Thomas Bouchard, el científico que puso en marcha
hace muchos años el famoso estudio de Minnesota sobre gemelos criados por
separado, ha publicado un artículo en ‘Twin
Research and Human Genetics’ titulado ‘The
Wilson Effect: The Increase in Heritability of IQ With Age’ (2013), doi:10.1017/thg.2013.54.
Algunos científicos se jubilan, pero se mantienen al píe del cañón.
Este
trabajo revisa la evidencia disponible que lleva a concluir que la
heredabilidad de la capacidad intelectual alcanza su máximo nivel alrededor de
los 19 años de edad y que se mantiene ahí durante el resto del ciclo vital.
La
influencia de esa variabilidad genética llega al 80% en ese momento.
Por
tanto, la acumulación de experiencias desde el nacimiento no aumenta el
protagonismo de los factores no-genéticos (= ambiente, en sentido amplio) para
explicar por qué somos distintos en nuestra inteligencia.
Para
convertir en algo fácil de visualizar el significado de ese dato estadístico,
con un 80% de influencia genética se podría concluir que nuestro nivel
intelectual a los 19 años de edad sería más o menos el que es
independientemente de nuestras experiencias vitales (salvo, naturalmente, casos
extremos poco frecuentes).
Escribía Ronald Wilson
en 1978: “el
curso del desarrollo mental se encuentra guiado por un programa genético que
actúa en coordinación con el estatus madurativo y la influencia ambiental”.
La siguiente figura proviene del artículo de Bouchard, donde
se resumen los datos disponibles que llevan a la conclusión general de que
“contrariamente a la creencia generalizada de que los
caprichos del destino se acumulan con el paso de los años, el cerebro humano se
comporta como un mecanismo robusto y resistente
(...) la
inteligencia es más elástica que plástica”.
Los genetistas han usado modelos más o menos complejos para
estimar la influencia de los factores genéticos y no-genéticos sobre la
variabilidad en fenotipos como la inteligencia. Pero también se pueden usar
otros cálculos más simples para llegar a resultados similares. Por ejemplo, se
puede estimar la influencia del ambiente compartido restando la correlación de
gemelos adultos criados juntos de la correlación cuando se han criado por
separado (el valor obtenido es de 0,1). Asimismo, la correlación de personas
sin parentesco criadas juntas (por ejemplo, hermanos adoptivos) permite estimar
la influencia del ambiente compartido (que, en la edad adulta, es 0).
La poderosa influencia de nuestros genomas sobre nuestra
inteligencia acarrea un mensaje que debería tenerse presente. Bouchard usa un
trabajo de Martin para ponerle
palabras concretas a ese mensaje:
“Los humanos son organismos que exploran.
Sus
capacidades y predisposiciones innatas les ayudan a elegir aquello que es
relevante y adaptativo a partir de un abanico de oportunidades y estímulos
presentes en el ambiente.
Por tanto,
los efectos de la movilidad y el aprendizaje incrementan, no erradican, los
efectos del genotipo sobre la conducta”.
Quizá se pudiera decir más alto, pero no más claro.
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