miércoles, 4 de diciembre de 2013

Inferno

Confieso haber leído la última novela de Dan Brown en la que el profesor de simbología, también protagonista de ‘El código da Vinci’ o de ‘Ángeles y Demonios’ (Robert Langdon) se materializa en un Hospital de Florencia sin saber cómo ha llegado hasta ahí. Sufre alguna clase de amnesia que le obliga a ir tirando de un delgado hilo para averiguar qué ha sucedido.

La historia es entretenida e incluye los típicos ingredientes que procuran una razonable tensión. El Profesor es perseguido por una asociación que ha protegido a un genio científico que tomó una decisión que acabó por suponer los desvelos de la directora de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Los ingredientes de la novela son, cómo no, los de siempre en los escritores de best-sellers, pero el fondo narrativo tiene su aquel. Si a usted le gustan las sorpresas y tiene intención de leer esta novela, abandone este post porque voy a largar.

El científico protagonista (Bertrand Zobrist) se suicida, también en la ciudad de Florencia, para evitar ser capturado y verse obligado a confesar lo que desea ocultar hasta una fecha clave. Zobrist ha creado un virus que se transmite por el aire para contribuir a resolver un problema endémico de la humanidad y evitar que, en su perspectiva, nuestra especie se extinga (“nada es más creativo o destructivo que una mente brillante con un propósito”).

Tal problema es el de la superpoblación (“en un año añadimos a la Tierra el equivalente a la población de Alemania”). El planeta será incapaz de absorber el crecimiento sistemático de la población humana (las matemáticas son claras a este respecto) así que el experto en genética decide aplicar un método que la naturaleza usó en el pasado (las epidemias) para auto-regularse (“¿estarías dispuesto a matar hoy a la mitad de la población si con eso pudieras salvar a nuestra especie de la extinción?”).

No obstante, como buen transhumanista, el científico no desarrolla un virus equivalente a, por ejemplo, la peste negra (la epidemia que asoló Europa, que tuvo su origen en China, que precedió al Renacimiento y que aterra a la directora de la OMS) sino que, simplemente, el agente esteriliza a una sector relativamente amplio de la población (“todo el mundo es portador del virus, pero sólo causará esterilidad en una parte de la población seleccionada al azar (…) simplemente los seres humanos dejaremos de tener tantos hijos”).

Brown no critica abiertamente la actuación del científico (salvo en alguna declaración esporádica de una de las protagonistas, la amante de Zobrist, Sienna Brooks) evita pronunciarse claramente al respecto, por lo que es tentador deducir que la estrategia de control poblacional por la que se decanta el científico no le parece demasiado mal a su creador. Incluso podría parecerle adecuada pensando en el futuro de nuestra especie (“el 60% del gasto en sanidad se dedica a mantener a pacientes que se encuentran en los 6 últimos meses de su vida (…) casi la mitad de los embarazos en USA son no deseados (…) en tiempos peligrosos no hay mayor pecado que la pasividad”).


‘Inferno’ se inspira en la obra de Dante (La Divina Comedia) y usa el ‘Mapa del Infierno’ del pintor Botticelli para ayudar al lector a visualizar ese poco atractivo lugar (“solo hay un agente infeccioso que viaja más rápido que un virus: el miedo”).

Zobrist es, como se dijo, un transhumanista experto en genética que propone la creación de individuos posthumanos: “en varias generaciones nuestra especie será por completo distinta. Seremos más sanos, más listos, más fuertes y más compasivos”. Eugenesia positiva en estado puro.

Siempre que antes no desaparezcamos de la faz de la Tierra a consecuencia de nuestra incapacidad para controlar la superpoblación. De ahí que el genetista decida inmolarse y actuar ante la pasividad de las autoridades presuntamente competentes. Aún a sabiendas de la problemática asociada al excesivo número de humanos, organismos como la OMS se cruzan irresponsablemente de brazos.

La tesis central de ‘Inferno’ me recuerda a la obsesión de uno de los protagonistas de la novela de Franzen (‘Libertad’) también centrada en el problema de la superpoblación y sus catastróficos efectos sobre la supervivencia de la especie.

Algo hay en el ambiente sociológico.

Brown le añade la actuación de un científico brillante capaz de tomar una decisión (y aplicarla porque es técnicamente posible) para arreglar el problema definitivamente de un modo relativamente inocuo.


Nadie sufrirá (físicamente) nada, sino que, simplemente, un segmento importante de la población no podrá reproducirse. Además, la medida se aplicará aleatoriamente, por lo que nadie se verá beneficiado o perjudicado según su posición en la llamada jerarquía social, garantizándose, así, una distribución reproductora similar a la habitual en la especie humana.

Hay que reconocer que la situación en la que nos coloca Brown invita a pensar y debatir. No cualquier best-seller logra algo así.


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