Hay quien todavía afirma que los varones
son más inteligentes que las mujeres basándose en los estudios que indican que,
en promedio, ellos las superan en 4 puntos de CI.
En un mundo científico ideal, antes de
teorizar sobre las posibles causas de tal diferencia (factores biológicos,
psicológicos, sociales, culturales, o combinaciones de los anteriores), habría
que corroborar los supuestos auxiliares que acompañan a esa afirmación,
especialmente los referidos a la validez de los
instrumentos de medida empleados y a la adecuación de las pruebas
estadísticas.
¿Son las puntuaciones de los tests de CI medidas suficientemente
válidas de la inteligencia humana?
¿Su métrica permite calcular diferencias y realizar otras
operaciones aritméticas cuyos resultados tengan sentido (cuantitativamente
hablando)?
Empezando por la validez, hay facetas de
la inteligencia humana que no se encuentran representadas en las pruebas de CI
habitualmente empleadas y que, a mi juicio, deberían incluirse (p.e., las
aptitudes de inteligencia emocional,
http://aiidi.blogspot.com.es/2014/02/inteligencia-emocional-como-factor-de.html).
Muchos tests, como fósiles de la época industrial, se centran demasiado en
tareas que hoy resuelven los ordenadores en microsegundos y no toman en
consideración competencias necesarias en una sociedad de servicios.
Claro que…
¿de qué definición de
inteligencia parto para tener semejante opinión?
Sabemos que entender el término en un
sentido ordinario es la receta perfecta para que las discusiones sobre el tema
se eternicen. Pero es que tampoco el uso técnico del término inteligencia es
unánime y no quiero meterme en jardines. Varios artículos de la revista Intelligence
y algunas entradas de este blog (p.e.,
http://robertocolom.blogspot.com.es/2014/03/es-la-inteligencia-una-adaptacion.html)
se dedican al tema y, visto lo que hay, cabe pensar que aún estamos lejos de
contar con una definición clara, precisa y a gusto de todos.
Esto es lo normal en las ciencias jóvenes
y no debe impedirnos avanzar. Por ejemplo, Newton
fue alquimista y partía de ideas que cualquier estudiante actual de Química
hallaría absurdas, pero que tuvieron su sentido entonces. Así es la Historia de
la ciencia empírica: las mejores definiciones suelen
ser el resultado de las investigaciones, no el punto de partida, al
contrario de lo que ocurre en ciencia formal.
Eso sí, hay que aclarar de dónde se parte
y no creo que corra ningún riesgo al referirme a la inteligencia, de la forma
más general posible, como la capacidad de resolver
problemas, asumiendo que, en ambientes no restringidos, se invertirá esa
capacidad en función de intereses personales o grupales, más o menos
“aculturados”. Por ejemplo, mostrar mayor interés por las personas que por los
objetos (algo que, en promedio, se da más en las niñas que en los niños) parece
ser un factor especialmente relevante a la hora de explicar por qué, a igual
capacidad matemática, las mujeres prefieren (en promedio) carreras como la de
medicina en lugar de dedicarse a la ingeniería, por lo que es probable que
acaben siendo aún más eficaces resolviendo problemas cercanos a esos intereses.
En cuanto a los aspectos métricos,
autores como Joel Michell (p.ej., http://www.tlu.ee/~arro/EBS%20Kvalitatiivsed%20meetodid/Michell.pdf)
llevan años insistiendo en que sumar puntos no es lo
mismo que medir. Se duda de que constructos psicológicos como el de
inteligencia tengan estructura cuantitativa. Es este un supuesto que habrá que
someter a contraste empíricamente pues no tiene sentido hablar de diferencias
entre puntuaciones si no trabajamos en una escala con propiedades, al menos, de
intervalo. Nada mejor que incluir aquí la frase sobre los modelos de relaciones
entre variables latentes que cierra el clásico Latent Variable Models and Factor Analysis de Bartholomew y Knott
(1999, p. 190): “tanto
ha de asumirse que uno podría concluir que se han alcanzado los límites de la
utilidad científica, si es que no se han excedido”.
Retomando el hilo del primer párrafo, no
podemos pretender que la puesta a prueba de las teorías se pare en seco hasta
que la validez de las medidas se demuestre porque, para empezar, en ciencia empírica nada se demuestra (a diferencia
de lo que ocurre en las ciencias formales). Un programa de investigación va
acumulando evidencia favorable, tratando de asimilar los hallazgos en contra
para no tener que dar por falsado el núcleo del programa y, de paso,
desarrollando instrumentos de todo tipo que, con suerte, sobrevivirán a la
muerte del programa cuando otro mejor, con mayor poder explicativo y
heurístico, desplace al anterior del centro de la vida científica (y ahora
también mediática).
En el área que me ocupa, la Psicología,
las razones para que sobrevivan tantos instrumentos de calidad mediocre han
sido, creo, prácticas: son los convencionalmente empleados en un ámbito
determinado y predicen decentemente criterios de interés. Como innovar en este
terreno es lento y caro, y no se puede garantizar a priori que instrumentos bien fundamentados teóricamente funcionen
mejor en la práctica que tareas menos sofisticadas, se ha ido tirando con lo
que había.
Una dificultad añadida, cuando se trata
de medir la inteligencia emocional, es que no pueden evitarse los problemas
relativos al significado: ¿todos los hispanohablantes
entienden lo mismo al hablar de asco o de desprecio? Si queremos contar
con puntuaciones de un mismo test, pero invariantes con respecto a la lengua
materna o la cultura, se suman los problemas relativos a la traducción. Por
ejemplo, una competencia emocional muy básica, el reconocimiento de expresiones
emocionales, se evalúa (casi sin cambios desde los trabajos pioneros de Darwin) mediante imágenes que se acompañan de etiquetas verbales entre las que
hay que elegir una. Nos hemos encontrado, al investigar sobre los términos
empleados para hablar de emociones como el desprecio, con que este es más común
en España que en otros países
(http://link.springer.com/article/10.1007/s11135-007-9121-3#page-1); es más,
muchos estudiantes británicos ni siquiera conocen el término “contempt” con el que se etiqueta esa
emoción en los tests. Esto no pasa en los exámenes de aritmética.
Siguiendo con el significado, ¿se han preguntado por la expresión “meterse en jardines”
que he utilizado más arriba? No es muy común, pero suele entenderse por
analogía con la más castiza de “meterse en un berenjenal”. El significado de las
dos es parecido, pero la primera hace referencia a un jardín-laberinto inglés (maze: hay tests con ese nombre) y la
segunda a un campo lleno de pinchos: ¿un pequeño matiz o una diferencia clave?
Podemos pensar que eso depende del nivel de abstracción en que estemos
interesados, aunque las teorías de la cognición corpórea nos dirán que el
recuerdo de conceptos abstractos conlleva la simulación mental de detalles concretos.
Centrándonos ya en las emociones:
¿es lo mismo el desprecio que experimentamos por un banquero
corrupto que estafa a ancianitas que el
que sentimos hacia un pariente que nos niega el saludo en una boda?
¿cabe pensar que el patrón de activación cerebral será el mismo
cuando el sujeto al que se le presenta una expresión facial descontextualizada
tenga presente un caso u otro?
De lo anterior puede deducirse que mejorar las medidas de la inteligencia emocional va a llevar
tiempo y esfuerzo, pero no dudo de que se conseguirá, ya que la
comunidad científica muestra ahora mayor interés por un tema que venía siendo,
en general, tratado como parte de la psicología pop. Grupos como el de Richard Roberts, que han criticado con
rigor y eficacia las medidas actuales de la inteligencia emocional, ya están
pidiendo que se incluyan tests de aptitud emocional en las baterías de medida
de la inteligencia.
Así que volvamos a la pregunta que da
título a este post y que me ha
llevado a un largo preámbulo:
¿qué ocurriría si los tests de
CI incluyeran ítems de inteligencia emocional?
No tardaremos en saberlo, pues se
investiga en ello.
Lo importante ahora es construir más
medidas de aptitudes emocionales, que estén teóricamente bien fundamentadas,
que sean las apropiadas para la cultura en que van a emplearse y que se
analicen con técnicas adecuadas a su nivel métrico.
¿Mi opinión?
Creo que no volveríamos a oír hablar de
la diferencia de 4 puntos de CI a favor de los varones, pero lo que creamos, en
ciencia, no tiene mucha importancia. O no debería tenerla.
Ana R. Delgado
Universidad de Salamanca
Un saludo, muy interesante tu visión. ¿Hay datos sobre la medición 'agregada' de Inteligencia e Inteligencia Emocional? Creo que serían papers súmamente interesantes. : )
ResponderEliminarPor otra parte me gusta mucho la idea de humildad en la ciencia (en especial la psicológica) tan necesaria. Más que nada los que nos dedicamos a psicología evolucionista como yo debemos tener claro en todo momento esta humildad, huir del pontificado fácil (he leído ayer un paper que dice q hombre y mujeres difieren en X así que me invento que tiene raíces evolutivas en bla bla bla) y aprender lo máximo que podamos de metodología (bueno esto vale para cualquier tipo de psico....; )
Por cierto que el tema de medir asco... es complicadísimo! Y eso que es una de las emociones más parecida entre culturas... Por ejemplo en la escala que mide 'disgust' ellos incluyen la tirria (esa sensación que da el sonido de alquien arañando una pizarra) y para nosotros eso no entra dentro del asco... En fin ni todas las palabras significan una emoción ni todas las emociones tienen una palabra.
Un saludo!
Le propongo un ejercicio de introspección crítica:
ResponderEliminar¿Le buscaría tres pies al gato si los resultados dieran una diferencia de cuatro puntos a favor de las mujeres?
El gran problema de ésta aproximación es que se quiere trasladar una medida individual como el CI y trasladarla al sujeto medio "los hombres" o "las mujeres".Este resultado podría deberse a que dentro del promedio que se calculó estén mal representados "los hombres"o "las mujeres". El promedio en estadística dice muchas cosas pero esconde muchas otras, mucho cuidado con sacar conclusiones sin tener algún otro parámetro estadístico que lo soporte.
ResponderEliminarMuchas gracias por los comentarios. Para ver cómo evoluciona la medida de EI en el contexto de la medición de g, sigan las publicaciones de Carolyn MacCann, de la Universidad de Sidney, y colegas. El artículo recientemente publicado al que se hacía referencia (Emotional Intelligence is a Second-Stratum Factor of Intelligence: Evidence from Hierarchical and Bifactor Models) es una buena muestra de por dónde van a ir las cosas. El desarrollo de mejores instrumentos de medida va más lento, pero todo se andará.
ResponderEliminarEl problema de la interpretación de las diferencias sexuales es una mota de polvo en el universo de los problemas de validez en la medición psicológica, pero como recurso retórico parece ser realmente efectivo pues entran al trapo hasta los animales imaginarios. Al gato mental le diría que no se necesita recurrir a la introspección cuando hay evidencia observable: si lee el post desde otro estado cuántico, a lo mejor cae en la cuenta de que se critican los tests de inteligencia emocional, en los que las mujeres obtienen (en promedio) mejores puntuaciones que los varones.
Saludos, Ana Delgado