En colaboración con los genetistas de la
conducta, los psicólogos diferenciales llevan décadas explorando una pregunta fascinante:
¿por qué los individuos no reaccionan del mismo modo a
situaciones ambientales similares?
Robert
Plomin
se preguntaba, por ejemplo: ¿por qué son tan distintos los hermanos de una misma
familia?
Algo que para el común de los mortales es una
observación indiscutible, pero que, enigmáticamente, escapa a las preclaras
mentes de determinados académicos sentados cómodamente en sus poltronas.
Los psicólogos diferenciales pusieron en
entredicho el supuesto, claramente erróneo, pero ampliamente aceptado, de que
la situación determina la conducta de los humanos y configura su personalidad.
A día de hoy pueden encontrarse psicólogos,
al menos en nuestro país, muy cerca de nosotros, que rechazan de plano la
conclusión de que el estudio de la variabilidad de la conducta humana sea
científicamente relevante e incluso socialmente deseable. Hacen todo lo posible
para excluir ese campo de estudio de los planes de formación de los futuros
profesionales.
Consideran que es ideológicamente peligroso
estudiar las diferencias individuales. Suena increíble, pero es así. Es
realmente difícil extirpar ese rancio espíritu de las Universidades.
Pero si pretendemos ingresar en la Ciencia
del Siglo XXI, debería excluirse a esos psicólogos para que dejen de torpedear los
procesos de formación por unos motivos tan equivocados como absurdos (y que
denotan ignorancia y también malas pulgas). El estudio de la variabilidad
psicológica es, para ellos, como el gato hacia el que derivan todas sus frustraciones.
O eso parece.
En medicina cada vez se tiene más claro que
su futuro pasa por personalizar. Un ejemplo reciente (pero hay más)
es el mapa, elaborado por un consorcio internacional de investigadores, sobre la complejidad del
genoma humano. Revelan algo conocido desde hace tiempo para los psicólogos
diferenciales: cómo la carga genética de un individuo se asocia a sus costumbres.
Buscan responder a la pregunta de “por qué los individuos
no reaccionan de la misma manera ante factores medioambientales, dietas o
tratamientos médicos idénticos”.
Se pretende
descubrir cómo un determinado fármaco, la alimentación o el estilo de vida
interactúan con un determinado individuo según sus peculiaridades genéticas.
Esa clase de factores no-genéticos se combinan con los genéticos para sustentar
a la llamada 'medicina personalizada'.
Según
Bernhard Palsson, de la Universidad de San Diego, el resultado del trabajo de ese consorcio ofrece una
especie de “Google
Maps del metabolismo humano, un modelo capaz de poner en relación los elementos
biológicos del genoma con las circunstancias de cada individuo concreto”.
El objetivo se ha
logrado estudiando 65
tipos diferentes de células humanas y más de la mitad de las 2.600 enzimas que actúan
como dianas terapéuticas. El modelo metabólico que se propone vincula ocho mil
especies moleculares y siete mil reacciones químicas para generar un continuo
entre las escalas moleculares más minúsculas y las células.
Como suele decir F Collins, los médicos de a
píe todavía tardarán en hacerse eco de este tipo de avances y ponerlos
rutinariamente al alcance de los usuarios. Pero es una cuestión de tiempo y,
teniendo en cuenta el ritmo vital que nos hemos impuesto, cabe prever que no
será demasiado largo.
Todos somos humanos, pero cada uno de nosotros es único,
como sostuvo (y demostró) J R Harris en una excelente obra publicada en
2006 sobre la personalidad humana: ‘No Two Alike’.
Los psicólogos no pueden ni deben tardar en dejar a
un lado algunos de sus más ridículos y trasnochados prejuicios. Si no están
dispuestos a superarlos, pero acaparan posiciones que influyen en la formación
de los futuros profesionales, habrá que tomar cartas en el asunto e invitarles
a que se dediquen al cultivo de la lechuga en tierras de secano. Si declinan
esa invitación (cosa probable porque ese poder decisorio tiene una erótica
fabulosa) entonces propongo abrirles un expediente y sancionarles por
irresponsabilidad y mala fe.
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