La división humana del tiempo es caprichosa, pero solo
relativamente. Las leyes de la naturaleza están ahí e interactúan con nuestros
ciclos vitales. Es imposible sustraerse a su influencia arrolladora porque así
debe ser.
Vivimos pendientes de relojes y de calendarios. Ordenamos nuestro
tiempo en pedazos clasificados según la actividad a realizar. Es igual que
deseemos introducir algo de desorden para huir de la sensación de rutina. Hay
orden en el caos. Debe haberlo. No hay más remedio.
Somos predecibles hasta un extremo que produce risa. Se alienta
la hilaridad porque nos engañamos pensando que no es así, porque, por extrañas
razones, nos gusta considerarnos espontáneos e improvisadores. Nada más lejos
de la cruda realidad.
Comienza 2014, pero es altamente improbable que nuestras
acciones habituales difieran de las de 2013. Todo seguirá más o menos igual,
para bien o para mal. Y no es pesimismo. Es lo que hay. Es lo que habrá. Eso es
así.
Los pequeños detalles que nos parecen novedosos languidecen
ante la implacable ley de los grandes números. Nuestra confianza en la
relevancia de nuestras acciones es irremisiblemente aplastada por los
martillazos de las leyes naturales.
Admito que podemos mirarnos el ombligo con tanta atención y
tanto esmero que lleguemos a pensar que, como dice el anuncio, el comienzo de
un nuevo año nos regala un libro en blanco que iremos escribiendo a medida que
transcurren las horas, los días, las semanas y los meses. Pero será una ilusión.
No hay libros en blanco. Y nuestro libro, por muy repleto de
símbolos que esté, es un pequeñísimo tomo dentro de la difícilmente ponderable enciclopedia
galáctica. Tomar conciencia de este hecho no es una vía para abrazar los
sentimientos depresivos del romanticismo, sino el
camino para reducir nuestro nivel de estupidez.
Las noticias que a diario ponen a nuestra disposición la
prensa y la televisión (o, para el caso, las redes sociales) son una prueba
irrefutable de esa endémica carencia de inteligencia. Sentarse después de comer
a visionar un telediario es una experiencia iluminadora cuando se mira con ojos
distantes. Especialmente en las fechas que cierran un año y abren el siguiente.
Se recapitula lo que fue, según esos medios, y se hacen
predicciones sobre lo que está por venir. Los ciudadanos abrazamos promesas de
cambio, de abandonar los hábitos que nos disgustan y perseguir lo que desearíamos
hacer para sentirnos mejor.
Pero sabemos lo que termina sucediendo a medida que nos
adentramos en el nuevo periodo. Reproducimos lo que solemos hacer
habitualmente. Se hace daño a los demás en beneficio propio, pensando que eso
lleva a algún lugar. Retomamos nuestras rutinas y seguimos transitando por una
senda establecida. Los detalles no importan.
Como dicen los yankees,
el ‘big picture’, el gran cuadro, es
más o menos igual, es atemporal.
Sabemos de lo que estamos hablando.
Optimista te veo, Roberto. Tendré que releer la Fundación, del gran Asimov, para revisar las leyes de la psicohistoria.
ResponderEliminarCiertamente somos bastante previsibles, pero solo en el trazo grueso. Personalmente creo que queda un margen, más o menos grande, según las situaciones en las que nos encontremos.
Ni optimista, ni pesimista. Aceptar los hechos es mentalmente sano. Aceptar el que señala este post es, como digo, una via regia para reducir nuestra dañina estupidez. Buena falta nos hace.
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