Seguramente generó usted una hipótesis al leer el título de este
post y, con una alta probabilidad,
acertó.
El escritor Javier
Sierra escribe una historia de ficción basada en la célebre pintura de Leonardo Da Vinci. A diferencia del best-seller de Dan Brown, la novela del escritor español se desarrolla en el
momento en el que el artista renacentista está creando ‘La (Última) Cena’.
Tengo que decir que es una novela entretenida, aunque no
pueda dejar de recordarse la del escritor norteamericano.
La narración corre a cargo de un inquisidor (Agustín Leyre) que es enviado a Milán
para supervisar la creación de Da Vinci, puesto que se sospecha que se basa en
un libro que contiene un mensaje capaz de acabar con la cristiandad
representada por el Papa de Roma (en ese momento el español Alejandro VI, el
Papa Borgia).
Sierra aprovecha para destacar algunos rasgos de Da Vinci.
Por ejemplo, se supone que declaró que “sólo si te mantienes lejos de esposa o amante, podrás dedicarte
en cuerpo y alma al supremo arte de la creación”. También cuenta
cómo seleccionaba a sus alumnos, haciéndole “pruebas de inteligencia. Al maestro no le
basta con que sus discípulos sepan mezclar los colores o esbozar un perfil
sobre un cartón. Exige mentes despiertas”.
En la narración se descubre que María Magdalena, y no los apóstoles, es quien recoge los secretos
de Jesucristo. Huye a Francia para protegerse de sus perseguidores: “las riendas de la
primera Iglesia, de la original, nunca estuvo en manos de Pedro”.
El culto a esa iglesia verdadera es recogido por los cátaros. Se suponía de Leonardo era
cátaro y los miembros de esa comunidad vivían en un universo movido por los
símbolos. ‘La Última Cena’ es un mural consagrado de María Magdalena para anunciar
la nueva Iglesia: “Leonardo llevaba meses permitiendo que artistas de Francia e
Italia se acercaran al Cenacolo para copiarlo”.
El Post Scriptum
del Padre Leyre (perdido en Egipto, el supuesto lugar en el que comienza todo) no
deja dudas sobre el objetivo del artista renacentista:
“Jesús, nunca, jamás, instauró la eucaristía como única vía
para comunicarnos con él.
Su enseñanza a Juan y a
María Magdalena fue la de mostrarnos cómo encontrar a Dios en nuestro interior,
sin necesidad de recurrir a artificios exteriores (…)
ése y no otro era el
secreto: Cristo no resucitó en cuerpo mortal.
Lo hizo en la luz,
mostrándonos el camino hacia nuestra propia transmutación cuando nos llegue el
día”.
En último término, la esencia de la historia contada por
Sierra se basa en los Evangelios
Gnósticos, escritos en copto, y encontrados en 1945 en una cueva del Alto Egipto.
Esos textos demuestran la existencia de una corriente de primeros
cristianos que esperaba la instauración de una iglesia basada en la
comunicación directa con Dios. El autor admite que estos evangelios pudieron
llegar a Europa en la Alta Edad Media e influir en determinados intelectuales.
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