Tuve la oportunidad de leer ‘El mundo
y sus demonios’ de Carl
Sagan y la aproveché. En su ensayo, el astrónomo y famoso divulgador repasa
numerosos casos de pensamiento mágico e irracional que son plaga en nuestra
sociedad.
Contradice Sagan (sin saberlo) la interpretación sobre el
fenómeno de las ganancias generacionales de inteligencia, que han tenido lugar
durante el Siglo XX, favorecida por el científico social que lo dio todo por
popularizarlo. Según James Flynn,
los ciudadanos del mundo hemos aumentado nuestro nivel intelectual porque el
pensamiento científico ha inundado nuestras vidas. En el pasado vivíamos en un
mundo concreto; ahora residimos en un mundo plagado de abstracciones.
Sagan y Flynn discrepan radicalmente sobre este crucial
punto. El ensayo del astrónomo está dirigido a demostrarnos que somos presa
fácil de embustes y supercherías porque carecemos del necesario pensamiento
científico sobre el mundo en el que vivimos (“un 95% de los norteamericanos son analfabetos
científicos”). Entre otras cosas porque “el escepticismo no vende” y la ciencia se basa en practicar ese escepticismo, en
el pensamiento crítico.
La
ciencia es una manera de pensar y lo que vemos a nuestro alrededor demuestra
que no pensamos de ese modo. Comenta Sagan, por ejemplo, que el presidente Dwight Eisenhower expresó su asombro (y
su alarma) al descubrir que la mitad de los norteamericanos tenían una inteligencia
por debajo de la media. Si cabe esperar esto de nuestros representantes
políticos (“solo
el 1% de los congresistas posee antecedentes científicos significativos”)
¿qué cabe esperar de los ciudadanos en general? (“en Francia hay más astrólogos que curas
católicos romanos”).
A
la gente le cuesta aceptar que la ciencia sea reduccionista, que adore la
simplificación de problemas que parecen complicadísimos:
“lo asombroso es que
se pueda aplicar una matemática similar a los planetas y a los relojes.
No tenía por qué ser así.
No lo impusimos en el universo.
Es como es.
Si esto es reduccionismo, qué le
vamos a hacer
(…) vivimos en un universo en el que
las cosas se pueden reducir a un pequeño número de leyes de la naturaleza
relativamente sencillas”.
No
puedo estar más de acuerdo.
Sagan
tiene claro que nuestra sociedad debería mimar a “los niños listos que tienen curiosidad”
porque “son un
recurso nacional y mundial”. Pero eso no basta. Además “se les debe dar las
herramientas esenciales para pensar
(…) la sociedad moderna necesita
desesperadamente las mejores mentes disponibles.
No creo que la programación
televisiva de los sábados por la mañana, ni la mayor parte del menú de vídeo
disponible en Norteamérica, ayude a muchos jóvenes dotados a seguir una carrera
de ciencia o ingeniería
(…) se critican los programas para superdotados
por ser elitistas.
¿Por qué no se consideran elitistas
las sesiones de práctica intensiva de baloncesto o béisbol y la competición
entre escuelas?
En este país hay una doble actitud
muy contraproducente”.
Sagan
denuncia la actual celebración de la ignorancia porque ayuda a la propagación
de los demonios. Antes éramos presa de dioses y demonios, brujas y hadas. En el
Siglo XX abrazamos la existencia de extraterrestres (“tan apremiante es la necesidad de creer que la
caída de cualquier sistema de mitología será sucedida por la introducción de
algún otro modo de superstición”).
Me
ha seducido el capítulo que comienza con estas frases de dos presidentes
norteamericanos:
“¿Por qué tenemos que subvencionar
la curiosidad intelectual?”
“Nada puede merecer más nuestro
patrocinio que la promoción de la ciencia y la literatura.
El conocimiento es en todos los
países la base más segura de la felicidad pública”.
La
primera corresponde a Ronald Reagan
(durante la campaña electoral de 1980) y la segunda a George Washington (en un discurso ante el congreso en 1790).
En
ese capítulo Sagan arremete contra la investigación orientada por los
resultados inmediatos:
“la investigación
fundamental, la investigación del corazón de la naturaleza, es el medio a
través del que adquirimos el nuevo conocimiento que se aplica
(…) nadie sabe qué aspectos de la
investigación básica tendrán valor práctico y cuáles no”.
Usa
el aleccionador ejemplo de James Clerk
Maxwell para demostrar su argumento:
“la conexión
económica, cultural y política del mundo moderno mediante torres emisoras,
enlaces de microondas y satélites de comunicación se remonta a la idea de
Maxwell de incluir la corriente de desplazamiento en sus ecuaciones de vacío
(…) este fundador de la era moderna
murió en 1879 a los 47 años de edad
(…) los medios de comunicación que
hizo posible Maxwell no han ofrecido nunca una serie sobre la vida y
pensamiento de su benefactor y fundador”.
Como declaró el filósofo romano (y antiguo esclavo) Epicteto “sólo los cultos son libres”.
Desgraciadamente, solamente el 4% de la población posee un nivel de lectura
sustancial. Deberíamos considerar, seriamente, que “la ciencia, su delicada mezcla de apertura y
escepticismo, y su promoción de la diversidad y el debate, es un requisito
previo para continuar el delicado experimento de la libertad en una sociedad
industrial y altamente tecnológica”.
Así concluye Sagan su extenso ensayo:
“se debería enseñar a los niños el método científico y las
razones para la existencia de una Declaración de Derechos.
Con ello se
adquiere cierta decencia, humildad y espíritu de comunidad.
En este
mundo poseído por demonios que habitamos en virtud de seres humanos, quizá sea
eso lo único que nos aísla de la oscuridad que nos rodea”.
No sé si es escepticismo el rasgo más importante de la ciencia. Es un término con demasiadas connotaciones, no todas positivas. Creo que es más importante destacar el insobornable deseo de saber, reconociendo la propia ignorancia y no aceptando ninguna tesis u opinión que no pueda ser avalada por pruebas siguiendo las normas del método científico.
ResponderEliminarCuriosamente, hace unos pocos días me encontraba un buen resumen del capítulo 12 de ese libro, que expone los criterios que debemos seguir para no dejarnos embaucar.
Difundir esa capacidad de pensamiento crítico es algo a lo que me he dedicado siempre en la enseñanza, pero no es tarea fácil. Muchas veces, ni siquiera es fácil conseguir que la sigan los propios científicos que, con frecuencia, solo ponen en práctica ese método en el estricto campo de su investitación, pero la abandonan en cuanto pasan a actuar como ciudadanos normales en otros ámbitos, empezando, por ejemplo, por el de la docencia universitaria.
Buena puntualización sobre el hecho de que, a menudo, los propios científicos se olvidan de lo que hacen en su campo cuando salen de él. Sé que, a pesar de ser filósofo, te has dedicado a promover el pensamiento crítico. Y también comparto que no es tarea sencilla. El proselitismo es demasiado tentador.
ResponderEliminar¿Insinúas que los filósofos carecemos de espíritu crítico? Ese comentario "a pesar de ser filósofo" es casi una OPA hostil
ResponderEliminarVes como somos predecibles ;-)
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