El matemático cántabro Enrique
Castillo, miembro de la Real Academia de Ingeniería, autor de más de una
decena de libros (escritos en el latín actual) de considerable impacto y basados
en novedosos proyectos de investigación, ha declarado recientemente (El Diario
Montañés, 21 de Agosto de 2013):
“me voy a ir a la tumba sin poder transmitir lo que he
aprendido, porque no tengo gente capaz de recibirlo (…)
tengo que suprimir los
cursos de doctorado porque los alumnos no se apuntan”.
Castillo es casi una mente renacentista que trabaja en
matemáticas, física, estadística, economía o inteligencia artificial. Por
supuesto, domina la música a través del piano.
La entrevistadora (Olga Agüero) le pregunta para qué sirven,
en realidad, las matemáticas, lo que es excusa para que Castillo le recuerde
que se aplican a casi cualquier cosa que se encuentre al alcance de la vista:
el despertador, el interruptor de la luz, el grifo, la televisión, el teléfono
móvil o los muebles.
En demasiado fácil olvidar que la matemática es una ciencia
pura con una extraordinaria facilidad para impurificarse en el mundo real. Sin
matemáticos las cosas nos hubieran ido bastante peor:
“Es un drama que no haya vocaciones en matemáticas y en
física, porque sin ellas no existiría la ingeniería. Unos desarrollan las
teorías y otros las aplican (…) no se puede concebir nada sin matemáticas”.
Para demostrar que sus palabras no son meros términos,
recuerda Castillo que, por ejemplo, las matemáticas permiten demostrar la
falsedad del supuesto de que subir los impuestos permite recaudar más:
“Lo importante es que el dinero circule. ¿Produce algo poner
un bonito parque o mejor invierto en una empresa para que contrate a gente?
(Los políticos) se dejan llevar por la intuición o por razones políticas para
quedar bien a corto plazo sin analizar consecuencias y alternativas”.
También habla Castillo sobre la relevancia de la
investigación:
“sin investigación no hay progreso. El dinero destinado a
investigar produce rendimientos impresionantes. Es un error renunciar a la
investigación”.
Y no solamente se trata de que quien ha de invertir lo haga
sino que, además, “el nivel de conocimientos con el que llegan los alumnos a
las universidades es deplorable. Hace dos años ninguno de mis alumnos de
primero sabía lo que eran variaciones, permutaciones y combinaciones. Este año
tampoco lo sabía ninguno de los de doctorado. Las asignaturas básicas de
primero de Caminos se han reducido a una cuarta parte. No se pueden destruir
las matemáticas y la física, que es lo que forma la mente de un ingeniero”.
¿Escucharán quienes deben hacerlo a este excelente Profesor e
Investigador?
Quizá si le contratan como asesor. Quizá si él acepta.
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