miércoles, 8 de enero de 2014

2014

Arranca 2014.

La división humana del tiempo es caprichosa, pero solo relativamente. Las leyes de la naturaleza están ahí e interactúan con nuestros ciclos vitales. Es imposible sustraerse a su influencia arrolladora porque así debe ser.

Vivimos pendientes de relojes y de calendarios. Ordenamos nuestro tiempo en pedazos clasificados según la actividad a realizar. Es igual que deseemos introducir algo de desorden para huir de la sensación de rutina. Hay orden en el caos. Debe haberlo. No hay más remedio.

Somos predecibles hasta un extremo que produce risa. Se alienta la hilaridad porque nos engañamos pensando que no es así, porque, por extrañas razones, nos gusta considerarnos espontáneos e improvisadores. Nada más lejos de la cruda realidad.

Comienza 2014, pero es altamente improbable que nuestras acciones habituales difieran de las de 2013. Todo seguirá más o menos igual, para bien o para mal. Y no es pesimismo. Es lo que hay. Es lo que habrá. Eso es así.

Los pequeños detalles que nos parecen novedosos languidecen ante la implacable ley de los grandes números. Nuestra confianza en la relevancia de nuestras acciones es irremisiblemente aplastada por los martillazos de las leyes naturales.

Admito que podemos mirarnos el ombligo con tanta atención y tanto esmero que lleguemos a pensar que, como dice el anuncio, el comienzo de un nuevo año nos regala un libro en blanco que iremos escribiendo a medida que transcurren las horas, los días, las semanas y los meses. Pero será una ilusión.

No hay libros en blanco. Y nuestro libro, por muy repleto de símbolos que esté, es un pequeñísimo tomo dentro de la difícilmente ponderable enciclopedia galáctica. Tomar conciencia de este hecho no es una vía para abrazar los sentimientos depresivos del romanticismo, sino el camino para reducir nuestro nivel de estupidez.


Las noticias que a diario ponen a nuestra disposición la prensa y la televisión (o, para el caso, las redes sociales) son una prueba irrefutable de esa endémica carencia de inteligencia. Sentarse después de comer a visionar un telediario es una experiencia iluminadora cuando se mira con ojos distantes. Especialmente en las fechas que cierran un año y abren el siguiente.

Se recapitula lo que fue, según esos medios, y se hacen predicciones sobre lo que está por venir. Los ciudadanos abrazamos promesas de cambio, de abandonar los hábitos que nos disgustan y perseguir lo que desearíamos hacer para sentirnos mejor.

Pero sabemos lo que termina sucediendo a medida que nos adentramos en el nuevo periodo. Reproducimos lo que solemos hacer habitualmente. Se hace daño a los demás en beneficio propio, pensando que eso lleva a algún lugar. Retomamos nuestras rutinas y seguimos transitando por una senda establecida. Los detalles no importan.

Como dicen los yankees, el ‘big picture’, el gran cuadro, es más o menos igual, es atemporal.

Sabemos de lo que estamos hablando.


2 comentarios:

  1. Optimista te veo, Roberto. Tendré que releer la Fundación, del gran Asimov, para revisar las leyes de la psicohistoria.
    Ciertamente somos bastante previsibles, pero solo en el trazo grueso. Personalmente creo que queda un margen, más o menos grande, según las situaciones en las que nos encontremos.

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  2. Ni optimista, ni pesimista. Aceptar los hechos es mentalmente sano. Aceptar el que señala este post es, como digo, una via regia para reducir nuestra dañina estupidez. Buena falta nos hace.

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