica: las mejores definiciones suelen ser el resultado de las investigaciones, no el punto de partida, al contrario de lo que ocurre en ciencia formal.

Eso sí, hay que aclarar de dónde se parte y no creo que corra ningún riesgo al referirme a la inteligencia, de la forma más general posible, como la capacidad de resolver problemas, asumiendo que, en ambientes no restringidos, se invertirá esa capacidad en función de intereses personales o grupales, más o menos “aculturados”. Por ejemplo, mostrar mayor interés por las personas que por los objetos (algo que, en promedio, se da más en las niñas que en los niños) parece ser un factor especialmente relevante a la hora de explicar por qué, a igual capacidad matemática, las mujeres prefieren (en promedio) carreras como la de medicina en lugar de dedicarse a la ingeniería, por lo que es probable que acaben siendo aún más eficaces resolviendo problemas cercanos a esos intereses.

En cuanto a los aspectos métricos, autores como Joel Michell (p.ej., http://www.tlu.ee/~arro/EBS%20Kvalitatiivsed%20meetodid/Michell.pdf) llevan años insistiendo en que sumar puntos no es lo mismo que medir. Se duda de que constructos psicológicos como el de inteligencia tengan estructura cuantitativa. Es este un supuesto que habrá que someter a contraste empíricamente pues no tiene sentido hablar de diferencias entre puntuaciones si no trabajamos en una escala con propiedades, al menos, de intervalo. Nada mejor que incluir aquí la frase sobre los modelos de relaciones entre variables latentes que cierra el clásico Latent Variable Models and Factor Analysis de Bartholomew y Knott (1999, p. 190): “tanto ha de asumirse que uno podría concluir que se han alcanzado los límites de la utilidad científica, si es que no se han excedido”.

Retomando el hilo del primer párrafo, no podemos pretender que la puesta a prueba de las teorías se pare en seco hasta que la validez de las medidas se demuestre porque, para empezar, en ciencia empírica nada se demuestra (a diferencia de lo que ocurre en las ciencias formales). Un programa de investigación va acumulando evidencia favorable, tratando de asimilar los hallazgos en contra para no tener que dar por falsado el núcleo del programa y, de paso, desarrollando instrumentos de todo tipo que, con suerte, sobrevivirán a la muerte del programa cuando otro mejor, con mayor poder explicativo y heurístico, desplace al anterior del centro de la vida científica (y ahora también mediática).

En el área que me ocupa, la Psicología, las razones para que sobrevivan tantos instrumentos de calidad mediocre han sido, creo, prácticas: son los convencionalmente empleados en un ámbito determinado y predicen decentemente criterios de interés. Como innovar en este terreno es lento y caro, y no se puede garantizar a priori que instrumentos bien fundamentados teóricamente funcionen mejor en la práctica que tareas menos sofisticadas, se ha ido tirando con lo que había.

Una dificultad añadida, cuando se trata de medir la inteligencia emocional, es que no pueden evitarse los problemas relativos al significado: ¿todos los hispanohablantes entienden lo mismo al hablar de asco o de desprecio? Si queremos contar con puntuaciones de un mismo test, pero invariantes con respecto a la lengua materna o la cultura, se suman los problemas relativos a la traducción. Por ejemplo, una competencia emocional muy básica, el reconocimiento de expresiones emocionales, se evalúa (casi sin cambios desde los trabajos pioneros de Darwin) mediante imágenes que se  acompañan de etiquetas verbales entre las que hay que elegir una. Nos hemos encontrado, al investigar sobre los términos empleados para hablar de emociones como el desprecio, con que este es más común en España que en otros países (http://link.springer.com/article/10.1007/s11135-007-9121-3#page-1); es más, muchos estudiantes británicos ni siquiera conocen el término “contempt” con el que se etiqueta esa emoción en los tests. Esto no pasa en los exámenes de aritmética.

Siguiendo con el significado, ¿se han preguntado por la expresión “meterse en jardines” que he utilizado más arriba? No es muy común, pero suele entenderse por analogía con la más castiza de “meterse en un berenjenal”. El significado de las dos es parecido, pero la primera hace referencia a un jardín-laberinto inglés (maze: hay tests con ese nombre) y la segunda a un campo lleno de pinchos: ¿un pequeño matiz o una diferencia clave? Podemos pensar que eso depende del nivel de abstracción en que estemos interesados, aunque las teorías de la cognición corpórea nos dirán que el recuerdo de conceptos abstractos conlleva la simulación mental de detalles concretos.

Centrándonos ya en las emociones:

¿es lo mismo el desprecio que experimentamos por un banquero corrupto que  estafa a ancianitas que el que sentimos hacia un pariente que nos niega el saludo en una boda?

¿cabe pensar que el patrón de activación cerebral será el mismo cuando el sujeto al que se le presenta una expresión facial descontextualizada tenga presente un caso u otro?

De lo anterior puede deducirse que mejorar las medidas de la inteligencia emocional va a llevar tiempo y esfuerzo, pero no dudo de que se conseguirá, ya que la comunidad científica muestra ahora mayor interés por un tema que venía siendo, en general, tratado como parte de la psicología pop. Grupos como el de Richard Roberts, que han criticado con rigor y eficacia las medidas actuales de la inteligencia emocional, ya están pidiendo que se incluyan tests de aptitud emocional en las baterías de medida de la inteligencia.

Así que volvamos a la pregunta que da título a este post y que me ha llevado a un largo preámbulo:

¿qué ocurriría si los tests de CI incluyeran ítems de inteligencia emocional?

No tardaremos en saberlo, pues se investiga en ello.

Lo importante ahora es construir más medidas de aptitudes emocionales, que estén teóricamente bien fundamentadas, que sean las apropiadas para la cultura en que van a emplearse y que se analicen con técnicas adecuadas a su nivel métrico.

¿Mi opinión?

Creo que no volveríamos a oír hablar de la diferencia de 4 puntos de CI a favor de los varones, pero lo que creamos, en ciencia, no tiene mucha importancia. O no debería tenerla.

Ana R. Delgado
Universidad de Salamanca


4 comentarios:

  1. Un saludo, muy interesante tu visión. ¿Hay datos sobre la medición 'agregada' de Inteligencia e Inteligencia Emocional? Creo que serían papers súmamente interesantes. : )

    Por otra parte me gusta mucho la idea de humildad en la ciencia (en especial la psicológica) tan necesaria. Más que nada los que nos dedicamos a psicología evolucionista como yo debemos tener claro en todo momento esta humildad, huir del pontificado fácil (he leído ayer un paper que dice q hombre y mujeres difieren en X así que me invento que tiene raíces evolutivas en bla bla bla) y aprender lo máximo que podamos de metodología (bueno esto vale para cualquier tipo de psico....; )

    Por cierto que el tema de medir asco... es complicadísimo! Y eso que es una de las emociones más parecida entre culturas... Por ejemplo en la escala que mide 'disgust' ellos incluyen la tirria (esa sensación que da el sonido de alquien arañando una pizarra) y para nosotros eso no entra dentro del asco... En fin ni todas las palabras significan una emoción ni todas las emociones tienen una palabra.

    Un saludo!



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  2. El gato de Schrödinger21 de marzo de 2014, 13:27

    Le propongo un ejercicio de introspección crítica:

    ¿Le buscaría tres pies al gato si los resultados dieran una diferencia de cuatro puntos a favor de las mujeres?

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  3. El gran problema de ésta aproximación es que se quiere trasladar una medida individual como el CI y trasladarla al sujeto medio "los hombres" o "las mujeres".Este resultado podría deberse a que dentro del promedio que se calculó estén mal representados "los hombres"o "las mujeres". El promedio en estadística dice muchas cosas pero esconde muchas otras, mucho cuidado con sacar conclusiones sin tener algún otro parámetro estadístico que lo soporte.

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  4. Muchas gracias por los comentarios. Para ver cómo evoluciona la medida de EI en el contexto de la medición de g, sigan las publicaciones de Carolyn MacCann, de la Universidad de Sidney, y colegas. El artículo recientemente publicado al que se hacía referencia (Emotional Intelligence is a Second-Stratum Factor of Intelligence: Evidence from Hierarchical and Bifactor Models) es una buena muestra de por dónde van a ir las cosas. El desarrollo de mejores instrumentos de medida va más lento, pero todo se andará.

    El problema de la interpretación de las diferencias sexuales es una mota de polvo en el universo de los problemas de validez en la medición psicológica, pero como recurso retórico parece ser realmente efectivo pues entran al trapo hasta los animales imaginarios. Al gato mental le diría que no se necesita recurrir a la introspección cuando hay evidencia observable: si lee el post desde otro estado cuántico, a lo mejor cae en la cuenta de que se critican los tests de inteligencia emocional, en los que las mujeres obtienen (en promedio) mejores puntuaciones que los varones.

    Saludos, Ana Delgado

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