Un tópico recurrente en el mundo
académico, y en particular en el mundo educativo, es el de la crisis de las
humanidades. Un libro de Martha Nussbaum,
Sin fines de lucro. Por qué la democracia
necesita de las humanidades se
ha convertido en cualificada portavoz de una crítica que es ya antigua y
recurrente: la educación actual está dando de lado a las humanidades, lo cual
puede suponer un profundo deterioro de las aspiraciones democráticas.
Como digo, la polémica es antigua y
lo que en otros foros se ha denominado el conflicto de las dos culturas —exitosa
denominación aportada por Charles P.
Snow en un libro que tuvo un gran impacto en la cultura occidental— es un
conflicto que se arrastra, en cierto sentido, desde el Renacimiento, época
cultural y científicamente brillante que acuñó el término «humanidades».
La tesis central de Nussbaum, que en
gran parte solo recoge tópicos algo manidos, es que el mundo académico, y la
sociedad en general, está dominada por un economicismo simplista que desprecia
todo aquello que no permite obtener beneficios económicos y mejoras de la
productividad. Las Universidades buscan la financiación de las empresas, lo que
condiciona los programas de estudios y de investigación, y los estudios de
humanidades van de capa caída. Por otro lado, mantiene que la desaparición de
las humanidades provocará indefectiblemente un deterioro de la capacidad
crítica de los estudiantes.
De lo primero cabe poca duda, al
menos como descripción de lo que de hecho ocurre. Sin ir más lejos, la UAM
anunciaba hace un par de días que solo había plazas en estudios de
«humanidades» para quienes aprobaran la PAU en Septiembre. Es decir, no son
estudios muy solicitados. De manera similar, es de sobra conocido que cualquier
proyecto de investigación debe tener muy presente la financiación, a ser
posible proporcionada por empresas o entidades privadas. Para terminar, parece
estar bastante claro que el economicismo empapa todo los ámbitos de la sociedad
en los que nos desenvolvemos los seres humanos. Y por si fuera poco, las encuestas de opinión realizadas en España confirman que
la institución más valorada por los españoles es la científica, y doy
por supuesto que no acaban de incluir entre ellos a especialistas en historia,
arte, literatura o lenguas clásicas.
Dicho esto, la
posición de Nussbaum no me convence por dos razones fundamentales. No
tengo nada claro de qué se está hablando cuando se habla de humanidades, pues
en parte puede referirse a un conjunto de disciplinas y en parte a una actitud
intelectual y personal en general, independiente de la disciplina que se siga.
La primera opción no me convence, pues no aclara nada. Además me molesta
personalmente porque suele incluir a la filosofía, mi ámbito profesional, y me
niego a que la filosofía sea considerada una de las humanidades.
La segunda opción es más endeble todavía,
pues da por supuesto una bicondicional: si y solo si se estudian las
humanidades se desarrolla el espíritu crítico necesario para construir
sociedades democráticas. Reconozco que la tesis me seduce, puesto que dedico
gran parte de mi esfuerzo teórico y práctico a difundir un programa de práctica
de la filosofía que ofrece desarrollar, precisamente, el pensamiento crítico y
creativo de los estudiantes desde primer año de primaria, y, además, puede
avalar esta oferta con rigurosas investigaciones, varias de las cuales las
hacemos Roberto Colom y yo mismo con otras personas.
No obstante, no puedo apoyar esa
tesis porque no es correcta. No son las disciplinas
académicas en sí mismas las que fomentan el espíritu crítico, sino la forma en
que se enseñan, y muchas clases de humanidades tienen poco o nada que
ver con el espíritu crítico. Por otra parte, la ciencia en general exige un
riguroso espíritu crítico que se aplica sistemáticamente a todo el trabajo
investigador que hace. La comunidad de investigación científica de la que
forman parte todos los científicos, dignos de ese nombre, se rige, precisamente,
por la publicidad de sus hallazgos y el sometimiento de los mismos a
contrastación y crítica, realizada por los colegas de la profesión.
Me apunto, en gran parte, a lo que
expone Pinker en un buen artículo
publicado recientemente, Science is not our enemy, artículo
que ha suscitado en parte estas reflexiones que ahora expongo. Pinker admite la
descripción, pero llama la atención sobre la responsabilidad que las humanidades
tienen en la situación. Su responsabilidad procede, fundamentalmente, de que se
ha dejado llevar por un post-modernismo
autodestructivo que relativiza cualquier aportación realizada en sus
disciplinas y las convierte en puros productos situacionales y contextuales
incapaces de aportar nada con pretensiones de universalidad. Y procede también
del poco aprecio que tienen a los avances científicos y lo poco que los
incorporan a sus actividades propias.
Defiende, además, quizá con más
pasión de la debida, la aportación fundamental de la práctica científica, cuyo
valor, insiste Pinker, no reside precisamente en los hallazgos que han
contribuido a conquistas tan importantes como erradicar la viruela, por poner
un ejemplo, sino precisamente en su aportación a configurar una humanismo crítico y tolerante que empapa las normas de
comportamiento de las actuales sociedades.
Es posible que se exceda un poco en
esas positivas evaluaciones de la ciencia. Especialmente estoy en desacuerdo con su tratamiento de las religiones,
tema que no puedo abordar ahora. Creo que, aunque no los menciona, no reconoce
lo suficiente hasta qué punto la actividad científica está empañada por
prácticas que muy poco tiene que ver con ese humanismo que él, y yo con él,
alaba. No se trata solo de los usos nocivos de la investigación científica en
todos los ámbitos, sino del sometimiento a lo políticamente correcto, la
subordinación a políticas de investigación que no se atreven a cuestionar, la
extensión del fraude científico, el secretismo de muchas investigaciones o la
aceptación de los rankings como
medida de su valor. La ciencia necesita, como cualquier otra práctica humana,
un proceso constante de reflexión y auto crítica para impedir que se pierda esa
impronta crítica.
Creo que lo que hace falta en estos
momentos es alejarse de dualismos poco fecundos, plantear más una colaboración
interdisciplinar, como sugiere otro interesante pensador español, Sánchez
Ron, teniendo en cuenta que la investigación viene
marcada sobre todo por los problemas, no por las disciplinas. Ni las
ciencias ni las humanidades —recordando lo difusas que son las fronteras en
muchas ocasiones y poniendo incluso en duda la clasificación dualista— pueden
abordar desde estrechos campos disciplinares lo que debe ser abordado y ni unas
ni otras poseen la vacuna perfecta que las inmunice de caer en prácticas poco
críticas y poco creativas.
Asertivo artículo Félix. Quizá lo que más llama mi atención sea la tesis sobre la perversa relación de las humanidades con las llamadas actitudes post-modernistas. Y, por supuesto, suscribo absolutamente la disolución de la frontera entre disciplinas. Las llamadas humanidades no tienen en absoluto la exclusiva sobre nuestra capacidad crítica. Sin embargo, puede ser preocupante la relativa huida de los chavales de disciplinas como la filosofía (o las matemáticas). La gratuidad del conocimiento parece estar siendo atacada desde esos lugares en los que se diseña cómo deben ser las enseñanzas. ¿Piensas que debería darse más autonomía a los centros educativos o, por el contrario, eres proclive a un control central? ¿crees que, por ejemplo, la Universidad debería tener potestad para enseñar e investigar como le venga en gana u opinas que lo que se haga en esa institución debe estar minuciosamente reglado?
ResponderEliminarLa tesis más bien es que el postmodernismo ha tenido perversas consecuencias en las humanidades en especial. Dicho en lenguaje coloquial, si todo es opinable, si todo conocimiento situado, lo que hace casi imposible universalizar o generalizar y si no tiene sentido avanzar en la búsqueda de la verdad..., mejor nos tomamos unas cañas y jugamos una partida de mus.
ResponderEliminarNo creo que la solución sea incrementar reglamentos y controles. Vivimos en una sociedad saturada de reglamentos que pretenden controlarlo todo. Creo que basta con unas reglas del juego breves, pero claras que recojan lo que es de sentido comun en la educación, y que luego, con transparencia y rigor, se hagan rendiciones de cuentas cada cierto tiempo, siguiendo pautas rigurosas de evaluación
Estimado Félix, he disfrutado leyéndote. Una cosa me ha suscitado especial curiosidad, y me temo que meto el dedo en la llaga: ¿Por qué te niegas a considerar la filosofía dentro de las "humanidades"?
ResponderEliminarNo es fácil responder brevemente a tu pregunta, Juan Carlos, pero te expongo dos razones:
ResponderEliminara) Primero, no veo mucha claridad en el concepto de humanidades, como digo en la entrada. Si se entienden como capacidad crítica, entonces vale la filosofía lo que vale para todas: su capacidad crítica dependerá más del modo en que se ejerza o practique.
b) Segundo, al menos tal y como yo la entiendo, la calidad de la reflexión filosófica, en especial de la meta-física, depende mucho del nivel de conocimientos que uno tenga de las ciencias. Desgraciadamente el mío, como el de la mayoría de los filósofos actuales, es muy limitado, pero no se me ocurre convertir en virtud una carencia. Y dada esa profunda relación con el conocimiento científico (tanto de las ciencias duras como de las no tan duras, suponiendo que esa división tenga sentido), no encaja mi disciplina académica en lo que habitualmente se entiende por humanidades.
Mi compromiso como filósofo es poder entender y saber lo más posible de la ciencia y relacionarme con científicos. Estoy en ello. No admito por tanto la división, y mucho menos en filosofía
Grande Félix!
ResponderEliminarHola. A qué consideran metafísica, a la filosofía aristotélico tomista?
ResponderEliminarObviamente, no, Gabriel. La metafísica, muy simplificadamente, es el ámbito de la filosofía en el que se abordan los conceptos más generales intentando clarificar su sentido y significado: ser, bien, verdad, belleza, espacio, tiempo, causalidad... Y se ha cultivado desde los presocráticos hasta la actualidad en Occidente. La metafísica aristotélico-tomista es sólo una de las escuelas, siendo Tomás de Aquino una de los grandes filósofos de occidente. Hay otros metafísicos, como Descartes o Lebniz, Hegel o Schopenhauer, Heidegger o Whitehead, por mencionar solo algunos. Y también hay filósofos que están en contra de la metafísica, con críticas diversas: Hume, Nietzsche, Carnap...
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