miércoles, 12 de febrero de 2014

El ‘Wilson Effect’

Thomas Bouchard, el científico que puso en marcha hace muchos años el famoso estudio de Minnesota sobre gemelos criados por separado, ha publicado un artículo en ‘Twin Research and Human Genetics’ titulado ‘The Wilson Effect: The Increase in Heritability of IQ With Age’ (2013), doi:10.1017/thg.2013.54.

Algunos científicos se jubilan, pero se mantienen al píe del cañón.

Este trabajo revisa la evidencia disponible que lleva a concluir que la heredabilidad de la capacidad intelectual alcanza su máximo nivel alrededor de los 19 años de edad y que se mantiene ahí durante el resto del ciclo vital.

La influencia de esa variabilidad genética llega al 80% en ese momento.

Por tanto, la acumulación de experiencias desde el nacimiento no aumenta el protagonismo de los factores no-genéticos (= ambiente, en sentido amplio) para explicar por qué somos distintos en nuestra inteligencia.

Para convertir en algo fácil de visualizar el significado de ese dato estadístico, con un 80% de influencia genética se podría concluir que nuestro nivel intelectual a los 19 años de edad sería más o menos el que es independientemente de nuestras experiencias vitales (salvo, naturalmente, casos extremos poco frecuentes).

Escribía Ronald Wilson en 1978: “el curso del desarrollo mental se encuentra guiado por un programa genético que actúa en coordinación con el estatus madurativo y la influencia ambiental”.

La siguiente figura proviene del artículo de Bouchard, donde se resumen los datos disponibles que llevan a la conclusión general de que


contrariamente a la creencia generalizada de que los caprichos del destino se acumulan con el paso de los años, el cerebro humano se comporta como un mecanismo robusto y resistente

(...) la inteligencia es más elástica que plástica”.

Los genetistas han usado modelos más o menos complejos para estimar la influencia de los factores genéticos y no-genéticos sobre la variabilidad en fenotipos como la inteligencia. Pero también se pueden usar otros cálculos más simples para llegar a resultados similares. Por ejemplo, se puede estimar la influencia del ambiente compartido restando la correlación de gemelos adultos criados juntos de la correlación cuando se han criado por separado (el valor obtenido es de 0,1). Asimismo, la correlación de personas sin parentesco criadas juntas (por ejemplo, hermanos adoptivos) permite estimar la influencia del ambiente compartido (que, en la edad adulta, es 0).

La poderosa influencia de nuestros genomas sobre nuestra inteligencia acarrea un mensaje que debería tenerse presente. Bouchard usa un trabajo de Martin para ponerle palabras concretas a ese mensaje:

Los humanos son organismos que exploran.
Sus capacidades y predisposiciones innatas les ayudan a elegir aquello que es relevante y adaptativo a partir de un abanico de oportunidades y estímulos presentes en el ambiente.
Por tanto, los efectos de la movilidad y el aprendizaje incrementan, no erradican, los efectos del genotipo sobre la conducta”.

Quizá se pudiera decir más alto, pero no más claro.


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