lunes, 23 de diciembre de 2013

Los demonios del mundo de Carl Sagan

Tuve la oportunidad de leer ‘El mundo y sus demonios’ de Carl Sagan y la aproveché. En su ensayo, el astrónomo y famoso divulgador repasa numerosos casos de pensamiento mágico e irracional que son plaga en nuestra sociedad.

Contradice Sagan (sin saberlo) la interpretación sobre el fenómeno de las ganancias generacionales de inteligencia, que han tenido lugar durante el Siglo XX, favorecida por el científico social que lo dio todo por popularizarlo. Según James Flynn, los ciudadanos del mundo hemos aumentado nuestro nivel intelectual porque el pensamiento científico ha inundado nuestras vidas. En el pasado vivíamos en un mundo concreto; ahora residimos en un mundo plagado de abstracciones.

Sagan y Flynn discrepan radicalmente sobre este crucial punto. El ensayo del astrónomo está dirigido a demostrarnos que somos presa fácil de embustes y supercherías porque carecemos del necesario pensamiento científico sobre el mundo en el que vivimos (“un 95% de los norteamericanos son analfabetos científicos”). Entre otras cosas porque “el escepticismo no vende” y la ciencia se basa en practicar ese escepticismo, en el pensamiento crítico.

La ciencia es una manera de pensar y lo que vemos a nuestro alrededor demuestra que no pensamos de ese modo. Comenta Sagan, por ejemplo, que el presidente Dwight Eisenhower expresó su asombro (y su alarma) al descubrir que la mitad de los norteamericanos tenían una inteligencia por debajo de la media. Si cabe esperar esto de nuestros representantes políticos (“solo el 1% de los congresistas posee antecedentes científicos significativos”) ¿qué cabe esperar de los ciudadanos en general? (“en Francia hay más astrólogos que curas católicos romanos”).

A la gente le cuesta aceptar que la ciencia sea reduccionista, que adore la simplificación de problemas que parecen complicadísimos:
lo asombroso es que se pueda aplicar una matemática similar a los planetas y a los relojes.
No tenía por qué ser así.
No lo impusimos en el universo.
Es como es.
Si esto es reduccionismo, qué le vamos a hacer
(…) vivimos en un universo en el que las cosas se pueden reducir a un pequeño número de leyes de la naturaleza relativamente sencillas”.

No puedo estar más de acuerdo.

Sagan tiene claro que nuestra sociedad debería mimar a “los niños listos que tienen curiosidad” porque “son un recurso nacional y mundial”. Pero eso no basta. Además “se les debe dar las herramientas esenciales para pensar
(…) la sociedad moderna necesita desesperadamente las mejores mentes disponibles.
No creo que la programación televisiva de los sábados por la mañana, ni la mayor parte del menú de vídeo disponible en Norteamérica, ayude a muchos jóvenes dotados a seguir una carrera de ciencia o ingeniería
(…) se critican los programas para superdotados por ser elitistas.
¿Por qué no se consideran elitistas las sesiones de práctica intensiva de baloncesto o béisbol y la competición entre escuelas?
En este país hay una doble actitud muy contraproducente”.

Sagan denuncia la actual celebración de la ignorancia porque ayuda a la propagación de los demonios. Antes éramos presa de dioses y demonios, brujas y hadas. En el Siglo XX abrazamos la existencia de extraterrestres (“tan apremiante es la necesidad de creer que la caída de cualquier sistema de mitología será sucedida por la introducción de algún otro modo de superstición”).

Me ha seducido el capítulo que comienza con estas frases de dos presidentes norteamericanos:

“¿Por qué tenemos que subvencionar la curiosidad intelectual?”

“Nada puede merecer más nuestro patrocinio que la promoción de la ciencia y la literatura.
El conocimiento es en todos los países la base más segura de la felicidad pública”.

La primera corresponde a Ronald Reagan (durante la campaña electoral de 1980) y la segunda a George Washington (en un discurso ante el congreso en 1790).

En ese capítulo Sagan arremete contra la investigación orientada por los resultados inmediatos:
la investigación fundamental, la investigación del corazón de la naturaleza, es el medio a través del que adquirimos el nuevo conocimiento que se aplica
(…) nadie sabe qué aspectos de la investigación básica tendrán valor práctico y cuáles no”.

Usa el aleccionador ejemplo de James Clerk Maxwell para demostrar su argumento:
la conexión económica, cultural y política del mundo moderno mediante torres emisoras, enlaces de microondas y satélites de comunicación se remonta a la idea de Maxwell de incluir la corriente de desplazamiento en sus ecuaciones de vacío
(…) este fundador de la era moderna murió en 1879 a los 47 años de edad
(…) los medios de comunicación que hizo posible Maxwell no han ofrecido nunca una serie sobre la vida y pensamiento de su benefactor y fundador”.


Como declaró el filósofo romano (y antiguo esclavo) Epictetosólo los cultos son libres”. Desgraciadamente, solamente el 4% de la población posee un nivel de lectura sustancial. Deberíamos considerar, seriamente, que “la ciencia, su delicada mezcla de apertura y escepticismo, y su promoción de la diversidad y el debate, es un requisito previo para continuar el delicado experimento de la libertad en una sociedad industrial y altamente tecnológica”.

Así concluye Sagan su extenso ensayo:

se debería enseñar a los niños el método científico y las razones para la existencia de una Declaración de Derechos.
Con ello se adquiere cierta decencia, humildad y espíritu de comunidad.
En este mundo poseído por demonios que habitamos en virtud de seres humanos, quizá sea eso lo único que nos aísla de la oscuridad que nos rodea”.


4 comentarios:

  1. No sé si es escepticismo el rasgo más importante de la ciencia. Es un término con demasiadas connotaciones, no todas positivas. Creo que es más importante destacar el insobornable deseo de saber, reconociendo la propia ignorancia y no aceptando ninguna tesis u opinión que no pueda ser avalada por pruebas siguiendo las normas del método científico.
    Curiosamente, hace unos pocos días me encontraba un buen resumen del capítulo 12 de ese libro, que expone los criterios que debemos seguir para no dejarnos embaucar.
    Difundir esa capacidad de pensamiento crítico es algo a lo que me he dedicado siempre en la enseñanza, pero no es tarea fácil. Muchas veces, ni siquiera es fácil conseguir que la sigan los propios científicos que, con frecuencia, solo ponen en práctica ese método en el estricto campo de su investitación, pero la abandonan en cuanto pasan a actuar como ciudadanos normales en otros ámbitos, empezando, por ejemplo, por el de la docencia universitaria.

    ResponderEliminar
  2. Buena puntualización sobre el hecho de que, a menudo, los propios científicos se olvidan de lo que hacen en su campo cuando salen de él. Sé que, a pesar de ser filósofo, te has dedicado a promover el pensamiento crítico. Y también comparto que no es tarea sencilla. El proselitismo es demasiado tentador.

    ResponderEliminar
  3. ¿Insinúas que los filósofos carecemos de espíritu crítico? Ese comentario "a pesar de ser filósofo" es casi una OPA hostil

    ResponderEliminar