“Sex, sex, sex, and aaalways sex”. Eso le espetaba
Terry Jones a Graham Chapman en ‘The Life
of Brian’ al pillarle in fraganti retozando con la revolucionaria Judith. Pero
no hablaremos hoy de la importancia del sexo en nuestra sociedad. Mejor dicho, casi
no hablaremos de eso.
Se publica en ‘Neuroscience
and Biobehavioral Reviews’ un meta-análisis en el que se explora las
diferencias de sexo en estructura cerebral.
Ruigrok, A.N.V., et al., A meta-analysis of sex
differences in human brain structure. Neurosci. Biobehav. Rev. (2014), http://dx.doi.org/10.1016/j.neubiorev.2013.12.004
Los mass-media se hicieron
rápidamente eco de ese artículo. Pero, ¿qué hay de interesante en los
resultados?
El análisis se ‘justifica’ porque la prevalencia, la edad a
la que se disparan y la sintomatología de los trastornos neuropsiquiátricos varía
según el sexo. ¿Tiene algo que ver las diferencias que separan a varones y
mujeres en estructura cerebral?
Los resultados del meta-análisis son dos. Primero,
globalmente los varones presentan un mayor volumen cerebral que las mujeres. La
diferencia es, en promedio, del 10%. Segundo, regionalmente se observan algunas
diferencias favorables a los varones (por ejemplo, en la amígdala, el
hipocampo, el precuneo, el putamen o el cerebelo) y otras en las que las
mujeres presentan valores mayores (por ejemplo, en determinadas zonas del
frontal, del parietal, de la ínsula o del tálamo). En la siguiente figura se
visualizan esas diferencias de volumen (azul a
favor de los varones y rojo a favor de las
mujeres).
Los autores consideran artículos publicados entre 1990 y
2012. A partir de más de cinco mil artículos potencialmente interesantes se
seleccionan 126 en los que se informa del volumen cerebral global de individuos
sanos y 16 en los que se valoran diferencias regionales. Naturalmente, las
diferencias entre estudios son abisales, hecho que complica bastante el trabajo
de los autores.
El estudio es esencialmente descriptivo y a partir de los
resultados se especula sobre la relevancia potencial de las diferencias de sexo
observadas. Así, por ejemplo, comentan los autores que las regiones en las que
se aprecian diferencias son similares a las que se encuentran en personas sanas
durante los procesos asociados al desarrollo durante el ciclo vital. También en
individuos que presentan trastornos neuro-psiquiátricos como el autismo, la depresión
o el ADHD.
Los cambios con la edad parecen importantes, pero el
meta-análisis no pudo trabajar con esta variable debido a la heterogeneidad de
los estudios considerados. Tampoco es informativo este trabajo sobre el posible
efecto en el funcionamiento cerebral de varones y mujeres de las diferencias de
estructura cerebral detectadas, o sobre eventuales influencias en variables de
corte psicológico y conductual: “no predictions as to how structure may influence physiology
or behavior are posible from these meta-analyses”.
Por otro lado, los autores reconocen varias limitaciones: a)
los cálculos de volumen global no están corregidos por el tamaño corporal (peso
y altura), b) no se pueden sacar conclusiones sobre diferencias en distintas
edades, c) no está claro si una buena parte de los estudios considerados
incluyen estructuras como el cerebelo, d) puede darse un notable ruido
estadístico derivado de los cálculos de volumetría hechos en cada estudio, muy
difíciles de detectar en el meta-análisis.
Aún así, esta investigación puede ayudar a que los
científicos tomen conciencia sobre la necesidad de estandarizar el diseño de
los estudios y la estrategia más eficiente para analizar las imágenes obtenidas
en el escáner. Personalmente me cuesta ser optimista a este respecto porque
quienes financian la investigación siguen sin creerse que estudiar poblaciones
sin trastornos es tan o más importante que considerar individuos con
trastornos. Las diferencias individuales en estructura cerebral son
extraordinarias y pienso que es absurdo suponer que existe una diferencia
categorial entre quienes presentan o no un determinado trastorno.
Seguramente deberíamos aceptar la naturaleza
dimensional de esas variaciones estructurales y actuar en consecuencia.
Igual que sucede desde hace años en el campo del diagnóstico psicológico
(aunque no todos terminen de enterarse), debería asumirse que hay notables
diferencias individuales en la susceptibilidad a los trastornos.
Finalmente, tras el análisis de este artículo se me escapa un
problema que me parece crucial. Los cálculos e imágenes expresan la diferencia
promedio entre varones y mujeres, pero no se subraya un hecho que estoy seguro
puede verse en los datos considerados: debe existir un
solapamiento muy sustancial entre las distribuciones de valores
correspondientes a ellos y a ellas.
Si es así, y es casi una certeza, entonces las
predicciones sobre la relevancia de considerar las diferencias de sexo en
estructura cerebral para comprender determinados trastornos cambiaría hacia la
importancia de considerar la estructura cerebral de individuos más o menos
susceptibles independientemente de su sexo.
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